martes, 31 de julio de 2012
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sábado, 28 de julio de 2012
JUNG Y EL MUNDO IMAGINAL: Mis lecturas
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jueves, 26 de julio de 2012
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miércoles, 25 de julio de 2012
EL ENCUENTRO CON LA PROPIA SOMBRA Y LA AUTOESTIMA
Prof. Dra. Rebeca Retamales Rojas. Universidad de Alcalá. Departamento de
Especialidades Médicas.
Ponencia presentada en la Conferencia internacional “El Arte de la Paz”.
Caracas 27 y 28 de Abril. Caracas 2007.
El encuentro con la sombra implica una confrontación con uno mismo en el más
amplio sentido de la palabra. Es decir, un encuentro con lo inconsciente, con aquella
parte de la personalidad de la cual no siempre nos damos cuenta, pero que ejerce un
efecto en nuestra vida que puede llegar a sorprendernos. En los sueños, en las imágenes
que surgen en la mente, en la creación, en la intuición, en la obra de arte, en las
experiencias que trascienden la realidad concreta, en los actos fallidos, en los lapsus de
memoria, en los síntomas neuróticos se está manifestando esa parte de la psique.
De acuerdo con la psicología de C.G. Jung la sombra, está constituida por el
conjunto de las frustraciones, experiencias vergonzosas, dolorosas, temores,
inseguridades, rencor, agresividad que se alojan en lo inconsciente del ser humano
formando un complejo, muchas veces, disociado de la consciencia. La sombra contiene
todo lo negativo de la personalidad que el yo, que es el centro rector de la parte
consciente, no está siempre en condiciones de asumir y que, por lo mismo, puede llegar
a frenar la manifestación de nuestra auténtica forma de ser y de sentir.
En términos generales la sombra corresponde a la parte oscura del alma de todo
ser humano Expresado de otro modo podemos decir que, en esa parcela de lo inconsciente se
reúnen todas las miserias humanas que atañen al individuo y a las colectividades;
experiencias, sentimientos, imágenes, símbolos que pueden ser personales y universales.
La maldad, el egoísmo, la envidia, el ansia de dominio, de poder, la avidez por el
dinero, los celos, la avaricia, la cursilería, holgazanería, presuntuosidad, indolencia,
negligencia, la manipulación, la cobardía y muchos de nuestros miedos son emociones y
sentimientos que no resulta fácil reconocer como componentes de nuestra personalidad.
Muchas veces nos damos cuenta de ellos cuando nos inducen a conflictos con los
demás, a manifestaciones agresivas inesperadas, a sentimientos de culpa, a muestras de
egoísmo y hasta depresión inexplicables y que, sobre todo, no encajan con la imagenque tenemos de nosotros mismos. Tampoco encajan con la imagen social que queremos dar.
Normalmente cuando el individuo no puede asumir esas características en sí
mismo, las atribuye a los demás, esto es las proyecta en los otros. Así podemos ver
reflejados nuestros propios defectos, o limitaciones, en las actitudes negativas que
adoptamos hacia los que nos rodean. Cuando los prejuicios y la crítica exacerbada nos
impiden relacionarnos, con los vecinos, con los colegas, con las otras razas, con los
extranjeros, con los otros países, está funcionando la sombra individual como una parte
no integrada de la psique. Pero también los grupos, las familias, las organizaciones y los
diferentes componentes de la estructura social tienen su propia sombra.
Esta gran carga de negatividad conlleva un inmenso potencial de energía
psicológica que puede llegar a invadir la consciencia produciendo unos efectos
lamentables para las relaciones humanas. La capacidad destructiva de la sombra es muy
poderosa y es responsabilidad individual luchar por su integración en la personalidad
total para conseguir transformar esa misma energía en creatividad. Cuando esto ocurre
se produce un crecimiento de la confianza en nuestras capacidades reales y la
aceptación de las limitaciones que todo ser humano tiene activándose el potencial de
desarrollo que hasta entonces no fluía. Entonces la creatividad se manifiesta en todos
los niveles de la vida, no sólo el arte.
Se ha dicho que la idea de la sombra de la teoría de Jung podría ser equivalente
al concepto de inconsciente de Freud, sin embargo, la concepción energética de la
psique de Jung implica la posibilidad de transformación de lo destructivo en
constructivo. De lo instintivo negativo en energía vital.
Para Jung existen dos tipos de inconsciente; el inconsciente personal y el
colectivo. El inconsciente personal contiene todas las experiencias, no conscientes, que
atañen a la vida y la historia personal del individuo. El inconsciente colectivo se refiere
a un conocimiento universal heredado que constituye un patrimonio de la humanidad
presente en la mente individual. También se le denomina mente arcaica y, últimamente,
mente filogenética. Allí se alojan experiencias, tendencias, conocimientos que atañen al
pasado de una familia, de los pueblos y de la raza humana.
Desde esta perspectiva, el concepto de inconsciente colectivo indica que el ser
humano posee un potencial de sabiduría que va mucho más allá de lo que habitualmente
usa y aplica.
Situándonos en esta concepción de lo inconsciente podemos comprender que
existe una sombra personal que corresponde a los aspectos negativos individuales y una
sombra colectiva que corresponde a todo lo negativo y destructivo de la especie
humana. Ambas formas de inconsciente se relacionan de modo que la sombra individual
puede conectar con contenidos inconscientes colectivos potenciando su destructividad.
Del mismo modo, lo inconsciente colectivo puede actuar sobre las mentes individuales
constelando fuerzas de gran capacidad devastadora. La tortura, el secuestro, el
terrorismo, el maltrato doméstico y tanto otros casos de crueldad pueden servir para
ejemplificar como funciona esta relación entre lo inconsciente personal y lo
inconsciente colectivo en cuanto a la figura de la sombra.
El torturador puede adoptar a lo hijos de sus victimas y criarlos con el mismo
amor y cuidado que a sus propios hijos. Su sombra personal ha sido activada y
constelada por la sombra colectiva de quienes propician la tortura en el grupo, en una
situación de guerra, de dictadura o similar. De ese modo, el individuo comete actos de
infinita crueldad sin que esto le produzca el menor conflicto moral, porque se encuentra
dominado por la sombra de la colectividad a la que pertenece. Su consciencia individual
ha sido anulada por lo que no es capaz de juzgar estos actos. Es decir, el yo no funciona
como tal por su identificación con la imagen arquetípica del torturador constelándose en
su psique todo el poder destructivo que este arquetipo implica.
En algunos casos, cuando se encuentran fuera de este influjo y recuperan la
consciencia individual perdida puede que lleguen a dirigir esa destructividad hacia sí
mismo.En el caso de la violencia doméstica se puede identificar un patrón de
inferioridad/ superioridad y necesidad de dominio, además de una historia familiar de
agresividad y malos tratos que activa el vinculo de la psique personal con la colectiva.
El maltratador compensa sus sentimientos de inferioridad y, temor al abandono,
tratando de dominar a su pareja. Cuando ésta no lo admite, o se rebela, necesita anularla
a través de la humillación o, el maltrato físico. El no sabe que está repitiendo los
patrones inconscientes que forman parte de la sombra familiar de ambos miembros de lapareja. La elección de la misma está siempre influenciada por factores inconscientes que
cuando constelan lo negativo de la sombra no pueden augurar un futuro saludable. En
la película de Iciar Bollain “Te doy mis ojos “ se describe muy bien ese patrón. Cuando
el maltratador se siente humillado e inferior, por circunstancias ajenas a la pareja, dirige
su agresividad hacia quien según cree, más ama.
El desarrollo de la consciencia individual, de la fuerza e integridad del yo, es lo
que protege al individuo de caer en manos del potencial aniquilador que procede de los
aspectos negativos en la mente colectiva. Pero además es necesaria la suficiente
flexibilidad a los influjos inconscientes para conseguir canalizarlos adecuadamente. De
hecho, el encuentro con la sombra es un importante momento en el proceso de
individuación que conlleva la liberación de energía invertida en lo inconsciente lo que
significa su transformación en vitalidad y creatividad.
Este encuentro requiere una buena dosis de valor y de motivación por el
conocimiento de uno mismo. Es decir, un alto grado de fortaleza y autoestima para
poder enfrentarse con aquellos aspectos que no son agradables y que, cuando menos,
son dolorosos. Aspecto que además no encajan con la imagen que socialmente nos gusta
dar cuestión muy importante en el mundo actual que da gran valor a la apariencia.
El narcisismo generalizado que caracteriza al hombre moderno dificulta
enormemente el encuentro con este lado oscuro y reprimido de la personalidad.
Dentro de esta concepción energética de la psique, la sombra disociada de la
consciencia puede invadirla inesperadamente llevando al sujeto a comportamientos de
violencia inusitada, ansiedad descontrolada u otros tipos de actuaciones no habituales.
De este modo se puede observar su transformación en el polo opuesto de su forma de
ser. Esto se ve en los ejemplos citados anteriormente.
La novela de Robert Louis Stevenson Dr. Jekil y Mr Hyde describe
magistralmente esta transformación. Dr. Jekyl es un científico honorable y bondadoso
que crea una sustancia mágica que separa todo lo negativo de lo positivo de su
personalidad dando origen a Mr. Hyde un personaje malvado que disfruta de la vida
cediendo a sus más bajos instintos.
También en el mito del hombre lobo se muestra esta dualidad. Lo mismo se
observa en El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde.
Cuando este sustrato de la mente, que denominamos la sombra, es integrado
adecuadamente ejerce un efecto transformador en el más positivo de los sentidos. Yo he
oído decir a muchos artistas que la práctica de su arte, sea éste la música, la pintura, la
danza, o cualquier otra, les ha permitido canalizar un potencial de agresividad que de
otro modo les habría llevado a un comportamiento antisocial.
Todas las escuelas humanistas valoran el potencial de autorrealización que posee
el ser humano, potencial que les permite la transformación de sí mismo y si lo miramos
desde la perspectiva de la salud; la curación. El concepto de individuación de Jung se
refiere a la capacidad del ser humano para llegar a ser quien realmente es mediante la
integración de la totalidad de la psique; consciencia, inconsciente personal e
inconsciente colectivo. El arquetipo de la totalidad que forma parte de lo inconsciente
colectivo es el organismo que rige este proceso.
Los arquetipos de lo inconsciente colectivo que, son patrones de
comportamiento innato, en íntima relación con lo instintivo, representan todas las
posibilidades de manifestación de la conducta humana. Son aprehensibles nada más que
en forma de símbolos por ser éste el lenguaje natural de lo inconsciente. Así, la figura
de un mandala, que es un símbolo universalmente reconocido de totalidad, es una de las
múltiples formas de manifestarse el arquetipo integrador de la personalidad
denominado, en la psicología analítica, el Si Mismo.
Un mandala es literalmente un círculo aunque su dibujo sea complejo y esté a
menudo en un recinto cuadrado.
Es una imagen del mundo, al mismo tiempo que la actualización de poderes
divinos. Podemos decir también que es una imagen psicagógica que sirve para conducir
a quien la contempla a la iluminación o, a una experiencia trascendente.
En términos psicológicos representa el arquetipo central de la personalidad que
favorece la integración de lo consciente y de lo inconsciente. Jung observó, en sus
pacientes, que cuando se activaba el proceso de individuación estos comenzaban
espontáneamente a dibujar figuras circulares, verdaderos mandalas. El lo interpretaba
como la activación de la capacidad de síntesis de la psique en respuesta a la necesidad
de reorganización cuando está funcionando el proceso de individuación. Este era el
modo más frecuente de representar la constelación del arquetipo del sí mismo
favoreciendo el proceso.
Pero son infinitas las manifestaciones simbólicas que representan la noción de
unión, integración, renovación, totalización. Por Ej. las figuras de Jesucristo, de Buda
como representaciones de un desarrollo espiritual superior reflejan la capacidad
totalizadora del Si mismo que conduce a la espiritualización de ser humano.
Hemos dicho que lo inconsciente se expresa en forma de metáforas, de
imágenes, simbólicamente y la forma más natural de acceder a él consiste en prestar
atención a las narraciones acerca de nosotros mismos que relatan nuestros sueños
nocturnos. Estos revelan historias, además de las que corresponden a nuestra biografía o
vida personal, en las que muchas veces encontramos motivos mitológicos, de leyendas
populares, de historias maravillosas, rituales ancestrales etc.
Pero, hay muchas otros métodos psicológicos de acceso a lo inconsciente que
ayudan a promover el desarrollo personal y a identificar los efectos en la psique de los
arquetipos de lo inconsciente colectivo. A través del dibujo, la pintura, la danza la
imaginación activa y la representación de situaciones arquetípicas con diversos medios.
