miércoles, 24 de abril de 2013

PSICOLOGIA ANALITICA: El cerebro y Las Leyes Universales.

PSICOLOGIA ANALITICA: El cerebro y Las Leyes Universales.: “Me siento bien y tú también” Es común escuchar a muchos hablando sobre lo malo, sobre lo que NO les gusta, sobre lo que NO qu...

El cerebro y Las Leyes Universales.



“Me siento bien y tú también”

Es común escuchar a muchos hablando sobre lo malo, sobre lo que NO les gusta, sobre lo que NO quieren o sobre lo que NO están de acuerdo, etc.Todos NO. 

Es casi “normal” hablar de lo que “nos hace sentir mal", incluso de lo que “no está bien en ti, en mí, en él, en ella, en la salud, en la economía, en el gobierno, en la escuela, en el trabajo, en el mundo”. Es tan pero tan usual hacer esto, que no nos damos cuenta de lo nocivo que es para cada uno de nosotros. En otras palabras, utilizamos mucho de nuestro tiempo para estar centrados en los problemas, entendiendo un problema como algo que NO nos gusta o que NO nos hace sentir bien.

Cada vez que hacemos esto: hablar, pensar o sentirnos mal por algo que nosotros mismos promovemos, estamos “re-grabando el disco de nuestro cerebro” enfocándonos en lo “malo”, por lo tanto, no solo no podrá aparecer la solución sino que las cosas irán más o menos igual, nunca mejor.

Es tan importante sentirse bien, no solo por el disfrute que ello significa sino porque ese es nuestro “dial de frecuencia” que informa al universo hacia dónde vamos. Cada vez que nuestro cuerpo-mente sintoniza frecuencias bajas de dolor, pena, tristeza, rabia, temor, angustia, ansiedad, preocupación, etc, creamos más y más situaciones similares, más de lo mismo, más de aquello que NO nos gusta.

Lo mismo ocurre cuando leemos sobre lo que NO nos agrada y luego seguimos con la mente pensando un tiempo largo sobre eso y después lo comentamos con alguien y seguimos “manteniendo” esa vibración en nosotros.

“Todo bienestar, viene del aprecio, de ver lo bueno. Y siempre es posible ver lo bueno”, solo que no estamos habituados a hacerlo, sino acostumbrados y entrenados en ver lo malo.

El malestar en cambio, viene de la crítica o de la queja, que equivalen a estar enfocados en lo que “NO me gusta, lo que no quiero, lo que temo, lo que no quiero saber, lo que me aterra”, etc.

En todos lados se “ven” críticas, se escuchan voces que cuentan “lo peor”, se exponen imágenes que producen todo tipo de emociones negativas y es por eso que no es posible que nos sintamos mejor.

La Ley de la Mente (Hermes Trimegisto, 3000 A.C) dice que si nos sentimos mal es porque estamos pensando-hablando de lo que NO nos gusta y el resultado de esto es más y más malestar. Por el contrario, si ponemos el foco de atención en lo que SI nos gusta, en lo bueno que existe en la vida ahora, el resultado inmediato será el bienestar. “Es a partir de lo que
SENTIMOS que emitimos una frecuencia vibratoria-emocional que se irradia”
. De ahí la importancia de no quedarse atascado pensando-hablando-sintiendo acerca de lo que nos hace sentir mal, muy mal a veces…

No es cuestión de negar lo que sentimos, ni de “hacer oídos sordos a la realidad”, ni de falsearlo diciendo que está “todo bien”, sino más bien de ser conscientes de que si nos sentimos mal durante cierto tiempo es porque estamos aferrados a ideas fijas que nos hacen daño, nos duelen, nos hieren…Soltando esas ideas, cambiaremos nuestra vibración…y modificamos lo que “vemos” afuera.

Todo puede ser malo o bueno según el cristal con el que miremos, viejo refrán que está vigente.

“¿Qué mundo estoy viendo?”
“¿Qué personas estoy convocando?”
“¿Qué lecturas estoy realizando?”
“¿Qué programas de TV estoy mirando?”
“¿A qué pensamientos me estoy adhiriendo?”
“¿De qué temas estoy hablando?”
“¿En qué estoy pensando permanentemente?”
“¿Cómo me estoy sintiendo en este momento?”

Necesitamos dejar de hacer cosas que pertenecen a la “vieja consciencia del dolor y del miedo”, para abrirnos a “ser más amor” y así emitir esa frecuencia únicamente. La frecuencia del amor.

Las preguntas  que deberíamos hacernos son:

- “¿Cómo me hace sentir esto que estoy diciendo?”
- “¿Cómo me hace sentir esto que estoy pensando?”
- “¿Cómo me hace sentir esto que estoy haciendo?”
- O “¿Cómo estoy “siendo” en este momento?”

Por último, como la información que irradiamos permanentemente es acerca de  “cómo nos sentimos”, no dudemos en “escanearnos” conscientemente para no continuar con actos automáticos que nos mantendrán atascados en “lo mismo”.
 “Somos transformados por la renovación de nuestras mentes”, San Pablo.



martes, 23 de abril de 2013

EL PODER DE LA MENTE: ¿Te atreves a soñar?

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PSICOLOGIA ANALITICA: JUNG Y LOS FENÓMENOS PARANORMALES.

PSICOLOGIA ANALITICA: JUNG Y LOS FENÓMENOS PARANORMALES.: El estilo paradójico, que a veces sin reservas habría que tildar de ambiguo, con el que Jung aborda por aquí y acullá especialmente su...

JUNG Y LOS FENÓMENOS PARANORMALES.



El estilo paradójico, que a veces sin reservas habría que tildar de ambiguo, con el que Jung aborda por aquí y acullá especialmente su producción oficial, su creación desde y para la "máscara", provoca a menudo malentendidos entre el público no especializado a la hora de captar el sentido y la implicación auténticos de algunos de sus postulados, especialmente de aquellos más comprometedores para su credibilidad profesional: los que tratan sobre temas relativos a los sectores limíte del conocimiento científico. Es precisamente del Jung más paracientífico del que se ocupa este artículo que nos llega desde la excelente pluma de Moisés Garrido, originariamente publicado en la revista especializada Más Allá, y es por ello que no viene nada mal puntualizar algunos detalles al respecto, en pro de una claridad que sí está mejor representada en las comunicaciones privadas del maestro, donde se liberaba de tanta reserva. Un material aún muy escondido, como Moisés oportunamente señalará, que hay que rastrear casi al estilo arqueológico, y que suele ser conocido, en lo que va saliendo a la luz, sólo por los especialistas, quedando fuera de foco en el plano de la divulgación general.


