miércoles, 19 de diciembre de 2012
martes, 18 de diciembre de 2012
PSICOLOGIA ANALITICA: TEORIA DE CARL JUNG
PSICOLOGIA ANALITICA: TEORIA DE CARL JUNG: Carl Jung, joven colega de Freud, se dedicó a la exploración del “espacio interno” a través de todo su trabajo . Se lanzó a la tarea e...
TEORIA DE CARL JUNG
Carl Jung, joven colega de Freud, se dedicó a la exploración del “espacio interno” a través de todo su trabajo. Se lanzó a la tarea equipado con los antecedentes de la teoría Freudiana, por supuesto, y con un conocimiento aparentemente inagotable sobre mitología, religión y filosofía. Pero era especialmente ducho en el simbolismo de tradiciones místicas complejas tales como gnosticismo, alquimia, cábala y tradiciones similares en el hinduismo y el budismo. Si hay una persona que tenga un sentido del inconsciente y sus hábitos como capaz de expresarse solo de forma simbólica, éste es Carl Jung. Además, tuvo la capacidad de un soñar muy lúcido e ilusiones ocasionales. En otoño del 1913 tuvo la visión de una “inundación monstruosa” que hundía casi toda Europa cuyas aguas llegaban hasta las faldas de las montañas de su nativa Suiza. Vio miles de personas ahogándose y la ciudad temblando. Luego, las aguas se tornaban en sangre. En las siguientes semanas a la visión, surgieron sueños de inviernos eternos y ríos de sangre. Estaba asustado de que se estuviese volviendo psicótico. Pero el uno de agosto de ese año, empezó la Primera Guerra Mundial. Jung creyó que de alguna manera existía una conexión entre él como individuo y la humanidad en general que no podía explicarse. Desde este momento hasta 1928, se fue metiendo en un proceso doloroso de auto-exploración que formaría la base de su futura teoría. Cuidadosamente empezó a anotar sus sueños, fantasías y visiones, y los dibujó, pintó y esculpió. Halló que sus experiencias tendían a tomar formas humanas, empezando por un anciano sabio y su acompañante, una niña pequeña. El anciano sabio evolucionó, a través de varios sueños, hasta una especie de gurú espiritual. La niña pequeña se convirtió en “anima”, el alma femenina, que servía como medio de comunicación (medium) entre el hombre y los aspectos más profundos de su inconsciente. Un duende marrón cuero apareció como celador de la entrada al inconsciente. Era “la sombra”, una compañía primitiva del Yo de Jung. Jung soñó que tanto él como el duende, habían asesinado a la preciosa niña rubia, a la que llamó Siegfred. Para éste, esta escena representaba una precaución con respecto a los peligros del trabajo dirigido solo a obtener la gloria y el heroísmo que prontamente causaría un gran dolor sobre toda Europa (¡así como también un aviso acerca de los peligros de algunas de sus propias tendencias respecto de la empresa heroica de Sigmund Freud!). Jung soñó también mucho con cuestiones relacionadas con la muerte; con el territorio de los muertos y el renacimiento de los mismos. Para él, esto representaba el inconsciente mismo; no aquel “pequeño” inconsciente del que Freud hizo tan grande, sino un nuevo inconsciente colectivo de la humanidad. Un inconsciente que podía contener todas las muertes, no solo nuestros fantasmas personales. Jung empezó a considerar que los enfermos mentales estaban poseídos por estos fantasmas, en una época donde se supone que nadie creía en ellos. Con el solo hecho de “recapturar” nuestras mitologías, entenderíamos estos fantasmas, nos sentiríamos cómodos con la muerte y así superar nuestras patologías mentales. Los críticos han sugerido que Jung estaba simplemente enfermo cuando todo esto ocurrió. Pero Jung creía que si queremos entender la jungla, no nos podemos contentar con solo desplazarnos por sus alrededores. Debemos entrar en ella, no importa cuán extraña o aterradora pueda verse. Biografía Carl Jung Carl Gustav Jung nació el 26 de julio de 1875 en una pequeña localidad de Suiza llamada Kessewil. Su padre, Paul Jung, fue un clérigo rural y su madre fue Emilie Preiswerk Jung. El niño Carl creció rodeado de una