Todos los métodos dirigidos a canalizar la búsqueda de espiritualidad del ser
humano son también validos, sin embargo, no podemos dejar de tener presente que en
este campo tambien existe un lado sombrío. Por ejes las proliferación de sectas y/o
falsas religiones.
El primer paso del encuentro con la sombra se origina en una necesidad de
cambio que surge de una crisis personal. En ese momento el individuo tiene vivencias
de estancamiento, depresión, falta de sentido de la existencia. Se siente frecuentemente
angustiado, aislado o incomprendido. Es el momento de enfrentarse consigo mismo. De
preguntarse que papel juegan sus actuaciones, y su forma de ser, en las dificultades que
está viviendo. Esta confrontación es difícil realizarla en soledad, se necesita la
comprensión o empatía con el otro. Un amigo, un profesional de la psicología, un grupo
pueden ayudar a crear el espacio psicológico adecuado para comenzar el proceso de
transformación.
Dentro de este espacio protegido es posible hacer el camino para conectar con
los sentimientos de malestar, de miedo, angustia, culpa etc. Estas condiciones son
necesarias para tomar contacto con vivencias tan poco agradables y establecer una vía
de comunicación con el lado oscuro de la psique.
En cuanto al simbolismo colectivo de la sombra la figura de Satán, o el demonio,
pueden ser consideradas símbolos típicos La mitología en general y la griega en
particular, más significativa en la mente occidental, nos ofrece una variedad de
arquetipos humanos relacionados con la familia, el poder, la sombra. Los dioses griegos
representan arquetipos tales como; el varón dominante, seductor, la lujuria, la esposa
celosa e iracunda, la venganza, la injusticia con los hijos, la traición etc. que son
aspectos de la sombra universal.
Otro símbolo de la sombra se puede observar en las figuras que representan las
relaciones, positivas o negativas, entre los hermanos. El arquetipo de la rivalidad entre
los hermanos está representado en diferentes mitos; Caín y Abel, Jacob y Esaú. En los
cuentos de hadas las peripecias de los hermanos, así como los animales que ayudan al
protagonista pueden representar aspectos positivos de la sombra. Todos conocemos el
cuento de Hansel y Gretel en el que dos hermanos se ayudan para afrontar la
adversidad.
Así como los pueblos se caracterizan por su propia idiosincrasia, su mente
colectiva tiene también aspectos reprimidos que constituyen la sombra de ese pueblo, o
país. En España se oye decir con frecuencia que la envidia es el mal nacional. Según
nuestra perspectiva podríamos decir que se trata de un aspecto de la sombra de España.
Esto se hace comprensible analizando un fenómeno culturalmente extendido como es la
tremenda atracción que tienen (según dicen audiencia) los llamados programas del
corazón y la prensa rosa, que ofrecen un fenómeno interesante para todos los
profesionales de las ciencias humanas.
Resulta curioso observar como se encumbra a personajes que no son
representativos de ningún valor humano digno de admiración, ni respeto. Por el
contrario, son individuos cuyas cualidades humanas y morales corresponden a lo más
zafio de la especie. Verdaderos esperpentos humanos cuyos rasgos de personalidad
apuntan a un claro perfil psicopático.
En un primer paso, son ascendidos a la popularidad para posteriormente ser
criticados, vapuleados, humillados públicamente con una fuerza y un odio que resulta
sorprendente. Según esta dinámica crean personajes tal como Dr. Jekyl creó a Mr. Hyde
para después proyectar en ellos la sombra individual que solo contiene envidia y
rencor. Seguro que los protagonistas de este fenómeno después que han volcado hacia
afuera toda la amargura que guardan en su sombra llegan a sus casas llenos de amor y
comprensión hacia su familia y amigos. Psicológicamente es una descarga momentánea
que jamás les llevará a la integración de este aspecto oscuro de la mente.
Por otra parte y dentro del mismo fenómeno, se observa una persecución a
determinados artistas de éxito que caen en desgracia, por alguna constelación
inconsciente que encaja las sombras, personal y colectiva, de ambas partes de la
relación. La dinámica dominio, envidia, destrucción está funcionando peligrosamente
en estos casos. Se hurga en sus miserias y fracasos con un afán de aniquilación que
realmente da miedo. Parecen verdaderos inquisidores, poseídos por el arquetipo,
desbordados por el racismo antisemita o la persecución de la bruja arquetípica. Todos
bajo el domino de la sombra colectiva del español cuya historia con respecto a estos
temas les avergüenza, culpabiliza y muchas veces tratan de negar.
Pero hay una manifestación propia y característica de la cultura hispana como es
la corrida de toros donde se representa simbólicamente la lucha del héroe con las
fuerzas de lo inconsciente. El torero es el héroe ancestral ejecutando una danza en torno
a la figura de una espiral que lucha con un animal de gran poder generativo como es el
toro. La contraposición entre luz y sombra se manifiesta claramente en este ritual
ancestral. El torero con el traje de luces simbolizando la lucidez y sabiduría del ser
humano en constante confrontación con lo más oscuro de sí mismo.
En el espacio circular, que es el ruedo, se asiste a una danza transformadora de
lo instintivo salvaje en un potencial creador que sobrepasa la realidad contingente. Los
participantes entran así en contacto con los arquetipos que se constelan en la
representación del mito, y la ejecución del ritual, que están en la base la corrida de
toros.La verdad es que escribir sobre este aspecto de la psique provoca, muchas veces,
escalofríos y uno se pregunta cómo hacer frente a ese enemigo escondido en la mente
individual y en la colectiva. La respuesta es la de siempre, el desarrollo personal, la
búsqueda individual, el auto conocimiento, el suficiente amor por uno mismo, la
compasión y el respeto por el propio dolor, por los fracasos que, finalmente, activará el
amor y la consideración por el prójimo, percibiéndolo como un miembro más de una
misma especie con la que se comparte el misterio de la vida.
En muchos casos observo que el perfeccionismo, que forma parte de la psique de
muchas personas luchadoras, no les permite aceptar sus errores, o fracasos,
manteniendo una crítica tan fuerte hacia ellos mismos como si la perfección fuera una
condición humana. Desde esta postura no se puede avanzar en este proceso porque se
requiere un grado mínimo de autoestima y aceptación de sí mismo para enfrentarse a la
sombra. Es preciso liberarse de esta presión para avanzar en el proceso de
individuación, que no deja otra opción que la confrontación con lo más oscuro y
doloroso dentro de uno mismo. Cuando podemos transitar en este terreno naturalmente,
sin demasiada amenaza, nos volvemos más tolerantes con el vecino, con el compañero,
con el subalterno, con el extranjero, con el pobre, con el rico, con el blanco, con el
negro.
No cabe duda que, el encuentro con la sombra es un trabajo individual,
enmarcado en una relación humana significativa, en este sentido la presencia del otro es
indispensable. Finalmente sus efectos se proyectarán en nuestro entorno más próximo,
pero también en el aparentemente más lejano, el colectivo. A partir del individuo
consciente de su sombra se puede concebir alguna esperanza hacia el futuro de la
humanidad. Para esto hay que tener presente que somos un microcosmos incluido en un
macrocosmos, de modo que todo lo que ocurre en el individuo no solo se proyecta en su
entorno mas cercano sino que también en lo colectivo a través de lo inconsciente. Si
curamos nuestras heridas, tambien estamos curando las de la humanidad.
Para erradicar el odio, la guerra, la destrucción debemos comenzar por asumir
nuestros propios odios y resentimientos esto implica despejar el camino hacia la
autenticidad. Hacia lo que realmente soy que, en última instancia, es una búsqueda
espiritual, una búsqueda de la trascendencia del ser humano.
El conocido proverbio “siembra odios y cosecha tempestades” dice mucho sobre
la propagación de la oscuridad de la sombra en el entorno.
Lo que de ningún modo puede ocurrir es la huída de la sombra individual
disociándola y creyendo que aquella imagen social que se muestra públicamente es
nuestra auténtica forma de ser. Como todos los seres humanos somos sublimes y
patéticos, hay que asumirlo.
A partir del sentimiento de humildad que surge cuando nos sentimos una
pequeña parte del universo, teniendo presente la relación psique individual y psique
colectiva, se puede vislumbrar un sendero que conduzca alguna vez a la paz.
Jung dice “la sombra solo es peligrosa cuando no le prestamos debida atención”.
BIBLIOGRAFIA
Ellenberger Henri F.: El descubrimiento del inconsciente. Ed. Gredos. Madrid, 1976.
Jung C. G.: Recuerdos sueños y pensamientos. Seix Barral. Biblioteca Breve. 1986
Jung C. G.: El hombre y sus símbolos. Paidos. Buenos Aires 1995.
Sharp Daryl: Lexicon Junguiano. Cuatro Vientos. Santiago de Chile 1994.
Vázquez A: Freud y Jung: exploradores del inconsciente. Ediciones Pedagógicas, Madrid,
2001.
Zweig C. y Abrams J.: ENCUENTRO CON LA SOMBRA El poder del lado oscuro de la
naturaleza humana. Editorial Kairós, 2005
LA PRÁCTICA DEL ANALISTA
La práctica del analista
Olivia del Castillo
“…el terapeuta tiene que renunciar a todos sus presupuestos y a todas
sus técnicas y limitarse a un procedimiento puramente dialéctico,
es decir, a la actitud que evita todos los métodos.”
C.G.Jung (OC16 párrafo 6)
“Hay un hecho sentimental del pecado original, del sentido del sufrimiento y de la inmortalidad. Experimentarlo
es un carisma que ningún arte humano puede conquistar por la fuerza. Solo una entrega sin reservas puede
alcanzar esa meta.
Pero no todo el mundo es capaz de esa entrega. No hay un “debería”, pues en el esfuerzo de la voluntad
hay inevitablemente un énfasis tan fuerte en el “yo quiero” que se alcanza lo contrario de la entrega
Así que las experiencias más curativas y más necesarias para el alma son difíciles de alcanzar, pues exigen algo extraordinario del hombre ordinario”.
C.G.Jung (OC16 párrafo 186-187)
Anoche tuve un sueño. Su argumento ha orientado el contenido de este artículo, cuyo
título apareció en mi mente hace algunas semanas.
En síntesis, el sueño me ha dejado la impresión de que lo que voy a escribir hoy no ha
de a ir dirigido a “vender” unas ideas. Frente a la sensación o emoción que despierta el
concepto “vender”, ha surgido el opuesto de “entregar”. Concluyo, pues, que he de
redactar este artículo como un acto de “entrega” sincera y personal.
Llevo practicando la profesión de psicoterapeuta desde que me licencié en 1977 en la
facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona. Siempre fui muy entusiasta con mi
profesión, principalmente, porque me interesaba mucho la materia: para mi estaba claro
que lo psíquico era lo más importante del ser humano, por tanto, profundizar en ello era
fundamental. Otro motivo por el que me tome muy en serio mi oficio fue la necesidad de
subsistencia: siempre he vivido de mi trabajo como psicóloga.
Durante todos estos años, me he preocupado por conocer lo más posible las distintas
descripciones de la psique y he intentado trabajar honestamente en mi práctica clínica.
Pero, además, paralelamente al desarrollo de mi carrera, constantemente he sentido una
enorme inquietud con respecto a mi propia experiencia personal.
Desde el inicio de mi experiencia noté que, si bien mi práctica profesional estaba
circunscrita a la consulta, mi propia personalidad iba alterándose continuamente fruto de
las vivencias profesionales; fenómeno del que no podía desentenderme.
Esto me llevó a la búsqueda de “algo”, no sabía qué, algo que no había visto en la
universidad en que me formé. A partir de esa búsqueda y venciendo muchas resistencias
por la influencia del entorno académico, me acerqué a la psicología analítica. De ese
modo, empecé a ver la diferencia entre la práctica del psicólogo y la práctica del analista.
Inicié mi análisis y descubrí que formarse como analista era, esencialmente, entregarse al
análisis propio; algo que yo sentía como de vital necesidad para llevar a cabo mi tarea
diaria de manera verdaderamente creativa. La intuición me decía que la fuente, tanto de
mi creatividad como de mis limitaciones, estaba en mí, en “ver” en mí, y no sólo en el
paciente. Realicé mi análisis con mucho gusto, con la impresión paralela de que habíaencontrado lo que buscaba y de que estaba atendiendo el área que tanto me había inquietado.