Por supuesto, la materia de la que se trata, la Psique, es paradójica, oscura y paracientífica per se, y hay aseveraciones sobre su realidad que no pueden ser más concisas y cartesianas de lo que ella en sí misma es. Era "El Oscuro" como apodaban a Heráclito, y no lo era en realidad él, sino aquello de lo que se ocupaban sus abismales pensamientos, tan precisos sin embargo en su coherencia lógica como los de Euclides, centrados por contra en algo tan agradable al entendimiento como es la Geometría, y la mayor parte de la oscuridad junguiana es debida exactamente a esto mismo. Cuando el pensamiento junguiano se vuelve tan impreciso por no otra cosa que tratar de mantenerse coherente con la materia de la que se ocupa, no hay nada que puntualizar, y él, ni en la intimidad del círculo fraterno ni consigo mismo, podía ser más explícito. Este es un lastre que tiene que cargar, en general, cualquier escuela de psicología profunda, de lo inconsciente. La crítica epistemológica a estas disciplinas que llega, por ejemplo, desde un Popper, o las críticas generalizadas que vierte un Eysenck [1] hay que tacharlas de injustas, improcedentes y tendenciosas. Hoy en día ya deberíamos tener plenamente asumido que un matemático planteando teoremas no hace algo muy diferente de escribir poesías, y que los tratados físicos de científicos como Penrose o Hawking están mucho más emparentados con la novela de lo que hubiese podido admitir la filosofía científica de corte decimonónico. En la era en que redescubrimos la subjetividad en lo aparentemente objetivo puro ¿desde qué absurdo paradigma filosófico nos seguimos atreviendo a exigirle matematicidad a la psicología, cuyo objeto de estudio es precisamente lo subjetivo puro? Cuando nuestra aventura numérica para entender la realidad nos ha devuelto al problema nuclear de la Conciencia, todavía hay quien se permite postular que a la Conciencia se la debe entender a través de los números.
La Conciencia, o sea, la conciencia y el inconsciente, la Psique, abarca lo científico, lo instintivo, lo religioso y lo artístico. Obviamente requiere una metodología de estudio consecuente con esa omniabarcante naturaleza, y el método científico, tal y como lo entendemos hasta ahora, se ha quedado corto incluso para la Física. Pues las partículas y las galaxias se han revelado también oscuras, heraclitianas, y ya no son mansamente concisas, como los triángulos de Euclides. Por esto Niels Bohr se extendió en sus investigaciones sobre la realidad hasta la filosofía oriental, y acabó grabando en su escudo emblemático el mistérico símbolo del Yin-Yang taoísta, y la leyenda "Contraria sunt Complementa". De hecho, las constantes reuniones privadas en la casa de este eminente físico y en el Instituto de Física Teórica (podemos decir que la Física Cuántica nace desde el método dialéctico) son un perfecto paralelo con la Sociedad Psicológica de los Miércoles, y su relación con Born y Heisenberg, de la que nace la interpretación de Copenhague, un genuino Círculo Hermético. El esotérico blasón del danés se corresponde sin más con el misterioso anillo gnóstico de Carl Gustav, y la célebre controversia que mantuvo con un tozudo y dogmático Einstein (por cierto que un auténtico no semidios, sino dios total, para nuestra cultura, patéticamente idealizado por ella al estilo de un Elvis) con el enfrentamiento Freud-Jung. Por otro lado, los horrores del juego sucio y el plagio están a la orden del día en el mundo científico, en general, desde siempre. Pero claro, para personajes al estilo de Richard Noll las diferencias son como de la noche al día: una es la historia de nuestra sagrada Ciencia; la otra, de lo peor de nuestra superchería.
Quizás no sepamos nunca si el grandioso Heisenberg no le dio la bomba atómica a Hitler por principios morales o por torpeza en sus cálculos, pero sí que estamos en condiciones de esclarecer algunas opiniones de Jung en relación a los polémicos mundos de lo paranormal y lo religioso, así que vamos sin más dilación a ello.
En el artículo se declarará esto. En realidad, es con el protestantismo, y no con el catolicismo, con el que Jung se ensaña más vehementemente, ya que la ausencia de imágenes y representaciones simbólicas en una religión le parece un auténtico pecado. Por esta razón entendía la liturgia católica como más cercana a la realidad religiosa del alma que la luterana. Gerhard Wehr, biógrafo de Jung, se hace eco de estas ideas:
"No sólo en el protestantismo, sino en general desde los comienzos de la Reforma, de la era que se vincula estrechamente al desarrollo de la ciencia natural y de una conciencia que se atiene al yo individual, se fue perdiendo la espiritualidad tradicional con su enorme riqueza de imágenes y de signos, de símbolos y misterios. Tres protestantes, Jean Paul ("Discurso de Cristo muerto desde la cima del Universo, en el que afirma que no hay Dios"), Hegel y, sobre todo, Nietzsche, han soñado con la muerte de Dios y la han concebido y proclamado como un acontecimiento próximo. El hombre moderno dirige, altivo, una mirada retrospectiva hacia la niebla de la superstición, de la credulidad medieval y primitiva y al hacerlo olvida por completo que ese pasado espiritual y anímico, con sus imágenes originarias, sostiene la orgullosa conciencia racional [ver nota]. Si no bebe en las capas profundas de la psique -sugiere Jung- el espíritu humano permanecerá, sin duda alguna, como en el aire."
El mismo Jung, en una carta a H. Irminger de finales de 1944:
"Ejerzo la ciencia, pero ninguna apologética ni filosofía alguna, y no tengo ni capacidad ni ganas de convertirme en fundador de una religión. Mi interés es de carácter científico... Parto de un cristianismo positivo que es tanto católico como protestante, y me esfuerzo por señalar, de forma científicamente responsable, aquellos hechos empíricamente comprensibles que hacen por lo menos verosímil la justificación del dogma cristiano, y en especial el católico."
Al respecto de sus relaciones con el judeocristianismo en general, el símbolo cristiano, disponemos también de unas declaraciones especialmente reveladoras de su íntima discípula Barbara Hannah, que le escuchó decir a petit comité, en privado, en el contexto de las Terry Lectures en la Universidad de Yale:
"...A este propósito decía Jung a los participantes -y a muchos de ellos esto los impresionó como si fuera la última palabra- que lo único que podemos hacer consiste en seguir el ejemplo de Cristo y vivir nuestra vida de la forma más plena posible, aún cuando se base en errores... Nadie ha descubierto todavía toda la verdad; pero si todos vivimos con la misma integridad y con la misma entrega que Cristo, él decía tener la esperanza de que todos resucitaríamos"
Tal y como ya avisábamos al principio, Wehr apostilla con respecto a estas filtraciones de Hannah:
"Debe tenerse presente que estas expresiones, a la vez sinceras y confidenciales, Jung sólo las formulaba en el estrecho círculo de sus amistades más íntimas o su correspondencia. En cambio, la crítica realizada por la iglesia, se vio obligada muchas veces a señalar que, en materia religiosa, Jung se expresaba de manera en exceso libre y, en realidad, ambigua"
No viene mal recordar ahora las estrechas relaciones entre la terapia y la religión que la psicología junguiana postula:
"No sólo el Cristianismo, con su simbolismo de la salvación, sino todas las religiones en general, incluidas las modalidades mágicas de la religión de los primitivos, son psicoterapias, las cuales tratan y curan las afecciones del alma y las corporales de origen anímico"
Una vez señalados estos "pormenores", podemos retomar el discurso más popular de Jung en lo tocante a estos asuntos, espero que entendiéndose ahora, un poquito mejor al menos, hasta donde alcanza la ambigüedad indecisa y donde comienza la decidida y legítima paradoja en él:
"Entre todos aquellos de mis pacientes que se hallan más allá de la mitad de la vida, esto es, más allá de los treinta y cinco años, no hay ninguno cuyo problema último no sea el de la actitud religiosa. En efecto, cada uno de ellos enferma en última instancia porque ha perdido lo que las religiones vivientes han dado en todos los tiempos a sus adeptos, y ninguno de ellos se halla realmente curado si no recupera una actitud religiosa, lo cual naturalmente nada tiene que ver con la confesión religiosa ni con la pertenencia a una Iglesia"
En el campo de lo paranormal podríamos empezar destacando, para complementar lo que vertirá Garrido, que Jung creía en la realidad objetiva de los fantasmas. De hecho, instaba a sus discípulos más cercanos en el arte de interpretar sueños a distinguir entre las personificaciones oníricas de seres fallecidos aquellas que se quedan en el plano simbólico de aquellas que corresponden a visitas reales desde el mundo de los muertos. A lo largo de su vida protagonizó bastantes experiencias al respecto. Una vez, mientras pasaba una noche de fin de semana en una granja recién alquilada por un amigo suyo, en la Inglaterra de 1920, empezó a escuchar extraños ruidos de golpes y goteos, y a notar malos olores. Comenzó a poseerle una especie de parálisis. Entonces se le aparece, a escasos 40 cms. de distancia en su misma almohada, la mitad de una cabeza femenina, de apariencia sólida, que le provocó tal terror que tuvo que pasar todo el resto de la noche sentado en una poltrona, incapaz de volver a la cama. Con posterioridad conocieron él y su amigo que en la aldea cercana corría el rumor de que aquella granja estaba encantada y que espantaba a todos sus inquilinos. Jung trató de explicarse el suceso como exteriorización de contenidos psíquicos, pero le era evidente que aquello estaba ligado a aquel lugar tanto, cuanto menos, como a él mismo, que a pesar del estrés de la febril actividad que llevaba a cabo en Londres en aquella fecha, durmió espléndidamente bien en cualquier otro lugar. La granja fue demolida al poco tiempo.
En la torre de Bollingen fue protagonista de dos señaladas anécdotas fantasmagóricas. En una noche de la primavera de 1924, la paz del reposo se le turba por el ruido de música y jolgorio aparentemente procedente del exterior. Dos veces se levantará sobresaltado de la cama a mirar por la ventana, sin encontrar nada. Jung es consciente de que la experiencia no es un sueño, pero tampoco parece darse en plena vigilia. Tiene la representación visual de centenares de figuras vestidas con oscuros ropajes. Especula con la idea de que se trate de duendes, pero ninguna explicación le acaba de convencer:
"En aquella noche todo era tan plenamente real, o por lo menos así lo parecía, que, situado entre dos realidades, apenas podía orientarme. No podía explicármelo. ¿Qué significaban estos zagales cantando que desfilaban en largas columnas? Me daba la impresión de que habían venido por curiosidad a ver el torreón. Nunca más volví a experimentar o soñar algo semejante. Pero aquel acontecimiento me dejó atónito y no podía recordar haber oído algo parecido. Posteriormente hallé un sentido al sueño al leer la crónica de Lucerna de Rennward Cysat del siglo XVII. En ella se narra la siguiente historia: «En un pasto del Monte Pilatos que tiene fama de estar poblado por fantasmas (se dice que hoy todavía allí ronda el espíritu de Wotan), Cysat, en una ascensión al Pilatos, fue molestado por un gran gentío que rodeó su cabaña cantando al son de la música». Exactamente lo mismo que yo había experimentado en el sueño. Al día siguiente pregunté al vaquero, en cuya cabaña había pasado la noche, qué podría significar este hecho. Éste estaba enterado ya: tuvo que ser el sälig lüt, es decir, el ejército de Wotan de las almas descarriadas. Acostumbraban a «rondar» de este modo para hacerse notar [...] La explicación del acontecimiento como una compensación psíquica nunca me satisfizo del todo y no me bastaba decir que se trataba de una alucinación. Me sentía obligado a considerar también el carácter de realidad."
Por cierto que es extraño que Jung no estuviera informado con antelación de un elemento tan típico del folclore germánico como es el Ejército de Wotan, comparable a la Santa Compaña gallega. Pero esto le concede una mayor genuinidad al suceso. El segundo encuentro con lo imposible dejemos que sea él mismo quien nos lo relate, también desde Recuerdos, Sueños, Pensamientos:
"Cuando en 1923 comenzamos a edificar aquí [en Bollingen] nos visitó mi hija mayor y gritó: «Cómo, ¿tú edificas aquí? ¡Aquí hay cadáveres!» Yo pensé naturalmente: «¡Qué absurdo! ¡No vale la pena discutir!» Pero al cabo de cuatro años, cuando recomenzamos las obras, hallamos realmente un esqueleto. Se encontraba a 2,20 metros de profundidad. En el codo derecho se encontró una antigua bala de fusil. Se veía por la posición del esqueleto que había sido echado a la fosa en avanzado estado de descomposición. Pertenecía a las muchas docenas de soldados franceses que en 1799 se ahogaron en el Linth y fueron arrastrados hasta las orillas del lago. Esto sucedió después de que los austríacos volasen el puente de Grynau que los franceses habían asaltado. En el torreón se encuentra una fotografía de la fosa abierta con el esqueleto y la fecha del día en que se halló el cadáver en la torre: el 22 de agosto de 1927. Construí entonces en mi finca una sepultura adecuada al soldado, y disparé tres veces por encima de la tumba. Luego coloqué una lápida con una inscripción. Mi hija había presentido la presencia del cadáver. Su facultad de presentir la heredó de mi abuela materna."
Las interpretaciones sobre la cuestión ufológica que divulga la obra Un mito moderno. Sobre cosas que se ven en el cielo [3] me resultan, digamos, poco audaces. En correcta dirección, en general, mas de corto alcance. Pero esto es una apreciación personal. Quizás un día descubramos entre el material privado consideraciones al respecto de mayor relevancia y más apropiadas para un fenómeno de tal magnitud, o quizás tengamos que conformarnos para siempre con esa visión suya. En mi opinión, la de un Jung, lego en la materia, que llega a ella en un momento en que la investigación por parte de los especialistas está en sus albores, la documentación publicada escasa, él ya en la recta final de su larga y egregia vida, sin tiempo ni energías para profundizar mucho más y, quizás lo más importante, sin experiencias propias, que han sido siempre la piedra angular de Jung y los cimientos de su creación, la Psicología Analítica. Queda claro que seguir a partir de ahí es la responsabilidad de todos aquellos que nos sentimos continuadores de su legado. Otro gran mérito de Jung es haberse percatado rápidamente de la importancia de esta sui-generis fenomenología, pero el colectivo junguiano posterior parece no saber aún cómo reaccionar ante ello.





