martes, 17 de julio de 2012

DEL ARTE COMO LIBERACION AL ARTE COMO CURACION Y SALVACION DEL ALMA

DEL ARTE COMO LIBERACIÓN AL ARTE COMO CURACIÓN Y SALVACIÓN DEL
ALMA
 (Traducción del artículo publicado en catalán en la revista filosófica TAULA,
Universitat Illes Balears, Palma 2004, bajo el título “De l’art com alliberació a l’art com
a curació i salvació de l’ànima”)
Autora: M. Mercè Domínguez

A finales del siglo XIX Sigmund Freud y después Carl G. Jung ya en el siglo XX,
marcan el inicio de una reflexión y análisis del evento artístico desde la realidad del
inconsciente. El arte nos revela un camino hacia ese mundo desconocido reprimido o
ignorado todavía que, pesé a todo, pugna por ser y mostrarse. El artista vive esa
dualidad entre lo conocido como consciente y lo que todavía ignoto y descontenido
emerge de su psique. El esfuerzo creador consistirá, pues, en darle forma, expresión
y una posible contención para concienciarlo y hacerlo inteligible. Es evidente, que
tratar del arte desde la perspectiva psicológica plantea una serie de interrogantes que
muchas veces se consideran irresolubles objetivamente y que a menudo generan
confusiones recalcitrantes cuya clarificación pasa por una necesaria demarcación
epistemológica.
Así pues, situándonos ya en la relación arte-psicología surgen algunas
preguntas interesantes ¿Qué posición es la adecuada para un psicólogo cuando se
refiere a una obra artística? ¿Está capacitado un psicólogo para definir o delimitar lo
que es y lo que no es arte? Y si lo está, ¿en base a qué? ¿Puede la psicología
explicar la obra de arte y hacerla comprensible? Y si puede, ¿cómo? ¿Reduciéndola a
las vivencias personales, ilusiones, represiones o frustraciones del artista? Y en caso
afirmativo, ¿podríamos aventurar, quizá, que los cuadros de Toulouse Lautrec son
sólo el reflejo de un acomplejado bebedor de absenta que se rodeaba de prostitutas?,
o, paralelamente, ¿“Cumbres borrascosas” reduce su significado a la pobre vida
sexual de las Hermanas Brönte en su educación? ¿O tal vez se aclara mejor el
mensaje artístico buscando las patologías que lo explicarían? Y entonces, ¿por ser
Kafka un neurótico depresivo o Camille Claudel una histérica que, posiblemente en
algún momento mimetizó la creación de Rodin, o por estar dotado Bethoven de un
talante obsesivo o Höderlin de un sufrimiento esquizofrénico, sabemos más sobre sus
obras o sobre el sentido del arte en general? ¿Cuando nos referimos a
condicionamientos educativos e ideológicos o al aprendizaje técnico y moral se hace
más justicia a la obra de arte? Si esto fuera cierto, ¿el puntillismo de Seurac, por
ejemplo, puede quedarse sin más en la influencia de las investigaciones sobre la
percepción o la poesía de Teresa de Jesús o Juan de la Cruz responden sólo a la
religiosidad de la época? ¿Son, quizás, las limitaciones físicas o la herencia genética
o el coeficiente intelectual del artista las claves de la obra artística? ¿Y de alguna
afirmación anterior, podemos deducir que la originalidad del Greco es debida
únicamente a su problema visual o es necesario calcular el coeficiente intelectual de
Mozart o de Leonardo Da Vinci para comprender sus obras?
Es aquí, en el océano de estos interrogantes emergentes donde las tesis
defendidas desde la perspectiva junguiana son de gran ayuda para establecer esa tan
necesaria demarcación epistemológica de la psicología estudiosa del fenómeno
artístico.
A la primera cuestión, que trata del posicionamiento, cuestión básica y fundamental
en el proceso de investigación y análisis, Jung se acerca al arte con el máximo
respeto y no acepta que el psicólogo sea quien para definir o explicar lo qué es el arte,
pues el objetivo de la Psicología es el conocimiento e investigación de la estructura y
funcionamiento de la psique humana. El psicólogo no es un sabelotodo que pueda
ejercer de metementodo departiendo o afirmando sentencialmente algo como artístico
o no y ni mucho menos acepta que pueda realizarse un reduccionismo tal que
equipare la obra de arte a un producto compuesto por meros condicionantes psíquicos
conscientes o inconscientes. Ahora bien, según Jung, si la psicología se posiciona con
respeto, incluso con toda la admiración y humildad que el situarse ante el evento
artístico merece, puede acercarse mucho mejor al proceso de creación del artista.
Esto es importante, porque este proceso de creación sí puede ser objeto de
investigación y conocimiento: «la psicología sobre el arte se limitará al proceso
psíquico de la actividad artística y jamás alcanzará a la esencia más íntima del arte
mismo» (1) La definición de lo qué es el arte, sólo puede realizarse desde la Estética
o la Filosofía del Arte.
En la cuestión artística Jung se diferencia de Freud porque:
a- Freud trata la obra artística como síntoma, Jung como símbolo.
b- Freud tiene una metodología causal –causas eficientes- y Jung teleológica
–causas finales-, por lo tanto, el significado de cualquier obra de arte es
distinto analizado desde el psicoanálisis que desde la psicología analítica.
c- La vida personal del artista no explica, según Jung, ni siquiera tratada desde
una perspectiva analítica, la obra del artista.
d- Freud se queda en el inconsciente personal como origen del quehacer y el
producto artístico, Jung, en cambio, transciende lo personal y busca en el
inconsciente colectivo la respuesta a la creatividad artística.
¿Qué significa que una obra de arte sea un símbolo y no un síntoma? Jung