Junto a esta experiencia, que fue tan dolorosa como atractiva, mi trabajo cobraba más
sentido, se revitalizaba, se veía más ordenado, más ético y adquiría una notable
dimensión de calidad y estabilidad: podía estar disfrutando “miles de años” de esta
aventura diaria, no me cansaba por muchas horas al día que estuviera atendiendo a mis
pacientes. Progresivamente, fui reconociendo que cada sesión era como una obra de arte
que el paciente y yo habíamos creado conjuntamente. Una obra de arte que tenía un
comienzo y un final. Sesión tras sesión iba cobrando sentido la idea de “proceso”, que
acababa cuando se revelara clara y objetivamente que llegábamos al final del tratamiento.
Pero mi análisis concluyó y mi práctica, ahora como analista reconocida, continuó.
Entonces empezó una etapa muy curiosa. Ahora que reconocía el inconsciente y me sentía
tan cómoda y creativa, bebiendo de esa fuente que alimenta la consciencia, empecé a
sentirme inadaptada y atrapada en un mundo en el que el desprecio por la naturaleza de
la psique era casi absoluto. Sufrí mucho y a solas, mi vida personal se estaba viendo
afectada. Pensaba que los psicoterapeutas teníamos que sentarnos a hablar sin trabas de
nuestras vivencias personales en relación a estas inquietudes, pero nunca encontré
interlocutores que experimentaran algo parecido. Un amigo me recomendó un libro: “La
vida personal del psicoterapeuta. El impacto de la práctica clínica en las emociones y
vivencias del terapeuta”, de James D.Guy. Me alegró comprobar que alguien dedicara su
tiempo a investigar en un aspecto tan relevante para mí por el que, al parecer, no muchos
autores ni colegas se interesaban.
Más tarde se publicaría: “Analistas junguianos”, curiosamente el título en inglés es mucho
más sugerente: “Jungian Analysts: Their Visions and Vulnerabilities”. Me pregunto por qué
no se quiso incluir: “Sus Visiones y Vulnerabilidades” en la traducción al español, parecía
una señal de la carencia que yo estaba padeciendo en mi país. Se trata de un coloquio
entre analistas junguianos, presentado por J.M.Spiegelman que, de forma desenfadada,
hablan de su vida personal, de cuál fue su camino hacia la psicología junguiana y de la
realidad cruda de su proceso analítico. El testimonio de estas personas me resultaba muy
próximo, a pesar de que todos ellos estaban muy lejos de aquí, en otros países.
Pasó el tiempo y la tensión se fue acumulando. Empecé a cuestionarme si debía o no
iniciar otro análisis. Al cabo de varios años encontré a la persona adecuada y lo inicié. Y
fue en esta ocasión cuando realmente acabé mi trabajo analítico personal. Comprendí que
no hay nada escrito con respecto a las ocasiones en que uno debe darse la oportunidad de
analizarse.
Sin embargo, me llevaría mucho tiempo (una buena parte de mi vida) encontrar mi lugar
en “este mundo”, encontrar el eslabón perdido entre mi práctica como analista y el
exterior. En algún pequeño punto de mí misma sentía una profunda escisión que me
enfermaba. Por otra parte, se me hacía evidente que esta tarea no podía cubrirla con
ningún otro analista. El setting analítico que requería ahora mi proceso de vida se
encontraba en los distintos espacios y ambientes a los que las circunstancias personales
de mi vida me llevaban (mi intuición, afortunadamente, siempre me ayudó a no dar la
espalda a esa realidad): asistir a los eventos de la escuela de los hijos, el matrimonio, las
vacaciones con un grupo organizado al azar en agencia de viajes, viajar en metro, asistir a
las reuniones de vecinos, ir al mercado…etc. Esos eran los lugares “sagrados” en donde se
iba a dar el ritual de transformación de lo que, dentro de mí misma, me alejaba del
mundo.
El proceso era imparable. No podía aislarme en mi consultorio, donde sí había un respeto
por la psique. Era evidente que el aislamiento me perjudicaba, me hacía demasiado
“especial”. Por otra parte, me resultaba imposible dejar de padecer y de tomar consciencia
de las vivencias que padecía con mis congéneres; negadores siempre de lo inconsciente y,
por tanto, despreciativos de la psique. Y, mientras, mi sensibilidad y receptividad iban
aumentando a causa de mi práctica diaria.
Después de soportar la intensidad de este tormento durante años, puedo constatar que la
práctica del analista, en efecto, mueve su psique. En primer término, la mueve por una
necesidad que nace de su ética. Es la psique quien lleva al psicólogo a tratar su propia
neurosis, y evitar así que ésta se trate a través de los pacientes. La ética individual del
profesional se encarga de generar la desazón necesaria para advertirle del riesgo de
semejante error.
Y, en segundo lugar, la práctica del analista mueve su propia psique, que, por su función
autorreguladora y homeostática, acelera el proceso de individuación del analista, para
“obligarle” a alcanzar la madurez que requiere esta profesión. La prueba consiste en
pasar por crisis de des-estructuración que permitan diferenciar, en carne propia, aspectos
que no se pueden apreciar acumulando conocimientos teóricos. Si la crisis es
verdaderamente efectiva, el individuo sufrirá una profunda revolución y transformación.
La continua exposición a la acción de los arquetipos con los que se va a ir confrontando en
la relación analítica con sus pacientes, movilizará automáticamente sus complejos, lo que
acarrea un padecimiento difícil de sostener e imposible de eludir.
No siempre puede asimilarse esta vivencia. Si se puede, tras el tormento, el analista
apreciará en sí mismo una fuerza, una creatividad y una elasticidad sorprendentes. Si no
puede encajar el proceso, su complejo del Yo se constelará defensivamente ante la
inseguridad que produce la movilización de los demás complejos. Así, el Yo, instalado en
formas de poder rígidas y defensivas, perderá la capacidad creativa para tratar con la
psique.
Tanto en un caso como en otro, es recomendable no resistirse a la contienda sino
“entregarse” valientemente, de lo contrario una u otra forma de destrucción aparecerá en
la vida del analista.
Como sabemos, el método analítico junguiano es dialéctico e individual y no sugestivo. En
dicho procedimiento no es posible desentenderse de la personalidad del analista. A partir
de mi propia experiencia coincido plenamente con este presupuesto.
Recordemos las palabras textuales de Jung al respecto:
“Una terapia que deje de lado las condiciones de la personalidad del médico es pensable si acaso en el ámbito
de las técnicas racionales, pero no en el ámbito del método dialéctico, pues ahí el médico tiene que salir del
anonimato y rendir cuentas de sí mismo, que es exactamente lo que exige de su paciente. No sé qué es más
difícil: adquirir un gran saber o renunciar a la autoridad y al anonimato profesional. En todo caso, esta necesidad representa una prueba moral que no hace precisamente envidiable la profesión de psicoterapeuta” (C.G.Jung.
OC16 párrafo 23)
El analista no se libra de lo que es. Es a través de este compromiso consigo mismo como
llega a asimilar la pluralidad de identidades que anidan en la profundidad de su psique, y
que se manifestarán, probablemente, más en él que en las personas que no ejercen esta
profesión. Esto le capacita para tratar mayor diferencia de casos y le capacita, así mismo,
para asumir la pluralidad del mundo.
Existe el riesgo de confundir el final del análisis con el final de esta asimilación. La carrera
por concluir los requisitos para el nombramiento como analista puede enmascarar futuros
peligros. La formación, en el sentido de exposición y asimilación del que hemos hablado,
no acaba nunca. Así como el artista ha de dejarse traspasar por una experiencia de
despojamiento y transformación, como el pintor Ramón Gaya expresa:
“Pintura no es hacer: es sacrificio, es quitar, desnudar, y trazo a trazo, el alma irá acudiendo sin trabajo."
Así, el analista, en su práctica, y en su vida, ha de estar en contacto con su psique y
entregarse humildemente a lo que esta le indica. Sin este “sacrificio”, no habrá
verdadera escucha ni lucidez en su práctica profesional.
El desastre al que puede conducir la obcecación y la identificación con el complejo del Yo
del analista que se instala en fórmulas de poder, fue muy bien descrito por Adolf
Guguebhül- Craig en “Poder y destructividad en psicoterapia”.
A lo largo de su obra, Jung, no deja de referirse con toda claridad a la importancia de la
exposición personal del psicólogo en su relación terapéutica con el paciente. De igual
modo, podemos encontrar mucho material relacionado con el tema entre otros autores
post junguianos, como es el caso de Mario Jacoby en: “El encuentro analítico. La
transferencia y la relación humana”.
Mi conclusión es que, a medida que la experiencia nos obliga a ir traspasando umbrales
interiores que antes aterraban, uno va cobrando cuerpo, viéndose integrado en el mundo,
en la sociedad, y va permitiéndose estar con la psique o las psiques, más allá de la
consulta, guardando dentro el misterio que muchos no quieren, ni tienen por qué,
descubrir en toda su vida. Aceptar esta realidad del mundo va parejo con aceptar la
realidad del uno.
Jung dice que “curar significa transformar” (OC16 párrafo 11). Podemos concluir que los
misterios de la práctica del analista implican, entre otras entregas, la aceptación de su
propia cura y transformación. No hay cura sin enfermedad y padecimiento, y no hay
escucha analítica ni creatividad sin atender a la propia psique en nuestro vivir.
Barcelona, 27 de agosto de 2007
Referencias bibliográficas
D.Guy, James. La vida personal del psicoterapeuta. El impacto de la
práctica clínica en las emociones y vivencias del terapeuta.
Paidós. Barcelona 1995.
Febres-Cordero, León. Penteo. El último Minotauro. Clitemnestra. Mata que Dios perdona.
Olimpia. Nerón. Monte Ávila Editores Latinoamérica C.A.
Caracas 2002.
Gaya, Ramón. Velázquez pájaro solitario. Pretextos. Paterna 2002.
Guggenbhül-Craig, Adolf. Poder y destructividad en psicoterapia.
Monte Ávila Editores. Caracas 1992.
Jacoby, Mario. El encuentro analítico. La transferencia y la relación humana.
Fata Morgana. México 2005.
Jung, Calr Gustav. La práctica de la psicoterapia. O.C. Vol. 16
Trotta. Madrid 2006.
Laín Entralgo, Pedro. La curación por la palabra en la antigüedad clásica.
Anthropos. Rubí 2005.
Speigelman, J.M. Analistas junguianos. Indigo. Barcelona 1990.
Olivia del Castillo
“…el terapeuta tiene que renunciar a todos sus presupuestos y a todas
sus técnicas y limitarse a un procedimiento puramente dialéctico,
es decir, a la actitud que evita todos los métodos.”
C.G.Jung (OC16 párrafo 6)
“Hay un hecho sentimental del pecado original, del sentido del sufrimiento y de la inmortalidad. Experimentarlo
es un carisma que ningún arte humano puede conquistar por la fuerza. Solo una entrega sin reservas puede
alcanzar esa meta.
Pero no todo el mundo es capaz de esa entrega. No hay un “debería”, pues en el esfuerzo de la voluntad
hay inevitablemente un énfasis tan fuerte en el “yo quiero” que se alcanza lo contrario de la entrega
Así que las experiencias más curativas y más necesarias para el alma son difíciles de alcanzar, pues exigen algo extraordinario del hombre ordinario”.
C.G.Jung (OC16 párrafo 186-187)
Anoche tuve un sueño. Su argumento ha orientado el contenido de este artículo, cuyo
título apareció en mi mente hace algunas semanas.
En síntesis, el sueño me ha dejado la impresión de que lo que voy a escribir hoy no ha
de a ir dirigido a “vender” unas ideas. Frente a la sensación o emoción que despierta el
concepto “vender”, ha surgido el opuesto de “entregar”. Concluyo, pues, que he de
redactar este artículo como un acto de “entrega” sincera y personal.
Llevo practicando la profesión de psicoterapeuta desde que me licencié en 1977 en la
facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona. Siempre fui muy entusiasta con mi
profesión, principalmente, porque me interesaba mucho la materia: para mi estaba claro
que lo psíquico era lo más importante del ser humano, por tanto, profundizar en ello era
fundamental. Otro motivo por el que me tome muy en serio mi oficio fue la necesidad de
subsistencia: siempre he vivido de mi trabajo como psicóloga.
Durante todos estos años, me he preocupado por conocer lo más posible las distintas
descripciones de la psique y he intentado trabajar honestamente en mi práctica clínica.
Pero, además, paralelamente al desarrollo de mi carrera, constantemente he sentido una
enorme inquietud con respecto a mi propia experiencia personal.