JUNG Y LOS FENÓMENOS PARANORMALES
“Aquella noche fatídica de junio de 1895, la primera sesión espiritista tuvo un resultado más extraordinario de lo que cabía esperar. Jung se sentó junto con el círculo de mujeres alrededor de una gran mesa redonda de madera, y presidió nerviosamente la sesión. Como era habitual en este tipo de sesiones, colocó en el centro un vaso de agua que podía reflejar hasta la más imperceptible levitación de la mesa. Ordenó a todos que colocasen las manos suavemente sobre la mesa y las uniesen tocándose unos a otros ligeramente las yemas de los dedos. Al cabo de unos instantes de completo silencio, el aire se volvió espeso, eléctrico. De pronto, el vaso de agua empezó a moverse violentamente. A su pesar, Jung estaba tan aterrorizado como el resto de los participantes. Con grandes dificultades, exclamó: ‘Uno de nosotros es un médium muy dotado’. En aquel momento, la joven Helly palideció y se desplomó en la silla. Y para sorpresa de todos los presentes, empezó a hablar”. Este texto está extraído del libro The Aryan Christ: The Secret Life of Carl Jung (1997), cuyo autor es Richard Noll, psicólogo clínico y profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Harvard. En dicha obra, se descubren facetas muy poco conocidas del eminente psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), entre ellas, su incursión desde joven en el mundo del espiritismo y de los fenómenos paranormales. Cuando realizó dicha sesión espiritista, Jung estaba a punto de cumplir 20 años. Todavía no podía imaginar lo que el destino le tenía reservado: convertirse en uno de los más grandes pensadores del siglo XX. Su descubrimiento del inconsciente colectivo produjo una auténtica revolución en el conocimiento de la mente humana. “Así como el cuerpo humano muestra una anatomía general por encima y más allá de todas las diferencias raciales, también la psique posee un sustrato general que trasciende todas las diferencias de cultura y conciencia, al que he designado como inconsciente colectivo”, explica Jung. Era pues de prever que, tanto en la psiquiatría como en el psicoanálisis, terminara aventajando a su insigne mentor Sigmund Freud.
Realmente sabemos muy poco de la vida de Jung. Sus herederos siempre han sido muy reacios a la hora de aportar material inédito a los investigadores -como puedan ser sus diarios privados o toda su correspondencia-, con el que poder construir una biografía mínimamente veraz, más centrada en los aspectos humanos y alejada de ese personaje idealizado -a modo de semidios- que su familia y seguidores han tratado de difundir. “Supone algo tremendamente injusto que Jung se presente como un autor alejado de la realidad, aportando pruebas de oscurantismo que no existen en absoluto en sus escritos”, denuncia Pilar Quiroga, doctora en Psicología y autora de la documentada obra C. G. Jung. Vida, obra y psicoterapia (2003). Ni siquiera Recuerdos, Sueños, Pensamientos, libro elaborado cuando Jung tenía 81 años y publicado tras su muerte, puede ser considerado una autobiografía en toda regla, ya que se trata de una colección de escritos hábilmente estructurados por Aniela Jaffé, su ayudante en los albores de su vida. “Jaffé tomó las contribuciones y transcripciones de antiguas conferencias de Jung, añadió sus propias notas sobre las conversaciones que mantuvo con él, puso todo en primera persona y permitió que el conjunto se presentase como una autobiografía a un público confiado”, aclara Noll. De los borradores escritos por Jung, se modificaron y eliminaron muchas frases, así como ciertas anécdotas, siempre por sugerencia familiar. Aún así, con ese escaso material biográfico, y a través de sus trabajos teóricos, vivencias personales y conversaciones con sus pacientes, podemos hacernos una idea del gran interés que Jung siempre cultivó hacia los temas limítrofes del conocimiento, que tanto marcarían su trayectoria personal y profesional.