entiende como símbolo aquello que expresa alguna vivencia que no puede ser
conceptualizada ni definida lingüísticamente de una forma consciente. Decir que el
arte es símbolo y no síntoma es romper con la relación causa-efecto del
reduccionismo freudiano que equipara la actividad artística a un estado alterado de
conciencia -neurótico o psicótico- y rechazar, por ende, que pueda ser explicada en
parámetros propios de la patología mental. Desde la perspectiva del psicoanálisis
ortodoxo el artista dejaría de serlo al ser curado de su enfermedad y vivir de una
forma adaptada dentro de las normas sociales de la comunidad de pertenencia.
Toda desadaptación urgiría, pues, una intervención psicoanalítica, cuya meta
sería generar una homeostasis y readaptarlo al grupo social. Ahora bien, aún en el
caso en que sea cierto que el artista aparezca como un desadaptado, no todos los
desadaptados son artistas: ni la sociopatía de Jean Genet es lo único visible en su
poesía o en su teatro, ni la paranoia puede explicar los cuentos de Stephen King, ni
una crisis de identidad los escritos de Samuel Beckett. Pensar eso sería, según Jung,
caer en un reduccionismo absurdo y totalmente inaceptable, sería igualar algo
cualitativamente tan diferente como trabajo artístico y conducta enfermiza, porque
«una obra de arte no es un síntoma, sino una genuina creación» (2) El artista tiene
una vida personal similar a la de todos los demás individuos de la especie humana,
con todo lo que eso implica: defectos, limitaciones, trastornos psíquicos, complejos...;
pero es evidente, que no todos los seres humanos llegan a ser artistas. ¿Qué les hace
diferente, pues? ¿Qué proceso consciente o inconsciente surge en esas personas que
les conduce a realizar un Guernika, un David, escribir una Novena Sinfonía, imaginar
un Quijote o construir una Sagrada Familia? ¿Qué proceso tan especial es, entonces,
crear o producir arte?
Desde un punto de vista consciente, el artista tiene una imagen o una idea que
elabora y expresa gracias a una técnica previamente aprendida trabajando con unos
materiales: palabras, sonidos, colores, texturas... Sin embargo, existe todo un proceso
psíquico interno, inconsciente que le mueve a hacerlo, semejante al que luego nos
conmoverá a nosotros en la contemplación de su obra. Sí, la experiencia estética
mueve y conmueve, porque hay algo inconsciente del autor y del espectador que
permite una comunicación y que transciende más allá de todos los códigos
lingüísticos establecidos. Ahora bien, ¿cómo se explicaría, pues, esta experiencia
estética desde el punto vista de la psicología profunda?
Para empezar Jung habla de la existencia de un complejo autónomo
inconsciente como desencadenante de la necesidad creativa. Un complejo, a mi juicio,
no es ni más ni menos que una vivencia de gran carga afectiva que asocia a su
alrededor ciertas situaciones, imágenes o palabras y que actúa como si de un
torbellino se tratara, de forma tal que cuando alguna de esas situaciones, imágenes o
palabras aparecen, aparece también el complejo que le impele a actuar. Ciertamente
los complejos explican los comportamientos anormales, pero también el
comportamiento artístico, que aún siendo anormal no es patológico. ¿Qué diferencia
hay, pues, entre un complejo autónomo de un ser perturbado emocionalmente y el
vivido por un artista? Sencillamente la distinción se encuentra en que el enfermo sufre
la destrucción y paralización psíquica mientras que el artista es capaz de crear y
recrear la vida y la realidad en su obra, aún incluso cuando la moneda de cobro sea
también la destructividad, porque aún a pesar de que Modigliani o Santiago Russinyol
fueran unos adictos a los opiáceos o Adouls Huxley utilizara para colocarse el LSD o
aunque Edgar Allan Poe fuera alcohólico o Virginia Wolf se suicidara, sus conductas
por sí mismas no explicarán nunca que hayan sido artistas, pues hay muchos
drogadictos, alcohólicos y suicidas que nunca llegaran a serlo. Además, soportar la
carga emocional de un complejo autónomo para darle forma y expresarlo sin que por
ello destruya la personalidad, vivir lo numinoso de algunas grandes obras sin
sucumbir en la perdida del yo, cuando lo numinoso y arquetípico se manifiesta desde
el inconsciente con su fuerza arrolladora es en sí ya toda una heroicidad.
Así, pues, hasta ahora, sabemos que, según la perspectiva de la psicología
analítica, los artistas son propulsados en su actividad por un complejo autónomo
inconsciente que desea manifestarse simbólicamente: «La energía creativa es más
fuerte que el ser humano» (3) La obra de arte final será el símbolo que sintetiza y
catetiza toda la fuerza de esa vivencia inconsciente. Ahora bien, como todo símbolo,
entiende Jung que la obra de arte debe tener una finalidad, pero ¿hacía dónde apunta
su finalidad?
Para hallar una respuesta, tal vez nos ayude a entender la concepción junguiana
sobre el arte, recordaremos la herencia vitalista que Jung recoge de Schopenhauer
quien postulaba que el arte nos libera, aunque sea momentáneamente, de la
esclavitud de esa oscura fuerza metafísica que es la voluntad de vivir. Para
Schopenhauer el arte nos coloca como seres libres que contemplan las formas
universales y perfectas, más allá de las cosas de mundo sujetas a la voluntad de vivir.
En la experiencia estética se encuentra, pues, por fin esa no-voluntad y es,
consecuentemente, una experiencia, aunque efímera, de la posibilidad de liberación
del espíritu.