Desde el inicio de mi experiencia noté que, si bien mi práctica profesional estaba
circunscrita a la consulta, mi propia personalidad iba alterándose continuamente fruto de
las vivencias profesionales; fenómeno del que no podía desentenderme.
Esto me llevó a la búsqueda de “algo”, no sabía qué, algo que no había visto en la
universidad en que me formé. A partir de esa búsqueda y venciendo muchas resistencias
por la influencia del entorno académico, me acerqué a la psicología analítica. De ese
modo, empecé a ver la diferencia entre la práctica del psicólogo y la práctica del analista.
Inicié mi análisis y descubrí que formarse como analista era, esencialmente, entregarse al
análisis propio; algo que yo sentía como de vital necesidad para llevar a cabo mi tarea
diaria de manera verdaderamente creativa. La intuición me decía que la fuente, tanto de
mi creatividad como de mis limitaciones, estaba en mí, en “ver” en mí, y no sólo en el
paciente. Realicé mi análisis con mucho gusto, con la impresión paralela de que habíaencontrado lo que buscaba y de que estaba atendiendo el área que tanto me había inquietado.
Junto a esta experiencia, que fue tan dolorosa como atractiva, mi trabajo cobraba más
sentido, se revitalizaba, se veía más ordenado, más ético y adquiría una notable
dimensión de calidad y estabilidad: podía estar disfrutando “miles de años” de esta
aventura diaria, no me cansaba por muchas horas al día que estuviera atendiendo a mis
pacientes. Progresivamente, fui reconociendo que cada sesión era como una obra de arte
que el paciente y yo habíamos creado conjuntamente. Una obra de arte que tenía un
comienzo y un final. Sesión tras sesión iba cobrando sentido la idea de “proceso”, que
acababa cuando se revelara clara y objetivamente que llegábamos al final del tratamiento.
Pero mi análisis concluyó y mi práctica, ahora como analista reconocida, continuó.
Entonces empezó una etapa muy curiosa. Ahora que reconocía el inconsciente y me sentía
tan cómoda y creativa, bebiendo de esa fuente que alimenta la consciencia, empecé a
sentirme inadaptada y atrapada en un mundo en el que el desprecio por la naturaleza de
la psique era casi absoluto. Sufrí mucho y a solas, mi vida personal se estaba viendo
afectada. Pensaba que los psicoterapeutas teníamos que sentarnos a hablar sin trabas de
nuestras vivencias personales en relación a estas inquietudes, pero nunca encontré
interlocutores que experimentaran algo parecido. Un amigo me recomendó un libro: “La
vida personal del psicoterapeuta. El impacto de la práctica clínica en las emociones y
vivencias del terapeuta”, de James D.Guy. Me alegró comprobar que alguien dedicara su
tiempo a investigar en un aspecto tan relevante para mí por el que, al parecer, no muchos
autores ni colegas se interesaban.
Más tarde se publicaría: “Analistas junguianos”, curiosamente el título en inglés es mucho
más sugerente: “Jungian Analysts: Their Visions and Vulnerabilities”. Me pregunto por qué
no se quiso incluir: “Sus Visiones y Vulnerabilidades” en la traducción al español, parecía
una señal de la carencia que yo estaba padeciendo en mi país. Se trata de un coloquio
entre analistas junguianos, presentado por J.M.Spiegelman que, de forma desenfadada,
hablan de su vida personal, de cuál fue su camino hacia la psicología junguiana y de la
realidad cruda de su proceso analítico. El testimonio de estas personas me resultaba muy
próximo, a pesar de que todos ellos estaban muy lejos de aquí, en otros países.
Pasó el tiempo y la tensión se fue acumulando. Empecé a cuestionarme si debía o no
iniciar otro análisis. Al cabo de varios años encontré a la persona adecuada y lo inicié. Y
fue en esta ocasión cuando realmente acabé mi trabajo analítico personal. Comprendí que
no hay nada escrito con respecto a las ocasiones en que uno debe darse la oportunidad de
analizarse.
Sin embargo, me llevaría mucho tiempo (una buena parte de mi vida) encontrar mi lugar
en “este mundo”, encontrar el eslabón perdido entre mi práctica como analista y el
exterior. En algún pequeño punto de mí misma sentía una profunda escisión que me
enfermaba. Por otra parte, se me hacía evidente que esta tarea no podía cubrirla con
ningún otro analista. El setting analítico que requería ahora mi proceso de vida se
encontraba en los distintos espacios y ambientes a los que las circunstancias personales
de mi vida me llevaban (mi intuición, afortunadamente, siempre me ayudó a no dar la
espalda a esa realidad): asistir a los eventos de la escuela de los hijos, el matrimonio, las
vacaciones con un grupo organizado al azar en agencia de viajes, viajar en metro, asistir a
las reuniones de vecinos, ir al mercado…etc. Esos eran los lugares “sagrados” en donde se
iba a dar el ritual de transformación de lo que, dentro de mí misma, me alejaba del
mundo.
El proceso era imparable. No podía aislarme en mi consultorio, donde sí había un respeto
por la psique. Era evidente que el aislamiento me perjudicaba, me hacía demasiado
“especial”. Por otra parte, me resultaba imposible dejar de padecer y de tomar consciencia
de las vivencias que padecía con mis congéneres; negadores siempre de lo inconsciente y,
por tanto, despreciativos de la psique. Y, mientras, mi sensibilidad y receptividad iban
aumentando a causa de mi práctica diaria.
Después de soportar la intensidad de este tormento durante años, puedo constatar que la
práctica del analista, en efecto, mueve su psique. En primer término, la mueve por una
necesidad que nace de su ética. Es la psique quien lleva al psicólogo a tratar su propia
neurosis, y evitar así que ésta se trate a través de los pacientes. La ética individual del
profesional se encarga de generar la desazón necesaria para advertirle del riesgo de
semejante error.
Y, en segundo lugar, la práctica del analista mueve su propia psique, que, por su función
autorreguladora y homeostática, acelera el proceso de individuación del analista, para
“obligarle” a alcanzar la madurez que requiere esta profesión. La prueba consiste en
pasar por crisis de des-estructuración que permitan diferenciar, en carne propia, aspectos
que no se pueden apreciar acumulando conocimientos teóricos. Si la crisis es
verdaderamente efectiva, el individuo sufrirá una profunda revolución y transformación.
La continua exposición a la acción de los arquetipos con los que se va a ir confrontando en
la relación analítica con sus pacientes, movilizará automáticamente sus complejos, lo que
acarrea un padecimiento difícil de sostener e imposible de eludir.
No siempre puede asimilarse esta vivencia. Si se puede, tras el tormento, el analista
apreciará en sí mismo una fuerza, una creatividad y una elasticidad sorprendentes. Si no
puede encajar el proceso, su complejo del Yo se constelará defensivamente ante la
inseguridad que produce la movilización de los demás complejos. Así, el Yo, instalado en
formas de poder rígidas y defensivas, perderá la capacidad creativa para tratar con la
psique.
Tanto en un caso como en otro, es recomendable no resistirse a la contienda sino
“entregarse” valientemente, de lo contrario una u otra forma de destrucción aparecerá en
la vida del analista.
Como sabemos, el método analítico junguiano es dialéctico e individual y no sugestivo. En
dicho procedimiento no es posible desentenderse de la personalidad del analista. A partir
de mi propia experiencia coincido plenamente con este presupuesto.
Recordemos las palabras textuales de Jung al respecto:
“Una terapia que deje de lado las condiciones de la personalidad del médico es pensable si acaso en el ámbito
de las técnicas racionales, pero no en el ámbito del método dialéctico, pues ahí el médico tiene que salir del
anonimato y rendir cuentas de sí mismo, que es exactamente lo que exige de su paciente. No sé qué es más
difícil: adquirir un gran saber o renunciar a la autoridad y al anonimato profesional. En todo caso, esta necesidad representa una prueba moral que no hace precisamente envidiable la profesión de psicoterapeuta” (C.G.Jung.
OC16 párrafo 23)
El analista no se libra de lo que es. Es a través de este compromiso consigo mismo como
llega a asimilar la pluralidad de identidades que anidan en la profundidad de su psique, y
que se manifestarán, probablemente, más en él que en las personas que no ejercen esta
profesión. Esto le capacita para tratar mayor diferencia de casos y le capacita, así mismo,
para asumir la pluralidad del mundo.
Existe el riesgo de confundir el final del análisis con el final de esta asimilación. La carrera
por concluir los requisitos para el nombramiento como analista puede enmascarar futuros
peligros. La formación, en el sentido de exposición y asimilación del que hemos hablado,
no acaba nunca. Así como el artista ha de dejarse traspasar por una experiencia de
despojamiento y transformación, como el pintor Ramón Gaya expresa:
“Pintura no es hacer: es sacrificio, es quitar, desnudar, y trazo a trazo, el alma irá acudiendo sin trabajo."
Así, el analista, en su práctica, y en su vida, ha de estar en contacto con su psique y
entregarse humildemente a lo que esta le indica. Sin este “sacrificio”, no habrá
verdadera escucha ni lucidez en su práctica profesional.
El desastre al que puede conducir la obcecación y la identificación con el complejo del Yo
del analista que se instala en fórmulas de poder, fue muy bien descrito por Adolf
Guguebhül- Craig en “Poder y destructividad en psicoterapia”.
A lo largo de su obra, Jung, no deja de referirse con toda claridad a la importancia de la
exposición personal del psicólogo en su relación terapéutica con el paciente. De igual
modo, podemos encontrar mucho material relacionado con el tema entre otros autores
post junguianos, como es el caso de Mario Jacoby en: “El encuentro analítico. La
transferencia y la relación humana”.
Mi conclusión es que, a medida que la experiencia nos obliga a ir traspasando umbrales
interiores que antes aterraban, uno va cobrando cuerpo, viéndose integrado en el mundo,
en la sociedad, y va permitiéndose estar con la psique o las psiques, más allá de la
consulta, guardando dentro el misterio que muchos no quieren, ni tienen por qué,
descubrir en toda su vida. Aceptar esta realidad del mundo va parejo con aceptar la
realidad del uno.
Jung dice que “curar significa transformar” (OC16 párrafo 11). Podemos concluir que los
misterios de la práctica del analista implican, entre otras entregas, la aceptación de su
propia cura y transformación. No hay cura sin enfermedad y padecimiento, y no hay
escucha analítica ni creatividad sin atender a la propia psique en nuestro vivir.
Barcelona, 27 de agosto de 2007
Referencias bibliográficas
D.Guy, James. La vida personal del psicoterapeuta. El impacto de la
práctica clínica en las emociones y vivencias del terapeuta.
Paidós. Barcelona 1995.
Febres-Cordero, León. Penteo. El último Minotauro. Clitemnestra. Mata que Dios perdona.
Olimpia. Nerón. Monte Ávila Editores Latinoamérica C.A.
Caracas 2002.
Gaya, Ramón. Velázquez pájaro solitario. Pretextos. Paterna 2002.
Guggenbhül-Craig, Adolf. Poder y destructividad en psicoterapia.
Monte Ávila Editores. Caracas 1992.
Jacoby, Mario. El encuentro analítico. La transferencia y la relación humana.
Fata Morgana. México 2005.
Jung, Calr Gustav. La práctica de la psicoterapia. O.C. Vol. 16
Trotta. Madrid 2006.
Laín Entralgo, Pedro. La curación por la palabra en la antigüedad clásica.
Anthropos. Rubí 2005.
Speigelman, J.M. Analistas junguianos. Indigo. Barcelona 1990.
PSICOLOGIA ANALITICA: Consideraciones en el 50 aniversario de la muerte ...
PSICOLOGIA ANALITICA: Consideraciones en el 50 aniversario de la muerte ...: Consideraciones en el 50 aniversario de la muerte de Carl Gustav Jung. Cuando se cumplen cincuenta años de su muerte, me pongo a conside...
Consideraciones en el 50 aniversario de la muerte de Carl Gustav Jung.
Consideraciones en el 50 aniversario de la muerte de Carl Gustav Jung.
Cuando se cumplen cincuenta años de su muerte, me pongo a considerar de qué forma Carl Gustav Jung está vivo hoy y cómo, desde su mirada, se entiende la experiencia del ser humano en la actualidad.