CONTACTOS CON EL “MÁS ALLÁ”

C. G. Jung nació en el seno de una familia muy piadosa. Su padre, Paul Jung, era pastor protestante, ejerciendo su labor en la Iglesia Reformada. Y su abuelo materno, Samuel Preiswerk, fue profesor de exégesis bíblica en la Institución Evangélica de Ginebra. Jung, sin embargo, no comulgaba con el judeocristianismo y, menos aún, con el catolicismo [2]. Su alma visionaria y heterodoxa, rechazaba todo dogmatismo religioso. “La ‘religión teológica’ no podía servirme para nada, pues no correspondía a mi experiencia de Dios”, escribiría. En cierto modo, podemos decir que elaboró su propia religión, a caballo entre la magia y el paganismo, influido, sin duda, por los antiguos cultos mistéricos y el mundo alquímico, temas que siempre le cautivaron. De hecho, el torreón que se construyó en Bollingen, junto al lago de Zurich, fue no solo lugar de soledad y meditación, sino también de encuentros visionarios y otras experiencias transpersonales de profundo significado trascendente. “Desde el principio el torreón se convirtió en un lugar de perfeccionamiento, un seno materno o una figura materna en la cual podía volver a ser lo que soy, lo que fui y lo que seré”, asegura. Allí, sobre la pared del dormitorio, se conserva un mural donde aparece representado su guía espiritual Filemón -un sabio anciano con largas barbas y alas-, con quien mantuvo contactos extrasensoriales y a quien debe algunos de sus más brillantes descubrimientos sobre la psique humana -la idea del arquetipo, por ejemplo-, según él mismo confiesa. Los diálogos que mantuvo con el mundo de los muertos y los dibujos que realizó bajo estados no ordinarios de conciencia, se recogen en su Libro Rojo, que aún permanece custodiado por sus descendientes.
¿De dónde le vino entonces su interés por la comunicación con los muertos? ¿Acaso de la lectura del Fausto de Goethe a la edad de quince años? Ello ejerció su influencia, qué duda cabe. Tal obra significó para Jung una auténtica revelación. “Inundó mi alma como un bálsamo maravilloso”, escribe. Tanto es así que al final de su vida creyó ser la reencarnación de Goethe, no ya solo por lo identificado que se sentía con dicho personaje, sino por ciertos sueños extraños que parecían revelarle esa posibilidad. Sin embargo, su acceso al mundo del espiritismo tuvo lugar justo cuando se graduó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Basilea, a mediados de 1895. En esas fechas, el espiritismo estaba en auge por toda Europa. Era costumbre, sobre todo entre la alta sociedad, reunirse cada atardecer a la luz de una vela para invocar a los antepasados. Jung sintió curiosidad por el tema y quiso realizar algunas sesiones acompañado de varias mujeres de su familia. Entre ellas, su prima Hélène Preiswerk, que era médium. Por su parte, la madre de Jung, Emilie Preiswerk, ya había dado buena muestra de sus dotes clarividentes y había protagonizado alguna que otra experiencia relacionada con espíritus. Por tanto, aquellas séances organizadas por Jung resultaron exitosas y los presuntos contactos con los muertos no tardaron en establecerse. Hélène, conocida también con el nombre de “Helly”, es la joven citada en la narración inicial. En aquella primera sesión coordinada por Jung, Hélène, de quince años, entró en trance y a través suya se manifestó su abuelo difunto: “No temáis. Os acompaño todos los días. Soy vuestro padre Samuel, que vive con Dios”. Durante el tiempo que duró el éxtasis, la joven viajó astralmente al continente americano para visitar a su tía Bertha. Por muy delirantes que hoy nos parezcan estas historias mediúmnicas, entonces se vivían con total normalidad, incluso por personas con formación académica, como el propio Jung. De hecho, en torno al espiritismo, se dieron cita grandes personalidades del campo científico. Basta recordar a William Crookes y Charles Richet, premios Nobel de Química y Medicina, respectivamente. Ambos creían en la supervivencia del alma tras la muerte.
Lo cierto es que Jung fue testigo del cumplimiento de algunas premoniciones que tuvo Hélène durante sus trances visionarios. Aquello le llevó a profundizar aún más y comenzó incluso a interesarse en los estudios llevados a cabo por la célebre Society for Psychical Research (S.P.R.) de Londres, presidida por el catedrático de Filosofía Henry Sidgwick, institución que en 1882 inaugura el estudio científico y sistemático de los fenómenos metapsíquicos. Serían los preámbulos de la futura Parapsicología. Jung estaba fascinado con todo ello, y leía con inusitado interés los notables trabajos del ya citado Crookes y de otros pioneros de la Metapsíquica como William James, F. W. H. Myers, J. C. F. Zoellner, Cesare Lombroso, etc. “A pesar de parecerme tan extrañas y discutibles, las observaciones de los espiritualistas fueron para mí las primeras noticias sobre fenómenos psíquicos objetivos. Los nombres de Zoellner y Crookes me impresionaron y leí, por así decirlo, toda la literatura sobre espiritismo que estaba entonces a mi alcance”, escribe Jung. No es de extrañar que su tesis doctoral versara, entre otras cosas, sobre estas apasionantes cuestiones…