En cierta manera, el arte en la concepción junguiana también es una liberación:
el artista creador se libera de la tensión emocional inconsciente que procede de las
partes más profundas de su psique, cual si de fuerza metafísica se tratara, y que se
da cuando el complejo autónomo se desencadena. Entonces el artista es y no es él,
valga la paradoja, experimenta en sí mismo la tensión dialéctica, la propia oposición
de su ser, esto es vive la enantiodromia, utilizando el vocabulario junguiano. En esa
lucha inconsciente, que puede expresarse exteriormente en malhumor, inestabilidad
emocional, enfados, melancolía, etc..., se libra una gran batalla y si el yo del artista
sale vencedor al mantener la tensión sin sucumbir, entonces, aún sin saberlo, todo su
ser sufre una transformación y o bien se identifica con su obra, tomándola como meta
y objetivo de su vida –objetivo que a menudo puede hacerse exclusivo en detrimento
de otras necesidades afectivas o físicas, intentando controlar su trabajo y buscando la
perfección hasta el máximo –como acostumbraba hacer Juan Ramón Jiménez con su
poesía-, o bien se pierde en su obra y se deja llevar por el sinfín de imágenes más o
menos hilvanadas que brotan de su inconsciente como el Dalí de la etapa surrealista.
Más, ¿qué pasa cuando un artista no consigue dar con una adecuada expresión
de esa vivencia interior? Simplemente se vuelve loco o se suicida: Antonin Artaud,
Virginia Wolff pueden ejemplificar semejante fracaso del yo, pero ese final trágico
también lo comparten con tantos y tantos otros seres humanos que no pueden o no
saben solucionar un problema que les sorprende como algo urgentemente vital,
porque, y esto es sumamente importante, el artista siente la urgencia de esa
expresión. En consecuencia, la realización de la obra, salva, aunque sólo sea
momentáneamente, al artista de la locura y de la muerte (4) Jung opina que en los
artistas hay una especie de daimon que en cierto momento les posee y domina y al
que se enfrentan, conteniéndolo desde el principio en formas predeterminadas,
esquemas, estructuras o modelos, para no desbordarse o entregándose a él para
conocerlo y definirlo. El hacer una cosa u otra depende de la características
temperamentales -tipológicas y de funciones cognitivas- de la persona creadora en
ese momento de su vida.