Soy analista y en mi tarea diaria conecto con la experiencia individual que tuvo Jung; experiencia que se
ocupó de recoger, escribir y dibujar, para que siguiera viva más allá de su muerte, como lo muestra su obra
completa y el recientemente publicado Libro Rojo . Hace un momento, esta misma tarde, alguien en mi
consulta me ha dicho: Algo tira de mí, expresando así una sensación difícilmente descriptible en palabras. Al
escucharlo, he pensado que ese algo que tira de él está participando en la tarea que esa persona y yo nos
encontramos haciendo juntos, en análisis. En efecto, algo ha hecho que nos encontremos en mi consulta una
vez por semana para hablar de sus asuntos y para ver juntos muchas cosas, por ejemplo, las imágenes de sus sueños o de sus fantasías.
Ese algo que tira de uno probablemente fue intuido por los hombres de todas las épocas a lo largo de la
historia de la humanidad y de todas las culturas, pero no fue colocado en el ámbito de la ciencia hasta que
Carl Gustav Jung, psiquiatra suizo que trabajaba en el hospital Burghölzli de Zürich, se puso a contemplar el
lago que tenía frente a su casa y se atrevió a tomar en consideración a un algo que tiraba de él, atreviéndose a colocarlo en el mundo de la ciencia de la psicología.
Carl Gustav Jung vio claro que a ese algo había que incluirlo en la metapsicología porque participaba,
tomaba parte, en el proceso vital a través del que los estados psíquicos descompensados de las personas a Las que atendía en su consulta psiquiátrica estaban buscando encauzarse y equilibrarse.
Al cumplirse 50 años de la muerte de Jung, vemos aparecer en España el volumen 9/II de sus obras
completas, titulado: Aion, en el que Jung estudia el arquetipo del sí-mismo, que estuvo representado en el
culto a Mitra por Aion, ‘Aion, (el dios con cabeza de león y una serpiente alrededor del cuerpo) representa
la unión de opuestos, de la luz y la oscuridad, de lo masculino y lo femenino, de la creación y la destrucción’
(C.G. Jung O.C. vol 18/I párrafo 266). Los cultos mistéricos de la Antigüedad siempre están conectados con deidades que guían al alma.
En este volumen, Jung estudia el arquetipo del sí-mismo, de aquello que tira de uno, representado por
distintos símbolos según las distintas culturas, entre ellos, la figura de Cristo. ‘Según Jung, es la imagen
original del anthropos lo que hizo de Jesús de Nazareth… el Hombre Dios, representante paradojal de la
parte y el todo, ya que él corresponde al yo en tanto hombre, pero también al sí-mismo en tanto Dios’ (AiméAgnel, ‘Jung. La passion de l’Autre’).
En las corrientes freudianas el sí-mismo, el self, se describe como un producto del desarrollo del yo, para
Jung el sí-mismo está presente antes de lo que lo está el yo consciente, y es el yo el que se desarrolla a partir
del sí-mismo.
Ante esta perspectiva que se le hizo clara a Jung al pararse y experimentar en sí mismo, la dimensión
espacial del ámbito en el que se mueve la energía psíquica deja de verse de forma lineal, en donde la causase
halla en la consciencia y antecede al efecto, y pasa a ser tridimensional, la causa y efecto en la psique se
generan a través de una relación entre el consciente y el inconsciente movidos por un tercero, el algo que tira
de uno, adquiriendo profundidad, relieve, y convirtiéndose en la dinámica de una relación recíproca entre
distintas partes. El espectáculo cambia, y la atmósfera desde la que se contempla esta relación dinámica entre distintas partes, transformándose unas a otras, también cambia. El campo de observación se amplía y se produce un alivio, un desahogo, al avenirse a la acción de ese algo que tira, que tiene intención propia y que está ahí para algo que parece comunicar un sentido. El desahogo, el respiro, se produce al dejar de ponerlo todo en el yo, el pobre y humilde yo que tan prepotente suele ser.
Jung, con su experiencia y con la elaboración de su método, estableció un puente en el que conectó lo
personal y lo que está más allá, el inconsciente colectivo, puso al hombre en contacto con ‘su’ colectivo, con
el colectivo dentro de él, viendo que sólo así el hombre de hoy podía prepararse para sobrevivir a lo que le
esperaba en su tiempo; el hombre y la mujer de hoy que no se reconocen porque están inundados de un
colectivo proyectado en el exterior que anega de inconsciencia pasiva sus vidas.
Las figuras de este algo que tira de uno, intentando que el hombre y la mujer de hoy reconozcan a los ‘otros’
que estaban ahí desde que naciera el yo consciente: los complejos preñados de arquetipos, la sombra, el
ánima, el ánimus, el sí-mismo, los nombró Jung para que nos orientásemos por dentro ahora, en este tiempo
que nos toca vivir.
Pero el hombre y la mujer de hoy, cincuenta años después de la muerte de Jung, no contemplan el lago,
miran una pantalla de ordenador y no se ven a sí mismos, no se reconocen. Las figuras del ‘otro’,
desconocido, ignorado, colocado lejos de la consciencia, dominan nuestras vidas, propiciando la aparición de destructivos trastornos psíquicos; el ánimus, en la mujer, se hipertrofia causando destrozos, y el ánima, en el hombre, lisiada e inactiva, deja todo por hacer, por emprender; la sombra no se padece y el caos crece.
Mientras, sucede lo que nunca dejará de suceder, que el sí-mismo tira de uno, tira del hombre y de la mujer
y los lleva al síntoma para que se reencuentren y se reconozcan a sí mismos y a los que los habitan, para que
descubran el sentido de sus vidas y de su relación con los demás.
Habría, entonces, que ponerse a considerar de qué forma ha influido la actitud de Carl Gustav Jung hacia su
propia sombra, sombra latente en su manera de ver los fenómenos psíquicos, en el caos espiritual que vive el
ser humano en la actualidad.
OLIVIA DEL CASTILLO, BLOG TROTTA. BARCELONA 2011
martes, 17 de julio de 2012
PSICOLOGIA ANALITICA: DEL ARTE COMO LIBERACION AL ARTE COMO CURACION Y S...
PSICOLOGIA ANALITICA: DEL ARTE COMO LIBERACION AL ARTE COMO CURACION Y S...: DEL ARTE COMO LIBERACIÓN AL ARTE COMO CURACIÓN Y SALVACIÓN DEL ALMA (Traducción del artículo publicado en catalán en la revista filos...
DEL ARTE COMO LIBERACION AL ARTE COMO CURACION Y SALVACION DEL ALMA
DEL ARTE COMO LIBERACIÓN AL ARTE COMO CURACIÓN Y SALVACIÓN DEL
ALMA
(Traducción del artículo publicado en catalán en la revista filosófica TAULA,
Universitat Illes Balears, Palma 2004, bajo el título “De l’art com alliberació a l’art com
a curació i salvació de l’ànima”)
Autora: M. Mercè Domínguez
A finales del siglo XIX Sigmund Freud y después Carl G. Jung ya en el siglo XX,
marcan el inicio de una reflexión y análisis del evento artístico desde la realidad del
inconsciente. El arte nos revela un camino hacia ese mundo desconocido reprimido o
ignorado todavía que, pesé a todo, pugna por ser y mostrarse. El artista vive esa
dualidad entre lo conocido como consciente y lo que todavía ignoto y descontenido
emerge de su psique. El esfuerzo creador consistirá, pues, en darle forma, expresión
y una posible contención para concienciarlo y hacerlo inteligible. Es evidente, que
tratar del arte desde la perspectiva psicológica plantea una serie de interrogantes que
muchas veces se consideran irresolubles objetivamente y que a menudo generan
confusiones recalcitrantes cuya clarificación pasa por una necesaria demarcación
epistemológica.
Así pues, situándonos ya en la relación arte-psicología surgen algunas
preguntas interesantes ¿Qué posición es la adecuada para un psicólogo cuando se
refiere a una obra artística? ¿Está capacitado un psicólogo para definir o delimitar lo
que es y lo que no es arte? Y si lo está, ¿en base a qué? ¿Puede la psicología
explicar la obra de arte y hacerla comprensible? Y si puede, ¿cómo? ¿Reduciéndola a
las vivencias personales, ilusiones, represiones o frustraciones del artista? Y en caso
afirmativo, ¿podríamos aventurar, quizá, que los cuadros de Toulouse Lautrec son
sólo el reflejo de un acomplejado bebedor de absenta que se rodeaba de prostitutas?,
o, paralelamente, ¿“Cumbres borrascosas” reduce su significado a la pobre vida
sexual de las Hermanas Brönte en su educación? ¿O tal vez se aclara mejor el
mensaje artístico buscando las patologías que lo explicarían? Y entonces, ¿por ser
Kafka un neurótico depresivo o Camille Claudel una histérica que, posiblemente en
algún momento mimetizó la creación de Rodin, o por estar dotado Bethoven de un
talante obsesivo o Höderlin de un sufrimiento esquizofrénico, sabemos más sobre sus
obras o sobre el sentido del arte en general? ¿Cuando nos referimos a
condicionamientos educativos e ideológicos o al aprendizaje técnico y moral se hace
más justicia a la obra de arte? Si esto fuera cierto, ¿el puntillismo de Seurac, por
ejemplo, puede quedarse sin más en la influencia de las investigaciones sobre la
percepción o la poesía de Teresa de Jesús o Juan de la Cruz responden sólo a la
religiosidad de la época? ¿Son, quizás, las limitaciones físicas o la herencia genética
o el coeficiente intelectual del artista las claves de la obra artística? ¿Y de alguna
afirmación anterior, podemos deducir que la originalidad del Greco es debida
únicamente a su problema visual o es necesario calcular el coeficiente intelectual de
Mozart o de Leonardo Da Vinci para comprender sus obras?
Es aquí, en el océano de estos interrogantes emergentes donde las tesis
defendidas desde la perspectiva junguiana son de gran ayuda para establecer esa tan
necesaria demarcación epistemológica de la psicología estudiosa del fenómeno
artístico.
A la primera cuestión, que trata del posicionamiento, cuestión básica y fundamental
en el proceso de investigación y análisis, Jung se acerca al arte con el máximo
respeto y no acepta que el psicólogo sea quien para definir o explicar lo qué es el arte,
pues el objetivo de la Psicología es el conocimiento e investigación de la estructura y
funcionamiento de la psique humana. El psicólogo no es un sabelotodo que pueda
ejercer de metementodo departiendo o afirmando sentencialmente algo como artístico
o no y ni mucho menos acepta que pueda realizarse un reduccionismo tal que
equipare la obra de arte a un producto compuesto por meros condicionantes psíquicos
conscientes o inconscientes. Ahora bien, según Jung, si la psicología se posiciona con
respeto, incluso con toda la admiración y humildad que el situarse ante el evento
artístico merece, puede acercarse mucho mejor al proceso de creación del artista.
Esto es importante, porque este proceso de creación sí puede ser objeto de
investigación y conocimiento: «la psicología sobre el arte se limitará al proceso
psíquico de la actividad artística y jamás alcanzará a la esencia más íntima del arte
mismo» (1) La definición de lo qué es el arte, sólo puede realizarse desde la Estética
o la Filosofía del Arte.
En la cuestión artística Jung se diferencia de Freud porque:
a- Freud trata la obra artística como síntoma, Jung como símbolo.
b- Freud tiene una metodología causal –causas eficientes- y Jung teleológica
–causas finales-, por lo tanto, el significado de cualquier obra de arte es
distinto analizado desde el psicoanálisis que desde la psicología analítica.
c- La vida personal del artista no explica, según Jung, ni siquiera tratada desde
una perspectiva analítica, la obra del artista.
d- Freud se queda en el inconsciente personal como origen del quehacer y el
producto artístico, Jung, en cambio, transciende lo personal y busca en el
inconsciente colectivo la respuesta a la creatividad artística.
¿Qué significa que una obra de arte sea un símbolo y no un síntoma? Jung
entiende como símbolo aquello que expresa alguna vivencia que no puede ser
conceptualizada ni definida lingüísticamente de una forma consciente. Decir que el
arte es símbolo y no síntoma es romper con la relación causa-efecto del
reduccionismo freudiano que equipara la actividad artística a un estado alterado de
conciencia -neurótico o psicótico- y rechazar, por ende, que pueda ser explicada en
parámetros propios de la patología mental. Desde la perspectiva del psicoanálisis
ortodoxo el artista dejaría de serlo al ser curado de su enfermedad y vivir de una
forma adaptada dentro de las normas sociales de la comunidad de pertenencia.