familia muy educada y extensa que incluía a unos cuantos clérigos y algunos excéntricos también. El padre inició a Carl en el latín a la edad de 6 años, lo que desde el principio aceptó con gran interés, en especial por el lenguaje y la literatura antigua. Además de leer la mayoría de las lenguas modernas del occidente europeo, Jung también leía alternativamente varias otras lenguas antiguas como el sánscrito (el lenguaje original de los libros sagrados hindúes). Carl era más bien un chico solitario en su adolescencia, no le importaba mucho el colegio y no soportaba la competición. Acudió a un colegio interno en Basel, Suiza, donde se encontró frontalmente con los celos de sus compañeros. Empezó a utilizar la enfermedad como excusa, desarrollando una tendencia avergonzante a desmayarse cuando estaba sometido a una gran presión. Aunque su primera elección de carrera fue la arqueología, se decidió por la medicina en la Universidad de Basel. Allí conoció al famoso neurólogo Kraft-Ebing, y llegó a trabajar para él. Bajo su influencia, estudió psiquiatría. Poco después de su licenciatura, se estableció en el Hospital Mental de Burghoeltzli en Zurich bajo la tutela de Eugene Bleuler, padre y conocedor más importante de la esquizofrenia. En 1903, se casa con Emma Rauschenbach. En aquel tiempo, también dedicó parte de su tiempo a dar clases en la Universidad de Zurich y mantenía una consulta privada. Fue aquí donde inventó la asociación de palabras. Siendo un gran admirador de Freud, por fin le conoció en Viena en 1907. Dice la historia que después de conocerle, Freud canceló todas sus citas del día, para continuar una conversación que duraría 13 horas continuas. ¡Tal fue el impacto de este encuentro entre estas dos mentes privilegiadas!. Eventualmente, Freud consideró a Jung como el príncipe de la corona del psicoanálisis y su mano derecha. Pero Jung nunca se apoyó en su totalidad a la teoría Freudiana. Su relación empezó a enfriarse en 1909, durante un viaje a América. En este viaje, ambos se entretenían analizándose los sueños de cada uno (aparentemente de manera más desenfadada que seria), cuando en un momento determinado Freud demostró una excesiva resistencia a los esfuerzos de análisis de Jung. Finalmente, Freud le dijo que debían parar, ya que él se sentía con temor a perder su autoridad. Evidentemente, Jung se sintió insultado. La Primera Guerra Mundial fue un periodo especialmente doloroso de auto-exámen para Jung. Sin embargo, era solo el principio de una de las teorías de la personalidad más interesantes que el mundo haya visto. Después de la guerra, Jung viajó mucho; desde tribus de Africa hasta poblaciones de América y la India. Se jubiló en 1946, retrayéndose de la vida pública a partir de este momento hasta la muerte de su esposa en 1955. Murió el 6 de junio de 1961 en Zurich. Teoría La teoría de Jung divide la psique en tres partes. La primera es el Yo, el cual se identifica con la mente consciente. Relacionado cercanamente se encuentra el inconsciente personal, que incluye cualquier cosa que no esté presente en la consciencia, pero que no está exenta de estarlo. El inconsciente personal sería como lo que las personas entienden por inconsciente en tanto incluye ambas memorias, las que podemos atraer rápidamente a nuestra consciencia y aquellos recuerdos que han sido reprimidos por cualquier razón. La diferencia estriba en que no contiene a los instintos, como Freud incluía. Después de describir el inconsciente personal, Jung añade una parte al psiquismo que hará que su teoría destaque de las demás: el inconsciente colectivo. Podríamos llamarle sencillamente nuestra “herencia psíquica”. Es el reservorio de nuestra experiencia como especie; un tipo de conocimiento con el que todos nacemos y compartimos. Aún así, nunca somos plenamente conscientes de ello. A partir de él, se establece una influencia sobre todas nuestras experiencias y comportamientos, especialmente los emocionales; pero solo le conocemos indirectamente, viendo