Tal vez cabe ahora plantearnos cuestiones tales como ¿de dónde proviene esa
fuerza, ese arrebato, ese daimon hipnotizador?, ¿a quién sirve? o ¿quién estructura y
dirige la obra? En cuanto a la fuente de la cual emana esa fuerza, no es el yo,
porque el yo, normalmente pertenece a la conciencia y aunque sea el sujeto
consciente quien vive la experiencia estética creativa y/o contemplativa de la obra, la
energía propulsora del símbolo surge de un plano inconsciente que Jung llama el símismo.
El sí-mismo es el centro inconsciente de la psique que unifica y estructura
todos nuestros procesos conscientes e inconscientes y produce en determinados
momentos de la vida del artista esa necesidad, que traslada, gracias a su función
simbólica, al exterior. Así emerge, pues, la obra como un símbolo rescatado de la más
recóndita oscuridad del inconsciente a la luz de la conciencia. El sí-mismo, que bien
podría traducirse por aquello que los antiguos entendían como espíritu o parte
espiritual del alma, tiene algo que expresar que decir y el artista crea: pinta, esculpe,
compone, escribe, danza, planifica la construcción de catedrales...
Pero, ¿cómo funciona el sí-mismo, ese centro inconsciente de la vida psíquica?
Con gran modestia, podemos afirmar, que sólo podemos intuirlo por sus
manifestaciones y la manifestación artística, es juntamente con la religiosa su
presentación más excelsa. Sabemos que su energía es afectivo-emocional y que al
estar en el inconsciente, los parámetros de tiempo y espacio y las categorías
lingüísticas no sirven para entenderlo, por eso su expresión es meramente simbólica.
Sin embargo, si analizamos sus exteriorizaciones –artísticas, oníricas o religiosas-,
advertimos que todo lo proveniente del sí-mismo posee unas ciertas regularidades
estructurales, eso nos permiten afirmar la existencia de unos a priori afectivoemocionales
que Jung denomina arquetipos. Esos arquetipos que tendrían una
función similar a las categorías kantianas estructurarían nuestras vivencias y
posibilitarían al artista la creación de imágenes que luego trasladaría a su obra. Ahora
bien, el sí-mismo sería, así, una especie de meta-arquetipo constelador y director de
todos los demás, un meta-arquetipo que además de actuar como generador y
estructurador del ser individual, aparece también dirigiendo las funciones expresivas
de todos los otros arquetipos.
El artista, entonces, en cuanto artista, trabaja desde el sí mismo, con imágenes
que son resultado de la síntesis entre arquetipos y experiencia vivida, esas imágenes
una vez conformadas son trasladadas a su obra y expresan así su mensaje vivo.
Evidentemente, en el arte, como en toda expresión hay ciertos niveles de intensidad,
cuanto más intenso y emocional, más cerca de lo colectivo se halla el artista, con el
riesgo de perder su yo en la vorágine de los afectos humanos, porque si bien a nivel
individual podemos hablar de un inconsciente personal con su sí-mismo
correspondiente, a nivel colectivo existe un inconsciente que recoge toda la historia,
consciente o no de toda la Humanidad. Ahí se halla ese saber simbólico entendido o
no, pero que ha sido expresado a través del arte, los sueños y la religión y que a
veces ha encontrado una posible traducción conceptual en la ciencia y la filosofía.
Cuando el espíritu del artista bebe del espíritu colectivo, el artista es un médium, un
mero instrumento que interpreta la música que hay en él, que es la música celestial o
cósmica presente en el universo que han oído otros antes que él, pinta las imágenes
que contempla en su alma que han sido desveladas a otros antes que él, o escribe
sobre las emociones que tantos seres humanos antes que él han leído grabadas en
su corazón. No es sólo su mensaje individual, sino también la relectura simbólica del
hecho de ser humano. El inconsciente colectivo le nutre cual nodriza y él crea y
recrea, reinterpretando lo universal y perenne que hay en nosotros: «cada una de
estas imágenes contiene un fragmento de la psicología y del destino humanos» (5)
Sin embargo, cuando la producción artística es símbolo de algo ya conseguido,
pasado, que no es importante para la colectividad cae en el olvido, deviene un arte
muerto, se difumina en la vorágine del devenir y la evolución de la Humanidad, pero
mientras muestre algo palpitante o no resuelto históricamente, continuará
emocionando y conmocionado, es el arte vivo que genera vivencias aún por vivir, y
aún más, si el autor es capaz de conectar con el sentir de su época y de sus
congéneres, el autor es reconocido como artista y puede alcanzar el éxito en su
tiempo. De todas formas, ese arte muerto u olvidado en un período, puede resucitar
en otro, cuando la situación histórica nos haga revivir situaciones similares a las
experimentadas y sentidas por el artista. Además, dado que todo símbolo es
polisémico, o sea puede tener muchas lecturas posibles, la obra puede haber dejado
otros significados por desvelar y que retornarán cuando estén ya preparados para
hacerse conscientes. También puede suceder que una obra pase desapercibida en su
tiempo y, entonces, queda ahí latente, enterrada aunque presente, hasta que sea
descubierta y llegue el momento en que su mensaje pueda ser concienciado y
comprendido, este sería el caso de Van Gogh, Nietzsche, Kafka, Poe...
Sin embargo, hay obras de arte magistrales que perduran aún, a pesar del paso
de los siglos. Tal vez se necesite mucho tiempo para asumir e integrar su mensaje en
la vida consciente de los humanos: obras de teatro como Lisistrata, Antígona, Romeo
y Julieta... o magníficos cuadros como el Grito, el Guernika, la Gioconda... o películas
maravillosas como Metrópolis, Octubre, El Gran Dictador, Mamma Roma, Amarcord,
Lo que el viento se llevo... o piezas musicales como Don Giovanni, la Patética,
Carmen... Son esas obras sempiternas en las que todavía podemos proyectarnos y
descubrirnos. Precisamente porque el artista crea en su nombre y en el nombre de
todos los pertenecientes a su especie, su arte llega a todos, se nos hace
comprensible, nos entregamos a la experiencia estética y nos conmocionamos sin
más con esas obras maestras. Esas obras sempiternas que son todavía un pozo de
sabiduría y de la cuales podemos aprender ciertas verdades universales. Ellas ocultan
ese saber simbólico que quiere ser concienciado por la Humanidad para ayudar a
resolver sus problemas o dualidades todavía inconscientes y liberarla del yugo de la
tensión. Este mensaje está presente en obras como la Flauta Mágica de Mozart o en
el Fausto de Goethe o en la Novena Sinfonía de Bethoven o en la Sinfonía para el
Nuevo Mundo de Dvorak, todos ellas nos hablan en un lenguaje simbólico susceptible