Toda desadaptación urgiría, pues, una intervención psicoanalítica, cuya meta
sería generar una homeostasis y readaptarlo al grupo social. Ahora bien, aún en el
caso en que sea cierto que el artista aparezca como un desadaptado, no todos los
desadaptados son artistas: ni la sociopatía de Jean Genet es lo único visible en su
poesía o en su teatro, ni la paranoia puede explicar los cuentos de Stephen King, ni
una crisis de identidad los escritos de Samuel Beckett. Pensar eso sería, según Jung,
caer en un reduccionismo absurdo y totalmente inaceptable, sería igualar algo
cualitativamente tan diferente como trabajo artístico y conducta enfermiza, porque
«una obra de arte no es un síntoma, sino una genuina creación» (2) El artista tiene
una vida personal similar a la de todos los demás individuos de la especie humana,
con todo lo que eso implica: defectos, limitaciones, trastornos psíquicos, complejos...;
pero es evidente, que no todos los seres humanos llegan a ser artistas. ¿Qué les hace
diferente, pues? ¿Qué proceso consciente o inconsciente surge en esas personas que
les conduce a realizar un Guernika, un David, escribir una Novena Sinfonía, imaginar
un Quijote o construir una Sagrada Familia? ¿Qué proceso tan especial es, entonces,
crear o producir arte?
Desde un punto de vista consciente, el artista tiene una imagen o una idea que
elabora y expresa gracias a una técnica previamente aprendida trabajando con unos
materiales: palabras, sonidos, colores, texturas... Sin embargo, existe todo un proceso
psíquico interno, inconsciente que le mueve a hacerlo, semejante al que luego nos
conmoverá a nosotros en la contemplación de su obra. Sí, la experiencia estética
mueve y conmueve, porque hay algo inconsciente del autor y del espectador que
permite una comunicación y que transciende más allá de todos los códigos
lingüísticos establecidos. Ahora bien, ¿cómo se explicaría, pues, esta experiencia
estética desde el punto vista de la psicología profunda?
Para empezar Jung habla de la existencia de un complejo autónomo
inconsciente como desencadenante de la necesidad creativa. Un complejo, a mi juicio,
no es ni más ni menos que una vivencia de gran carga afectiva que asocia a su
alrededor ciertas situaciones, imágenes o palabras y que actúa como si de un
torbellino se tratara, de forma tal que cuando alguna de esas situaciones, imágenes o
palabras aparecen, aparece también el complejo que le impele a actuar. Ciertamente
los complejos explican los comportamientos anormales, pero también el
comportamiento artístico, que aún siendo anormal no es patológico. ¿Qué diferencia
hay, pues, entre un complejo autónomo de un ser perturbado emocionalmente y el
vivido por un artista? Sencillamente la distinción se encuentra en que el enfermo sufre
la destrucción y paralización psíquica mientras que el artista es capaz de crear y
recrear la vida y la realidad en su obra, aún incluso cuando la moneda de cobro sea
también la destructividad, porque aún a pesar de que Modigliani o Santiago Russinyol
fueran unos adictos a los opiáceos o Adouls Huxley utilizara para colocarse el LSD o
aunque Edgar Allan Poe fuera alcohólico o Virginia Wolf se suicidara, sus conductas
por sí mismas no explicarán nunca que hayan sido artistas, pues hay muchos
drogadictos, alcohólicos y suicidas que nunca llegaran a serlo. Además, soportar la
carga emocional de un complejo autónomo para darle forma y expresarlo sin que por
ello destruya la personalidad, vivir lo numinoso de algunas grandes obras sin
sucumbir en la perdida del yo, cuando lo numinoso y arquetípico se manifiesta desde
el inconsciente con su fuerza arrolladora es en sí ya toda una heroicidad.
Así, pues, hasta ahora, sabemos que, según la perspectiva de la psicología
analítica, los artistas son propulsados en su actividad por un complejo autónomo
inconsciente que desea manifestarse simbólicamente: «La energía creativa es más
fuerte que el ser humano» (3) La obra de arte final será el símbolo que sintetiza y
catetiza toda la fuerza de esa vivencia inconsciente. Ahora bien, como todo símbolo,
entiende Jung que la obra de arte debe tener una finalidad, pero ¿hacía dónde apunta
su finalidad?
Para hallar una respuesta, tal vez nos ayude a entender la concepción junguiana
sobre el arte, recordaremos la herencia vitalista que Jung recoge de Schopenhauer
quien postulaba que el arte nos libera, aunque sea momentáneamente, de la
esclavitud de esa oscura fuerza metafísica que es la voluntad de vivir. Para
Schopenhauer el arte nos coloca como seres libres que contemplan las formas
universales y perfectas, más allá de las cosas de mundo sujetas a la voluntad de vivir.
En la experiencia estética se encuentra, pues, por fin esa no-voluntad y es,
consecuentemente, una experiencia, aunque efímera, de la posibilidad de liberación
del espíritu.
En cierta manera, el arte en la concepción junguiana también es una liberación:
el artista creador se libera de la tensión emocional inconsciente que procede de las
partes más profundas de su psique, cual si de fuerza metafísica se tratara, y que se
da cuando el complejo autónomo se desencadena. Entonces el artista es y no es él,
valga la paradoja, experimenta en sí mismo la tensión dialéctica, la propia oposición
de su ser, esto es vive la enantiodromia, utilizando el vocabulario junguiano. En esa
lucha inconsciente, que puede expresarse exteriormente en malhumor, inestabilidad
emocional, enfados, melancolía, etc..., se libra una gran batalla y si el yo del artista
sale vencedor al mantener la tensión sin sucumbir, entonces, aún sin saberlo, todo su
ser sufre una transformación y o bien se identifica con su obra, tomándola como meta
y objetivo de su vida –objetivo que a menudo puede hacerse exclusivo en detrimento
de otras necesidades afectivas o físicas, intentando controlar su trabajo y buscando la
perfección hasta el máximo –como acostumbraba hacer Juan Ramón Jiménez con su
poesía-, o bien se pierde en su obra y se deja llevar por el sinfín de imágenes más o
menos hilvanadas que brotan de su inconsciente como el Dalí de la etapa surrealista.
Más, ¿qué pasa cuando un artista no consigue dar con una adecuada expresión
de esa vivencia interior? Simplemente se vuelve loco o se suicida: Antonin Artaud,
Virginia Wolff pueden ejemplificar semejante fracaso del yo, pero ese final trágico
también lo comparten con tantos y tantos otros seres humanos que no pueden o no
saben solucionar un problema que les sorprende como algo urgentemente vital,
porque, y esto es sumamente importante, el artista siente la urgencia de esa
expresión. En consecuencia, la realización de la obra, salva, aunque sólo sea
momentáneamente, al artista de la locura y de la muerte (4) Jung opina que en los
artistas hay una especie de daimon que en cierto momento les posee y domina y al
que se enfrentan, conteniéndolo desde el principio en formas predeterminadas,
esquemas, estructuras o modelos, para no desbordarse o entregándose a él para
conocerlo y definirlo. El hacer una cosa u otra depende de la características
temperamentales -tipológicas y de funciones cognitivas- de la persona creadora en
ese momento de su vida.
Tal vez cabe ahora plantearnos cuestiones tales como ¿de dónde proviene esa
fuerza, ese arrebato, ese daimon hipnotizador?, ¿a quién sirve? o ¿quién estructura y
dirige la obra? En cuanto a la fuente de la cual emana esa fuerza, no es el yo,
porque el yo, normalmente pertenece a la conciencia y aunque sea el sujeto
consciente quien vive la experiencia estética creativa y/o contemplativa de la obra, la
energía propulsora del símbolo surge de un plano inconsciente que Jung llama el símismo.
El sí-mismo es el centro inconsciente de la psique que unifica y estructura
todos nuestros procesos conscientes e inconscientes y produce en determinados
momentos de la vida del artista esa necesidad, que traslada, gracias a su función
simbólica, al exterior. Así emerge, pues, la obra como un símbolo rescatado de la más
recóndita oscuridad del inconsciente a la luz de la conciencia. El sí-mismo, que bien
podría traducirse por aquello que los antiguos entendían como espíritu o parte
espiritual del alma, tiene algo que expresar que decir y el artista crea: pinta, esculpe,
compone, escribe, danza, planifica la construcción de catedrales...
Pero, ¿cómo funciona el sí-mismo, ese centro inconsciente de la vida psíquica?
Con gran modestia, podemos afirmar, que sólo podemos intuirlo por sus
manifestaciones y la manifestación artística, es juntamente con la religiosa su
presentación más excelsa. Sabemos que su energía es afectivo-emocional y que al
estar en el inconsciente, los parámetros de tiempo y espacio y las categorías
lingüísticas no sirven para entenderlo, por eso su expresión es meramente simbólica.
Sin embargo, si analizamos sus exteriorizaciones –artísticas, oníricas o religiosas-,
advertimos que todo lo proveniente del sí-mismo posee unas ciertas regularidades
estructurales, eso nos permiten afirmar la existencia de unos a priori afectivoemocionales
que Jung denomina arquetipos. Esos arquetipos que tendrían una
función similar a las categorías kantianas estructurarían nuestras vivencias y
posibilitarían al artista la creación de imágenes que luego trasladaría a su obra. Ahora
bien, el sí-mismo sería, así, una especie de meta-arquetipo constelador y director de
todos los demás, un meta-arquetipo que además de actuar como generador y
estructurador del ser individual, aparece también dirigiendo las funciones expresivas
de todos los otros arquetipos.
El artista, entonces, en cuanto artista, trabaja desde el sí mismo, con imágenes
que son resultado de la síntesis entre arquetipos y experiencia vivida, esas imágenes
una vez conformadas son trasladadas a su obra y expresan así su mensaje vivo.
Evidentemente, en el arte, como en toda expresión hay ciertos niveles de intensidad,
cuanto más intenso y emocional, más cerca de lo colectivo se halla el artista, con el
riesgo de perder su yo en la vorágine de los afectos humanos, porque si bien a nivel
individual podemos hablar de un inconsciente personal con su sí-mismo
correspondiente, a nivel colectivo existe un inconsciente que recoge toda la historia,
consciente o no de toda la Humanidad. Ahí se halla ese saber simbólico entendido o
no, pero que ha sido expresado a través del arte, los sueños y la religión y que a
veces ha encontrado una posible traducción conceptual en la ciencia y la filosofía.
Cuando el espíritu del artista bebe del espíritu colectivo, el artista es un médium, un
mero instrumento que interpreta la música que hay en él, que es la música celestial o
cósmica presente en el universo que han oído otros antes que él, pinta las imágenes
que contempla en su alma que han sido desveladas a otros antes que él, o escribe
sobre las emociones que tantos seres humanos antes que él han leído grabadas en
su corazón. No es sólo su mensaje individual, sino también la relectura simbólica del
hecho de ser humano. El inconsciente colectivo le nutre cual nodriza y él crea y
recrea, reinterpretando lo universal y perenne que hay en nosotros: «cada una de
estas imágenes contiene un fragmento de la psicología y del destino humanos» (5)
Sin embargo, cuando la producción artística es símbolo de algo ya conseguido,
pasado, que no es importante para la colectividad cae en el olvido, deviene un arte
muerto, se difumina en la vorágine del devenir y la evolución de la Humanidad, pero
mientras muestre algo palpitante o no resuelto históricamente, continuará
emocionando y conmocionado, es el arte vivo que genera vivencias aún por vivir, y
aún más, si el autor es capaz de conectar con el sentir de su época y de sus
congéneres, el autor es reconocido como artista y puede alcanzar el éxito en su
tiempo. De todas formas, ese arte muerto u olvidado en un período, puede resucitar
en otro, cuando la situación histórica nos haga revivir situaciones similares a las
experimentadas y sentidas por el artista. Además, dado que todo símbolo es
polisémico, o sea puede tener muchas lecturas posibles, la obra puede haber dejado
otros significados por desvelar y que retornarán cuando estén ya preparados para
hacerse conscientes. También puede suceder que una obra pase desapercibida en su
tiempo y, entonces, queda ahí latente, enterrada aunque presente, hasta que sea
descubierta y llegue el momento en que su mensaje pueda ser concienciado y
comprendido, este sería el caso de Van Gogh, Nietzsche, Kafka, Poe...