estas influencias. Existen ciertas experiencias que demuestran los efectos del inconsciente colectivo más claramente que otras. La experiencia de amor a primera vista, el deja vu (el sentimiento de haber estado anteriormente en la misma situación) y el reconocimiento inmediato de ciertos símbolos y significados de algunos mitos, se pueden considerar como una conjunción súbita de la realidad externa e interna del inconsciente colectivo. Otros ejemplos que ilustran con más amplitud la influencia del inconsciente colectivo son las experiencias creativas compartidas por los artistas y músicos del mundo en todos los tiempos, o las experiencias espirituales de la mística de todas las religiones, o los paralelos de los sueños, fantasías, mitologías, cuentos de hadas y la literatura. Un ejemplo interesante que actualmente se discute es la experiencia cercana a la muerte. Parece ser que muchas personas de diferentes partes del mundo y con diferentes antecedentes culturales viven situaciones muy similares cuando han sido “rescatados” de la muerte clínica. Hablan de que sienten que abandonan su cuerpo, viendo sus cuerpos y los eventos que le rodean claramente; de que sienten como una “fuerza” les atrae hacia un túnel largo que desemboca en una luz brillante; de ver a familiares fallecidos o figuras religiosas esperándoles y una cierta frustración por tener que abandonar esta feliz escena y volver a sus cuerpos.
Quizás todos estamos “programados” para vivir la experiencia de la muerte de esta manera. Arquetipos Los contenidos del inconsciente colectivo son los llamados arquetipos. Jung también les llamó dominantes, imagos, imágenes primordiales o mitológicas y otros nombres, pero el término arquetipo es el más conocido. Sería una tendencia innata (no aprendida) a experimentar las cosas de una determinada manera. El arquetipo carece de forma en sí mismo, pero actúa como un “principio organizador” sobre las cosas que vemos o hacemos. Funciona de la misma manera que los instintos en la teoría Freudiana. Al principio, el bebé solo quiere algo de comer, sin saber lo que quiere. Es decir, presenta un anhelo indefinido que, no obstante, puede ser satisfecho por algunas cosas y no por otras. Más tarde, con la experiencia, el bebé empieza a anhelar cosas más concretas cuando tiene hambre (un biberón, una galleta, una langosta a la brasa, un pedazo de pizza estilo Nueva York). El arquetipo es como un agujero negro en el espacio. Solo sabemos que está ahí por cómo atrae materia y luz hacia sí mismo. El arquetipo materno Este arquetipo es particularmente útil como ejemplo. Todos nuestros ancestros tuvieron madres. Hemos evolucionados en un ambiente que ha incluido una madre o un sustituto de ella. Nunca hubiéramos sobrevivido sin la conexión con una persona cuidadora en nuestros tiempos de infantes indefensos. Está claro que somos “construidos” de forma que refleja nuestro ambiente evolutivo: venimos a este mundo listos para desear una madre, la buscamos, la reconocemos y lidiamos con ella. Así, el arquetipo de madre es una habilidad propia constituida evolutivamente y dirigida a reconocer una cierta relación, la de la “maternalidad”. Jung establece esto como algo abstracto, y todos nosotros proyectamos el arquetipo a la generalidad del mundo y a personas particulares, usualmente nuestras propias madres. Incluso cuando un arquetipo no encuentra una persona real disponible, tendemos a personificarlo; esto es, lo convertimos en un personaje mitológico “de cuentos de hadas”, por ejemplo. Este personaje simboliza el arquetipo. Este arquetipo está simbolizado por la madre primordial o “madre tierra” de la mitología; por Eva y María en las tradiciones occidentales y por símbolos menos personalizados como la iglesia, la nación, un bosque o el océano. De acuerdo con Jung, alguien a quien su madre no ha satisfecho las demandas del arquetipo, se convertiría perfectamente en una persona que lo busca a través de la iglesia o identificándose con la “tierra madre”, o en