de ser desvelado.
Ahora bien, aún quedan algunos asuntos aparentemente problemáticos sobre los
que es necesario reflexionar, como por ejemplo: ¿queda ya la finalidad del arte
completamente explicada? ¿Puede el conocimiento sobre el proceso artístico tener
alguna utilidad práctica dentro del campo de la psicología? Referente a la finalidad
podríamos decir que el artista es transmisor de un símbolo y que su obra nos abre la
posibilidad de concienciar un contenido que hasta el momento ha permanecido
inconsciente tanto para él como para su cultura, de ahí la importancia de la educación
artística. El inconsciente, y en eso coinciden Freud y Jung, repetirá las veces que
haga falta el mensaje para que sea entendido. Por tal motivo Jung alude a la
necesidad de desarrollar la quinta función cognitiva: la simbólica, esa función que nos
permite crear, apreciar, entender el arte y comunicarnos gracias al arte. La educación
artística posibilita, pues, la expresión y comprensión del sí-mismo, ayudando por tanto
al autoconocimiento del individuo y de la Humanidad.
Y además gracias a ese conocimiento del proceso de elaboración de la obra de
arte, la psicología puede a través de la terapia artística, encontrar un camino que
ayude a simbolizar el sufrimiento a los individuos que padecen algún tipo de trastorno
psicológico y posibilitarles así un medio no sólo de concienciar el problema, sino
también de encararlo y solucionarlo. Actividades como el dibujo, la pintura, la música,
la escritura, la danza, el teatro, etc..., son de gran ayuda para curar cualquier alma
herida o incluso el alma herida de un pueblo. El futuro del arte queda, pues,
íntimamente ligado al futuro de la Humanidad.



Notas:
(1) Jung, Carl G. «Über das Phänomen des Geistes in Kunst und Wissenschaft»
p. 76
(2) Jung, Carl G. «Die Dynamik des Unbewu_ten» p. 402
(3) Jung, Carl G. «Über die Entwicklung der Persönlichkeit» p. 133
(4) Jung considera que la psicosis es la muerte del alma.
(5) Jung, Carl G. «Über das Phänomen...» op.cit. p. 93
Bibliografia
Jung, Carl G. (1995) «Gesammelte Werke», Walter Verlag, Düsseldorf

1 comentario:

  1. Fue un placer leer este trabajo, que integra, con una claridad magistral, conceptos y vivencias relacionadas al arte como proceso creativo y de individuación. Gracias por compartirlo.

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