Sin embargo, hay obras de arte magistrales que perduran aún, a pesar del paso
de los siglos. Tal vez se necesite mucho tiempo para asumir e integrar su mensaje en
la vida consciente de los humanos: obras de teatro como Lisistrata, Antígona, Romeo
y Julieta... o magníficos cuadros como el Grito, el Guernika, la Gioconda... o películas
maravillosas como Metrópolis, Octubre, El Gran Dictador, Mamma Roma, Amarcord,
Lo que el viento se llevo... o piezas musicales como Don Giovanni, la Patética,
Carmen... Son esas obras sempiternas en las que todavía podemos proyectarnos y
descubrirnos. Precisamente porque el artista crea en su nombre y en el nombre de
todos los pertenecientes a su especie, su arte llega a todos, se nos hace
comprensible, nos entregamos a la experiencia estética y nos conmocionamos sin
más con esas obras maestras. Esas obras sempiternas que son todavía un pozo de
sabiduría y de la cuales podemos aprender ciertas verdades universales. Ellas ocultan
ese saber simbólico que quiere ser concienciado por la Humanidad para ayudar a
resolver sus problemas o dualidades todavía inconscientes y liberarla del yugo de la
tensión. Este mensaje está presente en obras como la Flauta Mágica de Mozart o en
el Fausto de Goethe o en la Novena Sinfonía de Bethoven o en la Sinfonía para el
Nuevo Mundo de Dvorak, todos ellas nos hablan en un lenguaje simbólico susceptible
de ser desvelado.
Ahora bien, aún quedan algunos asuntos aparentemente problemáticos sobre los
que es necesario reflexionar, como por ejemplo: ¿queda ya la finalidad del arte
completamente explicada? ¿Puede el conocimiento sobre el proceso artístico tener
alguna utilidad práctica dentro del campo de la psicología? Referente a la finalidad
podríamos decir que el artista es transmisor de un símbolo y que su obra nos abre la
posibilidad de concienciar un contenido que hasta el momento ha permanecido
inconsciente tanto para él como para su cultura, de ahí la importancia de la educación
artística. El inconsciente, y en eso coinciden Freud y Jung, repetirá las veces que
haga falta el mensaje para que sea entendido. Por tal motivo Jung alude a la
necesidad de desarrollar la quinta función cognitiva: la simbólica, esa función que nos
permite crear, apreciar, entender el arte y comunicarnos gracias al arte. La educación
artística posibilita, pues, la expresión y comprensión del sí-mismo, ayudando por tanto
al autoconocimiento del individuo y de la Humanidad.
Y además gracias a ese conocimiento del proceso de elaboración de la obra de
arte, la psicología puede a través de la terapia artística, encontrar un camino que
ayude a simbolizar el sufrimiento a los individuos que padecen algún tipo de trastorno
psicológico y posibilitarles así un medio no sólo de concienciar el problema, sino
también de encararlo y solucionarlo. Actividades como el dibujo, la pintura, la música,
la escritura, la danza, el teatro, etc..., son de gran ayuda para curar cualquier alma
herida o incluso el alma herida de un pueblo. El futuro del arte queda, pues,
íntimamente ligado al futuro de la Humanidad.
Notas:
(1) Jung, Carl G. «Über das Phänomen des Geistes in Kunst und Wissenschaft»
p. 76
(2) Jung, Carl G. «Die Dynamik des Unbewu_ten» p. 402
(3) Jung, Carl G. «Über die Entwicklung der Persönlichkeit» p. 133
(4) Jung considera que la psicosis es la muerte del alma.
(5) Jung, Carl G. «Über das Phänomen...» op.cit. p. 93
Bibliografia
Jung, Carl G. (1995) «Gesammelte Werke», Walter Verlag, Düsseldorf
ALMA
(Traducción del artículo publicado en catalán en la revista filosófica TAULA,
Universitat Illes Balears, Palma 2004, bajo el título “De l’art com alliberació a l’art com
a curació i salvació de l’ànima”)
Autora: M. Mercè Domínguez
A finales del siglo XIX Sigmund Freud y después Carl G. Jung ya en el siglo XX,
marcan el inicio de una reflexión y análisis del evento artístico desde la realidad del
inconsciente. El arte nos revela un camino hacia ese mundo desconocido reprimido o
ignorado todavía que, pesé a todo, pugna por ser y mostrarse. El artista vive esa
dualidad entre lo conocido como consciente y lo que todavía ignoto y descontenido
emerge de su psique. El esfuerzo creador consistirá, pues, en darle forma, expresión
y una posible contención para concienciarlo y hacerlo inteligible. Es evidente, que
tratar del arte desde la perspectiva psicológica plantea una serie de interrogantes que
muchas veces se consideran irresolubles objetivamente y que a menudo generan
confusiones recalcitrantes cuya clarificación pasa por una necesaria demarcación
epistemológica.
Así pues, situándonos ya en la relación arte-psicología surgen algunas
preguntas interesantes ¿Qué posición es la adecuada para un psicólogo cuando se
refiere a una obra artística? ¿Está capacitado un psicólogo para definir o delimitar lo
que es y lo que no es arte? Y si lo está, ¿en base a qué? ¿Puede la psicología
explicar la obra de arte y hacerla comprensible? Y si puede, ¿cómo? ¿Reduciéndola a
las vivencias personales, ilusiones, represiones o frustraciones del artista? Y en caso
afirmativo, ¿podríamos aventurar, quizá, que los cuadros de Toulouse Lautrec son
sólo el reflejo de un acomplejado bebedor de absenta que se rodeaba de prostitutas?,
o, paralelamente, ¿“Cumbres borrascosas” reduce su significado a la pobre vida
sexual de las Hermanas Brönte en su educación? ¿O tal vez se aclara mejor el
mensaje artístico buscando las patologías que lo explicarían? Y entonces, ¿por ser
Kafka un neurótico depresivo o Camille Claudel una histérica que, posiblemente en
algún momento mimetizó la creación de Rodin, o por estar dotado Bethoven de un
talante obsesivo o Höderlin de un sufrimiento esquizofrénico, sabemos más sobre sus
obras o sobre el sentido del arte en general? ¿Cuando nos referimos a
condicionamientos educativos e ideológicos o al aprendizaje técnico y moral se hace
más justicia a la obra de arte? Si esto fuera cierto, ¿el puntillismo de Seurac, por
ejemplo, puede quedarse sin más en la influencia de las investigaciones sobre la
percepción o la poesía de Teresa de Jesús o Juan de la Cruz responden sólo a la
religiosidad de la época? ¿Son, quizás, las limitaciones físicas o la herencia genética
o el coeficiente intelectual del artista las claves de la obra artística? ¿Y de alguna
afirmación anterior, podemos deducir que la originalidad del Greco es debida
únicamente a su problema visual o es necesario calcular el coeficiente intelectual de
Mozart o de Leonardo Da Vinci para comprender sus obras?
Es aquí, en el océano de estos interrogantes emergentes donde las tesis
defendidas desde la perspectiva junguiana son de gran ayuda para establecer esa tan
necesaria demarcación epistemológica de la psicología estudiosa del fenómeno
artístico.
A la primera cuestión, que trata del posicionamiento, cuestión básica y fundamental
en el proceso de investigación y análisis, Jung se acerca al arte con el máximo
respeto y no acepta que el psicólogo sea quien para definir o explicar lo qué es el arte,
pues el objetivo de la Psicología es el conocimiento e investigación de la estructura y
funcionamiento de la psique humana. El psicólogo no es un sabelotodo que pueda
ejercer de metementodo departiendo o afirmando sentencialmente algo como artístico
o no y ni mucho menos acepta que pueda realizarse un reduccionismo tal que
equipare la obra de arte a un producto compuesto por meros condicionantes psíquicos
conscientes o inconscientes. Ahora bien, según Jung, si la psicología se posiciona con
respeto, incluso con toda la admiración y humildad que el situarse ante el evento
artístico merece, puede acercarse mucho mejor al proceso de creación del artista.
Esto es importante, porque este proceso de creación sí puede ser objeto de
investigación y conocimiento: «la psicología sobre el arte se limitará al proceso
psíquico de la actividad artística y jamás alcanzará a la esencia más íntima del arte
mismo» (1) La definición de lo qué es el arte, sólo puede realizarse desde la Estética
o la Filosofía del Arte.
En la cuestión artística Jung se diferencia de Freud porque:
a- Freud trata la obra artística como síntoma, Jung como símbolo.
b- Freud tiene una metodología causal –causas eficientes- y Jung teleológica
–causas finales-, por lo tanto, el significado de cualquier obra de arte es
distinto analizado desde el psicoanálisis que desde la psicología analítica.
c- La vida personal del artista no explica, según Jung, ni siquiera tratada desde
una perspectiva analítica, la obra del artista.
d- Freud se queda en el inconsciente personal como origen del quehacer y el
producto artístico, Jung, en cambio, transciende lo personal y busca en el
inconsciente colectivo la respuesta a la creatividad artística.
¿Qué significa que una obra de arte sea un símbolo y no un síntoma? Jung
entiende como símbolo aquello que expresa alguna vivencia que no puede ser
conceptualizada ni definida lingüísticamente de una forma consciente. Decir que el
arte es símbolo y no síntoma es romper con la relación causa-efecto del
reduccionismo freudiano que equipara la actividad artística a un estado alterado de
conciencia -neurótico o psicótico- y rechazar, por ende, que pueda ser explicada en
parámetros propios de la patología mental. Desde la perspectiva del psicoanálisis
ortodoxo el artista dejaría de serlo al ser curado de su enfermedad y vivir de una
forma adaptada dentro de las normas sociales de la comunidad de pertenencia.
Toda desadaptación urgiría, pues, una intervención psicoanalítica, cuya meta
sería generar una homeostasis y readaptarlo al grupo social. Ahora bien, aún en el
caso en que sea cierto que el artista aparezca como un desadaptado, no todos los
desadaptados son artistas: ni la sociopatía de Jean Genet es lo único visible en su
poesía o en su teatro, ni la paranoia puede explicar los cuentos de Stephen King, ni
una crisis de identidad los escritos de Samuel Beckett. Pensar eso sería, según Jung,
caer en un reduccionismo absurdo y totalmente inaceptable, sería igualar algo
cualitativamente tan diferente como trabajo artístico y conducta enfermiza, porque
«una obra de arte no es un síntoma, sino una genuina creación» (2) El artista tiene
una vida personal similar a la de todos los demás individuos de la especie humana,
con todo lo que eso implica: defectos, limitaciones, trastornos psíquicos, complejos...;
pero es evidente, que no todos los seres humanos llegan a ser artistas. ¿Qué les hace
diferente, pues? ¿Qué proceso consciente o inconsciente surge en esas personas que
les conduce a realizar un Guernika, un David, escribir una Novena Sinfonía, imaginar
un Quijote o construir una Sagrada Familia? ¿Qué proceso tan especial es, entonces,
crear o producir arte?
Desde un punto de vista consciente, el artista tiene una imagen o una idea que
elabora y expresa gracias a una técnica previamente aprendida trabajando con unos
materiales: palabras, sonidos, colores, texturas... Sin embargo, existe todo un proceso
psíquico interno, inconsciente que le mueve a hacerlo, semejante al que luego nos
conmoverá a nosotros en la contemplación de su obra. Sí, la experiencia estética
mueve y conmueve, porque hay algo inconsciente del autor y del espectador que
permite una comunicación y que transciende más allá de todos los códigos
lingüísticos establecidos. Ahora bien, ¿cómo se explicaría, pues, esta experiencia
estética desde el punto vista de la psicología profunda?
Para empezar Jung habla de la existencia de un complejo autónomo
inconsciente como desencadenante de la necesidad creativa. Un complejo, a mi juicio,
no es ni más ni menos que una vivencia de gran carga afectiva que asocia a su
alrededor ciertas situaciones, imágenes o palabras y que actúa como si de un
torbellino se tratara, de forma tal que cuando alguna de esas situaciones, imágenes o
palabras aparecen, aparece también el complejo que le impele a actuar. Ciertamente
los complejos explican los comportamientos anormales, pero también el
comportamiento artístico, que aún siendo anormal no es patológico. ¿Qué diferencia
hay, pues, entre un complejo autónomo de un ser perturbado emocionalmente y el
vivido por un artista? Sencillamente la distinción se encuentra en que el enfermo sufre
la destrucción y paralización psíquica mientras que el artista es capaz de crear y
recrear la vida y la realidad en su obra, aún incluso cuando la moneda de cobro sea
también la destructividad, porque aún a pesar de que Modigliani o Santiago Russinyol
fueran unos adictos a los opiáceos o Adouls Huxley utilizara para colocarse el LSD o
aunque Edgar Allan Poe fuera alcohólico o Virginia Wolf se suicidara, sus conductas
por sí mismas no explicarán nunca que hayan sido artistas, pues hay muchos
drogadictos, alcohólicos y suicidas que nunca llegaran a serlo. Además, soportar la
carga emocional de un complejo autónomo para darle forma y expresarlo sin que por
ello destruya la personalidad, vivir lo numinoso de algunas grandes obras sin
sucumbir en la perdida del yo, cuando lo numinoso y arquetípico se manifiesta desde
el inconsciente con su fuerza arrolladora es en sí ya toda una heroicidad.