PSIQUIATRÍA Y MEDIUMNIDAD
Jung creía que el inconsciente puede conectar con otros niveles superiores de la realidad no sometidos a nuestras leyes espacio-temporales. Su cada vez más dilatada formación psiquiátrica, no le hizo dar marcha atrás en sus convicciones, aunque sí se iba mostrando más prudente a la hora de referirse a los espíritus-guías (prefería hablar ya de “personalidades inconscientes”). Comprendió que el inconsciente escondía demasiados secretos que tenía que ir sacando a la luz, antes de atribuir a posibles fuerzas del más allá los numerosos casos de narcolepsia, criptomnesia, hipnagogia, estado de ensoñación, trance visionario, automatisme ambulatoire, etc., que le iban llegando a su consulta, trabajando ya como psiquiatra en el prestigioso hospital de Burghölzli, durante la primera década del siglo XX. “Aun cuando existen casos perfectamente dignos de crédito, queda en pie la cuestión de si el fantasma o la voz se identifican con el muerto o son una proyección psíquica, y si la declaración procede realmente del muerto o quizás se origina en el saber existente en el inconsciente”, subraya Jung. Fue su etapa más escéptica, aunque como puntualizó William James, jamás perdió su voluntad de creer…
Si bien es cierto que estableció una conexión entre la mediumnidad y la histeria, estudiando la “disociación” de la personalidad de los médiums espiritistas, en ningún momento cuestionó la autenticidad de las facultades metapsíquicas, como la clarividencia o la precognición. En su tesis doctoral de medicina, escrita en 1902 bajo el título Acerca de la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos, se hace eco de las experiencias mediúmnicas de su prima Hélène (empleó para referirse a ella el pseudónimo “S.W.”), afirmando que a pesar de su personalidad histérica -que provocaba sus desvanecimientos y automatismos-, manifestaba auténticas capacidades telepáticas y precognitivas durante esos estados de trance. En la conferencia que pronunció en 1919 ante los miembros de la S.P.R., titulada Los fundamentos psicológicos de la creencia en los espíritus, dejó claro su convencimiento de que las manifestaciones espiritistas se debían a “efectos exteriorizados de complejos del inconsciente”. El ya cada vez más célebre psiquiatra continuó ahondando en el estudio de los fenómenos paranormales, siguiendo una línea marcadamente científica, por eso no le pasó desapercibidas las investigaciones llevadas a cabo a partir de 1934 por el biólogo Joseph B. Rhine, en torno a la llamada “percepción extrasensorial” (ESP), desde su laboratorio de la Universidad de Duke. Sus rigurosos análisis estadísticos sobre la telepatía, la clarividencia, la precognición y la psicocinesis hicieron que la Parapsicología adquiriese respetabilidad científica y se multiplicasen las cátedras por todo el mundo. En 1937, Jung tendría la oportunidad de conocerle personalmente. “Por lo menos una parte de la psique no se encuentra sometida a las leyes del espacio y del tiempo -sugiere Jung-. La prueba científica acerca de ello la aportaron los conocidos experimentos de Rhine. Junto a incontables casos de presentimientos espontáneos, las percepciones fuera del espacio y otros casos de este tipo, de los cuales ya he contado algunos ejemplos de mi vida, demuestran que la psique en ocasiones funciona más allá de la ley de la causalidad espacio-tiempo. De ello se desprende que nuestras concepciones de espacio y tiempo, y con ello la causalidad, son imperfectas”.



EXPERIENCIAS PERSONALES
A lo largo de su vida, Jung protagonizó una serie de sucesos anómalos muy significativos que le sirvieron para convencerse, aún más si cabe, de la existencia de una realidad trascendente. No hablamos ya de experiencias visionarias y sueños de abundante material arquetípico -uno de los cuáles le inspiró la idea del inconsciente colectivo-, sino de otros fenómenos englobados en el campo de lo paranormal, como por ejemplo, la proyección extracorpórea. En 1944, Jung sufrió un infarto cardíaco. Estando inconsciente sintió que abandonaba su cuerpo físico y ascendía hacia lo alto. “Me pareció como si me encontrase allá arriba en el espacio. Lejos de mí veía la esfera de la tierra sumergida en una luz azul intensa. Veía el mar azul profundo y los continentes. Bajo mis pies, a lo lejos, estaba Ceilán y ante mí estaba el subcontinente de la India. Mi campo de visión no abarcaba toda la tierra, sin embargo, su forma esférica era claramente visible, y sus contornos brillaban plateados a través de la maravillosa luz azul (…) La contemplación de la tierra desde tal altura es lo más grandioso y más fascinante que he experimentado”.
Muchos años atrás, cuando aún vivía con sus padres, experimentó algunos fenómenos psicocinéticos a su alrededor. Extrañas explosiones, golpes, rotura de objetos... Durante el verano de 1898, vivió varios episodios de esta naturaleza. Uno de los que más le llamó la atención fue la extraña explosión que oyeron en un mueble aparador. “Comencé a inspeccionar detalladamente el aparador y lo inmediato a él, pero sin éxito -cuenta en sus memorias-. En el cajón, conteniendo la cesta del pan, hallé el pan y junto a él el cuchillo, cuya hoja estaba destrozada casi por completo. El mango estaba en un rincón del cesto rectangular y en cada una de las tres restantes esquinas había un trozo de la hoja del cuchillo. El cuchillo se había empleado todavía a las cuatro de la tarde y después se había guardado. Desde entonces nadie lo había tocado”. Dos semanas antes, el tablero de una mesa se había roto por la mitad inexplicablemente, ante el asombro de toda la familia. “¿Por qué y cómo se partió la mesa y se quebró el cuchillo? La hipótesis de la casualidad resultaba del todo inadmisible”, reconocería.
De casado, siguió protagonizando más incidentes de este tipo. Cuenta cómo en 1916 estos fenómenos paranormales se incrementaron. “Mi hija mayor veía por la noche una figura blanca atravesar la habitación. Mi otra hija contaba -independientemente de la primera- que le habían levantado la manta de la cama dos veces por la noche”. Uno de esos días, la campanilla de la puerta de la casa sonó insistentemente: “Yo me encontraba cerca de la campanilla, la oí sonar y ví cómo se movía el martillo. Todos corrieron inmediatamente hacia la puerta para ver quién llamaba ¡pero allí no había nadie! ¡Nos miramos como alelados!”. Jung estaba convencido de que aquella incesante fenomenología parapsicológica guardaba estrecha relación con el estado emocional en que se encontraba por aquel entonces. “Era una constelación inconsciente, y la atmósfera característica de tal constelación me era bien conocida como numen de un arquetipo”.
Insólito fue también lo que le sucedió años antes, en 1909, estando en Viena en compañía de Freud. Ambos discutían precisamente sobre la realidad de los supuestos fenómenos paranormales. En esa época, Freud mantenía una postura escéptica. Tuvieron que pasar años hasta aceptar la autenticidad de los casos estudiados por la Parapsicología. Así cuenta Jung lo ocurrido durante la reunión mantenida con su mentor:
“Mientras Freud exponía sus argumentos, yo sentí una extraordinaria sensación. Me pareció como si mi diafragma fuera de hierro y se pusiera incandescente. Y en ese instante sonó un crujido tal en la biblioteca, que se hallaba junto a nosotros, que los dos nos asustamos. Creímos que el armario caía sobre nosotros. Tan fuerte fue el crujido. Le dije a Freud: ‘Esto ha sido un fenómeno de exteriorización de los denominados catalíticos’.
‘¡Bah –dijo él-, esto sí que es un absurdo!’.
‘Pues no -le respondí-, se equivoca usted, señor profesor. Y para probar que llevo razón le predigo ahora que volverá inmeditamente a oírse otro crujido’. Y, efectivamente: ¡apenas había pronunciado estas palabras se oyó el mismo crujido en la biblioteca!... No sé aún hoy por qué tenía tal certeza. Pero sabía con total exactitud que el crujido iba a repetirse. Freud me miró horrorizado. No sé qué pensaba o qué miraba. En todo caso, este hecho despertó su desconfianza hacia mí y yo tuve la sensación de haberle hecho algo. Nunca más volví a hablarle de esto”.