Así, pues, hasta ahora, sabemos que, según la perspectiva de la psicología
analítica, los artistas son propulsados en su actividad por un complejo autónomo
inconsciente que desea manifestarse simbólicamente: «La energía creativa es más
fuerte que el ser humano» (3) La obra de arte final será el símbolo que sintetiza y
catetiza toda la fuerza de esa vivencia inconsciente. Ahora bien, como todo símbolo,
entiende Jung que la obra de arte debe tener una finalidad, pero ¿hacía dónde apunta
su finalidad?
Para hallar una respuesta, tal vez nos ayude a entender la concepción junguiana
sobre el arte, recordaremos la herencia vitalista que Jung recoge de Schopenhauer
quien postulaba que el arte nos libera, aunque sea momentáneamente, de la
esclavitud de esa oscura fuerza metafísica que es la voluntad de vivir. Para
Schopenhauer el arte nos coloca como seres libres que contemplan las formas
universales y perfectas, más allá de las cosas de mundo sujetas a la voluntad de vivir.
En la experiencia estética se encuentra, pues, por fin esa no-voluntad y es,
consecuentemente, una experiencia, aunque efímera, de la posibilidad de liberación
del espíritu.
En cierta manera, el arte en la concepción junguiana también es una liberación:
el artista creador se libera de la tensión emocional inconsciente que procede de las
partes más profundas de su psique, cual si de fuerza metafísica se tratara, y que se
da cuando el complejo autónomo se desencadena. Entonces el artista es y no es él,
valga la paradoja, experimenta en sí mismo la tensión dialéctica, la propia oposición
de su ser, esto es vive la enantiodromia, utilizando el vocabulario junguiano. En esa
lucha inconsciente, que puede expresarse exteriormente en malhumor, inestabilidad
emocional, enfados, melancolía, etc..., se libra una gran batalla y si el yo del artista
sale vencedor al mantener la tensión sin sucumbir, entonces, aún sin saberlo, todo su
ser sufre una transformación y o bien se identifica con su obra, tomándola como meta
y objetivo de su vida –objetivo que a menudo puede hacerse exclusivo en detrimento
de otras necesidades afectivas o físicas, intentando controlar su trabajo y buscando la
perfección hasta el máximo –como acostumbraba hacer Juan Ramón Jiménez con su
poesía-, o bien se pierde en su obra y se deja llevar por el sinfín de imágenes más o
menos hilvanadas que brotan de su inconsciente como el Dalí de la etapa surrealista.
Más, ¿qué pasa cuando un artista no consigue dar con una adecuada expresión
de esa vivencia interior? Simplemente se vuelve loco o se suicida: Antonin Artaud,
Virginia Wolff pueden ejemplificar semejante fracaso del yo, pero ese final trágico
también lo comparten con tantos y tantos otros seres humanos que no pueden o no
saben solucionar un problema que les sorprende como algo urgentemente vital,
porque, y esto es sumamente importante, el artista siente la urgencia de esa
expresión. En consecuencia, la realización de la obra, salva, aunque sólo sea
momentáneamente, al artista de la locura y de la muerte (4) Jung opina que en los
artistas hay una especie de daimon que en cierto momento les posee y domina y al
que se enfrentan, conteniéndolo desde el principio en formas predeterminadas,
esquemas, estructuras o modelos, para no desbordarse o entregándose a él para
conocerlo y definirlo. El hacer una cosa u otra depende de la características
temperamentales -tipológicas y de funciones cognitivas- de la persona creadora en
ese momento de su vida.
Tal vez cabe ahora plantearnos cuestiones tales como ¿de dónde proviene esa
fuerza, ese arrebato, ese daimon hipnotizador?, ¿a quién sirve? o ¿quién estructura y
dirige la obra? En cuanto a la fuente de la cual emana esa fuerza, no es el yo,
porque el yo, normalmente pertenece a la conciencia y aunque sea el sujeto
consciente quien vive la experiencia estética creativa y/o contemplativa de la obra, la
energía propulsora del símbolo surge de un plano inconsciente que Jung llama el símismo.
El sí-mismo es el centro inconsciente de la psique que unifica y estructura
todos nuestros procesos conscientes e inconscientes y produce en determinados
momentos de la vida del artista esa necesidad, que traslada, gracias a su función
simbólica, al exterior. Así emerge, pues, la obra como un símbolo rescatado de la más
recóndita oscuridad del inconsciente a la luz de la conciencia. El sí-mismo, que bien
podría traducirse por aquello que los antiguos entendían como espíritu o parte
espiritual del alma, tiene algo que expresar que decir y el artista crea: pinta, esculpe,
compone, escribe, danza, planifica la construcción de catedrales...
Pero, ¿cómo funciona el sí-mismo, ese centro inconsciente de la vida psíquica?
Con gran modestia, podemos afirmar, que sólo podemos intuirlo por sus
manifestaciones y la manifestación artística, es juntamente con la religiosa su
presentación más excelsa. Sabemos que su energía es afectivo-emocional y que al
estar en el inconsciente, los parámetros de tiempo y espacio y las categorías
lingüísticas no sirven para entenderlo, por eso su expresión es meramente simbólica.
Sin embargo, si analizamos sus exteriorizaciones –artísticas, oníricas o religiosas-,
advertimos que todo lo proveniente del sí-mismo posee unas ciertas regularidades
estructurales, eso nos permiten afirmar la existencia de unos a priori afectivoemocionales
que Jung denomina arquetipos. Esos arquetipos que tendrían una
función similar a las categorías kantianas estructurarían nuestras vivencias y
posibilitarían al artista la creación de imágenes que luego trasladaría a su obra. Ahora
bien, el sí-mismo sería, así, una especie de meta-arquetipo constelador y director de
todos los demás, un meta-arquetipo que además de actuar como generador y
estructurador del ser individual, aparece también dirigiendo las funciones expresivas
de todos los otros arquetipos.
El artista, entonces, en cuanto artista, trabaja desde el sí mismo, con imágenes
que son resultado de la síntesis entre arquetipos y experiencia vivida, esas imágenes
una vez conformadas son trasladadas a su obra y expresan así su mensaje vivo.
Evidentemente, en el arte, como en toda expresión hay ciertos niveles de intensidad,
cuanto más intenso y emocional, más cerca de lo colectivo se halla el artista, con el
riesgo de perder su yo en la vorágine de los afectos humanos, porque si bien a nivel
individual podemos hablar de un inconsciente personal con su sí-mismo
correspondiente, a nivel colectivo existe un inconsciente que recoge toda la historia,
consciente o no de toda la Humanidad. Ahí se halla ese saber simbólico entendido o
no, pero que ha sido expresado a través del arte, los sueños y la religión y que a
veces ha encontrado una posible traducción conceptual en la ciencia y la filosofía.
Cuando el espíritu del artista bebe del espíritu colectivo, el artista es un médium, un
mero instrumento que interpreta la música que hay en él, que es la música celestial o
cósmica presente en el universo que han oído otros antes que él, pinta las imágenes
que contempla en su alma que han sido desveladas a otros antes que él, o escribe
sobre las emociones que tantos seres humanos antes que él han leído grabadas en
su corazón. No es sólo su mensaje individual, sino también la relectura simbólica del
hecho de ser humano. El inconsciente colectivo le nutre cual nodriza y él crea y
recrea, reinterpretando lo universal y perenne que hay en nosotros: «cada una de
estas imágenes contiene un fragmento de la psicología y del destino humanos» (5)
Sin embargo, cuando la producción artística es símbolo de algo ya conseguido,
pasado, que no es importante para la colectividad cae en el olvido, deviene un arte
muerto, se difumina en la vorágine del devenir y la evolución de la Humanidad, pero
mientras muestre algo palpitante o no resuelto históricamente, continuará
emocionando y conmocionado, es el arte vivo que genera vivencias aún por vivir, y
aún más, si el autor es capaz de conectar con el sentir de su época y de sus
congéneres, el autor es reconocido como artista y puede alcanzar el éxito en su
tiempo. De todas formas, ese arte muerto u olvidado en un período, puede resucitar
en otro, cuando la situación histórica nos haga revivir situaciones similares a las
experimentadas y sentidas por el artista. Además, dado que todo símbolo es
polisémico, o sea puede tener muchas lecturas posibles, la obra puede haber dejado
otros significados por desvelar y que retornarán cuando estén ya preparados para
hacerse conscientes. También puede suceder que una obra pase desapercibida en su
tiempo y, entonces, queda ahí latente, enterrada aunque presente, hasta que sea
descubierta y llegue el momento en que su mensaje pueda ser concienciado y
comprendido, este sería el caso de Van Gogh, Nietzsche, Kafka, Poe...
Sin embargo, hay obras de arte magistrales que perduran aún, a pesar del paso
de los siglos. Tal vez se necesite mucho tiempo para asumir e integrar su mensaje en
la vida consciente de los humanos: obras de teatro como Lisistrata, Antígona, Romeo
y Julieta... o magníficos cuadros como el Grito, el Guernika, la Gioconda... o películas
maravillosas como Metrópolis, Octubre, El Gran Dictador, Mamma Roma, Amarcord,
Lo que el viento se llevo... o piezas musicales como Don Giovanni, la Patética,
Carmen... Son esas obras sempiternas en las que todavía podemos proyectarnos y
descubrirnos. Precisamente porque el artista crea en su nombre y en el nombre de
todos los pertenecientes a su especie, su arte llega a todos, se nos hace
comprensible, nos entregamos a la experiencia estética y nos conmocionamos sin
más con esas obras maestras. Esas obras sempiternas que son todavía un pozo de
sabiduría y de la cuales podemos aprender ciertas verdades universales. Ellas ocultan
ese saber simbólico que quiere ser concienciado por la Humanidad para ayudar a
resolver sus problemas o dualidades todavía inconscientes y liberarla del yugo de la
tensión. Este mensaje está presente en obras como la Flauta Mágica de Mozart o en
el Fausto de Goethe o en la Novena Sinfonía de Bethoven o en la Sinfonía para el
Nuevo Mundo de Dvorak, todos ellas nos hablan en un lenguaje simbólico susceptible
de ser desvelado.
Ahora bien, aún quedan algunos asuntos aparentemente problemáticos sobre los
que es necesario reflexionar, como por ejemplo: ¿queda ya la finalidad del arte
completamente explicada? ¿Puede el conocimiento sobre el proceso artístico tener
alguna utilidad práctica dentro del campo de la psicología? Referente a la finalidad
podríamos decir que el artista es transmisor de un símbolo y que su obra nos abre la
posibilidad de concienciar un contenido que hasta el momento ha permanecido
inconsciente tanto para él como para su cultura, de ahí la importancia de la educación
artística. El inconsciente, y en eso coinciden Freud y Jung, repetirá las veces que
haga falta el mensaje para que sea entendido. Por tal motivo Jung alude a la
necesidad de desarrollar la quinta función cognitiva: la simbólica, esa función que nos
permite crear, apreciar, entender el arte y comunicarnos gracias al arte. La educación
artística posibilita, pues, la expresión y comprensión del sí-mismo, ayudando por tanto
al autoconocimiento del individuo y de la Humanidad.
Y además gracias a ese conocimiento del proceso de elaboración de la obra de
arte, la psicología puede a través de la terapia artística, encontrar un camino que
ayude a simbolizar el sufrimiento a los individuos que padecen algún tipo de trastorno
psicológico y posibilitarles así un medio no sólo de concienciar el problema, sino
también de encararlo y solucionarlo. Actividades como el dibujo, la pintura, la música,
la escritura, la danza, el teatro, etc..., son de gran ayuda para curar cualquier alma
herida o incluso el alma herida de un pueblo. El futuro del arte queda, pues,
íntimamente ligado al futuro de la Humanidad.
Notas:
(1) Jung, Carl G. «Über das Phänomen des Geistes in Kunst und Wissenschaft»
p. 76
(2) Jung, Carl G. «Die Dynamik des Unbewu_ten» p. 402
(3) Jung, Carl G. «Über die Entwicklung der Persönlichkeit» p. 133
(4) Jung considera que la psicosis es la muerte del alma.
(5) Jung, Carl G. «Über das Phänomen...» op.cit. p. 93
Bibliografia
Jung, Carl G. (1995) «Gesammelte Werke», Walter Verlag, Düsseldorf
domingo, 8 de julio de 2012
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jueves, 5 de julio de 2012
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