SINCRONICIDAD
Para Jung, resultaba insuficiente explicar ciertos fenómenos extraños, relacionados con la psicología del inconsciente, mediante el principio de causalidad. Eso era algo que le venía preocupando desde siempre. Durante sus investigaciones, se topaba muy a menudo con extrañas coincidencias que le resultaban imposibles de entender por la vía racional. A tales conexiones acausales las bautizó con el nombre de sincronicidad. “He elegido el término ‘sincronicidad’ porque la simultaneidad de dos acontecimientos análogos, pero acausalmente ligados, parece un criterio esencial. Empleo, pues, aquí, el concepto general de sincronismo en el sentido especial de coincidencia temporal de dos o más acontecimientos, relacionados mutuamente de modo acausal, que tienen un contenido idéntico o semejante”, explica en La interpretación de la naturaleza y la psique (1952), obra en la que colaboró el premio Nobel de Física Wolfgang Pauli. Ambos consideraron que los fenómenos sincrónicos, aquellos que se producen simultáneamente sin que medie una relación causal, son muy significativos para quien los protagoniza. Los experimentos de Rhine -que proporcionaron la prueba de la existencia de conexiones acausales de sucesos- sirvieron para que Jung planteara la posibilidad de que el espacio y el tiempo pudieran tener también una realidad psíquica, no solo física. “Parece como si el espacio y el tiempo dependieran de condiciones psíquicas y no existieran en sí mismos, sino que fuesen sólo ‘puestos’ por la conciencia”, sugiere. Partiendo de esa premisa, la sincronicidad supone entonces un gran desafío al azar. De hecho, constantemente nos ocurren cosas que consideramos casuales, pero ¿realmente lo son siempre?... “Si bien la gran mayoría de los hechos casuales podría admitir una explicación causal, subsisten multitud de ellos que no manifiestan conexión causal alguna”, puntualiza Jung. Entre los muchos casos que le ocurrió, resulta especialmente llamativo el registrado el 1 de abril de 1949. Así lo cuenta: “Hoy viernes. En el almuerzo nos sirven pescado. En la conversación alguien recuerda incidentalmente la costumbre del ‘pez de abril’. Durante la mañana había yo anotado una inscripción: ‘Est homo totus medius piscis ab imo’. Por la tarde, una ex paciente mía a quien no había visto desde meses atrás, vino a mostrarme algunos cuadros de peces, singularmente impresionantes, que había pintado durante ese lapso. Por la noche se me mostró un bordado que representaba monstruos marinos pisciformes. El dos de abril, a las primeras horas de la mañana, otra ex paciente a quien no había visto desde hacía muchos años, me relató un sueño en el cual, estando a orillas de un lago, vio a un pez grande que se acercaba nadando en dirección a ella, para amarrar, por así decir, a sus pies. Durante esos días estaba yo ocupado en una investigación sobre el símbolo del pez en la historia”. Dicho relato lo escribió a orillas de un lago. Al terminarlo, se percató que a escasos metros de donde se encontraba, yacía un pez muerto totalmente intacto. “En la tarde del día anterior no había allí ningún pez”, advirtió. ¿Es posible atribuir a la simple casualidad un caso así?...
En conclusión, sus estudios sobre el inconsciente y los fenómenos paranormales -a veces protagonizados por él mismo como ya hemos visto-, le llevó a considerar que “existe una cierta probabilidad de que algo de nuestra psique continúe viviendo después de la muerte”. Y con ese convencimiento se marchó de este mundo a la edad de 85 años, dejando tras de sí una huella imborrable de conocimientos sobre el psiquismo humano.

(Nota: La ‘Obra Completa de C.G.Jung’ ha sido publicada en 20 excelentes volúmenes por la Editorial Trotta).

(Anexo 1)


HÉLÈNE PREISWERK, LA MÉDIUM HISTÉRICA
La oportunidad que tuvo Jung de examinar los trances de su prima Hélène Preiswerk durante las séances espiritistas -experimentando primero con las “mesas giratorias” y más tarde con el “psicógrafo”, método similar a la actual ouija-, le llevó a interesarse profundamente por la mediumnidad y a establecer los mecanismos psíquicos que entran en juego durante dicha fenomenología. Ese fue precisamente el tema que desarrolló en su interesante tesis doctoral de 1902. Aunque abordó otros casos, se centró preferentemente en Hélène, detallando minuciosamente los sonambulismos mediúmnicos, automatismos motrices y distintas personalidades inconscientes (espíritus) que se manifestaban bajo los estados alterados de conciencia de la joven. Por regla general, cuando ya estaban concentrados realizando la sesión y la mesa comenzaba a moverse, la médium (citada en la tesis como “S.W.”) caía al suelo, su rostro se volvía pálido, entraba en un estado cataléptico, respiraba profundamente y, ya en éxtasis, comenzaba a hablar. En ocasiones, podía estar así durante dos horas. Dependiendo del espíritu que se manifestase, unas veces se expresaba en alemán culto, y otras veces, de forma vulgar. El contenido de sus mensajes era variado y las conversaciones con los participantes solían ser muy animadas. Los trances eran sosegados y poco gestuales o, por el contrario, muy histriónicos. Quien más se manifestaba era su abuelo Samuel Preiswerk, que hacía las veces de espíritu-guía, dándole consejos e impartiendo instrucciones al resto. De vez en cuando, durante el trance, Hélène sentía que abandonaba su cuerpo físico y, ayudada por los espíritus, era trasladada a miles de kilómetros. “Durante los éxtasis en que hablaban los espíritus la señorita S.W. emprendía largos viajes, la mayoría de las veces iba a visitar a parientes suyos, a los que se aparecía; o bien se encontraba en el Más Allá, ‘en aquel espacio situado entre los astros del que la gente opina que está vacío; pero en él se encuentran numerosos mundos habitados por espíritus’”, escribe Jung. Estos éxtasis la agotaban mucho y, cuando regresaba al estado consciente, solía sufrir ceguera histérica durante un buen rato. Según el psiquiatra, “en las sesiones espiritistas se observan con frecuencia ataques convulsivos histéricos. Nuestra paciente no presentó nunca manifestaciones convulsivas, pero sí los estados de sueño o hípnicos peculiares”. Además, constató que los fenómenos sonambúlicos son especialmente frecuentes justo en el periodo de la pubertad. En su opinión, existía una estrecha relación entre los trastornos histéricos sufridos por Hélène y las alteraciones fisiológicas del carácter propias de esa etapa de la vida. Pero ¿cómo explicar sus percepciones extrasensoriales, sobre todo, las premoniciones?... “El hombre debe percibir que vive en un mundo que en cierto sentido es enigmático. Que en él suceden y pueden experimentarse cosas que permanecen inexplicables”, declararía al final de su vida.

(Anexo 2)

PSICOANÁLISIS: ¿CIENCIA O RELIGIÓN?
C.G. Jung dotó al psicoanalisis de ciertos elementos más o menos mistéricos, adornándolo con reminiscencias herméticas y simbólicas, por lo que no es de extrañar que muchos detractores identificasen el movimiento psicoanalítico como una especie de nuevo culto o secta pseudomística. Eso no desalentó a Jung. Al contrario, en esas críticas creyó observar que estaba llevando el psicoanálisis al terreno correcto, conectándolo con los orígenes de la humanidad, los mitos, los misterios, el arte, lo sagrado… No en vano, Jung afirmaba que “el psicoanálisis es una verdad demasiado grande como para ser públicamente reconocida como tal. Primero deberían divulgarse extractos generosamente adulterados y diluidos”. Por consiguiente, el psicoanálisis, más que una disciplina médica, presentaba todas las características para ser concebido como una especie de “sociedad secreta”. Bien es verdad que las primeras reuniones psicoanalíticas -que dieron origen a la Sociedad Psicológica de los Miércoles- invitaban a pensar así, por el ritualismo y secretismo con que se hacían. Max Graf, un ex-miembro de aquel movimiento elitista, reconocía: “El ambiente era propio de la fundación de una corriente religiosa. Freud era su nuevo profeta. Los alumnos -todos inspirados y convencidos- eran sus apóstoles”. Los partidarios consideraban que quienes se sometieran al tratamiento psicoanalítico, experimentarían una revitalización de carácter espiritual. El psicoanálisis venía pues a transformar el mundo, augurando una Nueva Era para el hombre. Finalmente, logró su propósito de penetrar en las esferas academicistas, no tanto por sus resultados psicoterapéuticos, sino por la aceptación que fue adquiriendo en ciertos círculos intelectuales y contraculturales de la vieja Europa. Actualmente, la Asociación Psicoanalítica Internacional, fundada por Freud en 1910, está representada en 33 países y cuenta con 11.500 miembros. Sin embargo, siguen alzándose muchas voces críticas, como la del reputado catedrático de psicología Hans J. Eysenck [1], para quien “Freud y el psicoanálisis deben ser considerados un fracaso. No nos queda más que una interpretación imaginaria de pseudo-acontecimientos, fracasos terapéuticos, teorías ilógicas e inconsistentes, plagios disimulados de los predecesores, percepciones erróneas de valor no demostrado y un grupo dictatorial e intolerante de seguidores que no insisten en la verdad, sino en la propaganda”. En todo caso, Jung siguió una línea muy alejada de la freudiana -fue notoria su discrepancia respecto al tema de la libido, negando que todas las neurosis estuviesen motivadas por traumas o represiones sexuales-, por lo que sus hipótesis sobre la enfermedad mental y sus trabajos psicoterapéuticos están mejor considerados.

(Anexo 3)
LOS OVNIS COMO ARQUETIPOS [3]
Jung, con su innata curiosidad hacia los enigmas, no podía dejar escapar la ocasión de estudiar un extraño fenómeno que levantó una gran expectación social desde su popularización en los años cincuenta. Nos referimos a los OVNIs. Él abordó el problema desde un enfoque psicoanalítico, resultado de lo cual fue su libro póstumo Un mito moderno. Sobre cosas que se ven en el cielo (1958). La forma de los llamados, por entonces, platillos volantes correspondía claramente al símbolo mandálico. “El mandala es una imagen arquetípica cuya existencia a través de los milenios puede comprobarse -explica el psicólogo suizo-. Caracteriza la totalidad o simboliza la totalidad de la persona, del fundamento del alma expresada míticamente: simboliza el fenómeno de la divinidad encarnada en el hombre”. En dicha obra, se hace eco no solo de esos rumores visionarios sobre OVNIs, sino también de los sueños que tienen a tales objetos como protagonistas y de su posible significado psicológico. Para Jung, los OVNIs -surgidos de los niveles más profundos de la psique humana- son símbolos arquetípicos de transformación individual y colectiva, manifestándose preferentemente en situaciones de crisis. Su presencia, además, guardaría relación con el paso de la era de Piscis a la de Acuario. Y los ufonautas representarían a los nuevos dioses tecnológicos. Jung estaba convencido de que el fenómeno descansa sobre una base emocional y que su naturaleza es psicoide (entre lo psíquico y lo físico). “La base de este género de rumor es una tensión afectiva, que tiene su causa en una situación de apremio colectivo o en una necesidad vital del alma”, afirmó. Tales postulados tuvieron su eco en determinados círculos ufológicos, influyendo en algunas corrientes heterodoxas como la paraufología, desde la que se comenzó a cuestionar el posible origen extraterrestre de los OVNIs y a vincularse más con el factor humano, haciendo tambalear los cimientos de la ufología clásica.