la meditación sobre la figura de María o en una vida dedicada a la mar. Maná Debemos saber que estos arquetipos no son realmente cosas biológicas, como los instintos de Freud. Son demandas más puntuales. Por ejemplo, si uno sueño con cosas alargadas, Freud sugeriría que éstas representarían el falo y en consecuencia el sexo. Jung propondría una interpretación muy distinta. Incluso, el soñar con el pene no necesariamente implica una insatisfacción sexual. Es llamativo que en sociedades primitivas, los símbolos fálicos usualmente no se refieran en absoluto al sexo. Usualmente simbolizan el maná, o poder espiritual. Esto símbolos se exhiben cuando es necesario implorar a los espíritus para lograr un mejor cosecha del maíz, o aumentar la pesca o para ayudar a alguien. La relación entre el pene y la fuerza, entre el sémen y la semilla, entre la fertilidad y la fertilización son parte de la mayoría de las culturas. La sombra Por supuesto que en la teoría junguiana también hay espacio para el sexo y los instintos. Éstos forman parte de un arquetipo llamado la sombra. Deriva de un pasado pre-humano y animal, cuando nuestras preocupaciones se limitaban a sobrevivir y a la reproducción, y cuando no éramos conscientes de nosotros como sujetos. Sería el “lado oscuro” del Yo (del sí mismo. N.T.) y nuestra parte negativa o diabólica también se encuentra en este espacio. Esto supone que la sombra es amoral; ni buena ni mala, como en los animales. Un animal es capaz de cuidar calurosamente de su prole, al tiempo que puede ser un asesino implacable para obtener comida. Pero él no escoge ninguno de ellos. Simplemente hace lo que hace. Es “inocente”. Pero desde nuestra perspectiva humana, el mundo animal nos parece brutal, inhumano; por lo que la sombra se vuelve algo relacionado con un “basurero” de aquellas partes de nosotros que no queremos admitir. Los símbolos de la sombra incluyen la serpiente (como en el Jardín del Edén), el dragón, los monstruos y demonios. Usualmente guarda la entrada a una cueva o a una piscina de agua, que representarían el inconsciente colectivo. La siguiente vez que sueñen que se están peleando con un luchador fortísimo, puede que simplemente ¡se esté peleando con usted mismo!. La persona La persona representa nuestra imagen pública. La palabra, obviamente, está relacionada con el término persona y personalidad y proviene del latín que significa máscara. Por tanto, la persona es la máscara que nos ponemos antes de salir al mundo externo. Aunque se inicia siendo un arquetipo, con el tiempo vamos asumiéndola, llegando a ser la parte de nosotros más distantes del inconsciente colectivo. En su mejor presentación, constituye la “buena impresión” que todos queremos brindar al satisfacer los roles que la sociedad nos exige. Pero, en su peor cara, puede confundirse incluso por nosotros mismos, de nuestra propia naturaleza. Algunas veces llegamos a creer que realmente somos lo que pretendemos ser. Anima y animus Una parte de la persona es el papel masculino o femenino que debemos interpretar. Para la mayoría de los teóricos, este papel está determinado por el género físico. Pero, al igual que Freud, Adler y otros, Jung pensaba que en realidad todos nosotros somos bisexuales por naturaleza. Cundo empezamos nuestra vida como fetos, poseemos órganos sexuales indiferenciados y es solo gradualmente, bajo la influencia hormonal, cuando nos volvemos machos y hembras. De la misma manera, cuando empezamos nuestra vida social como infantes, no somos masculinos o femeninos en el sentido social. Casi de inmediato (tan pronto como nos pongan esas botitas azules o rosas), nos desarrollamos bajo la influencia social, la cual gradualmente nos convierte en hombres y mujeres. En todas las culturas, las expectativas que recaen sobre los hombres y las mujeres difieren. Estas están basadas casi en su totalidad sobre nuestros diferentes papeles en la reproducción y en otros detalles que son casi exclusivamente tradicionales. En nuestra sociedad actual, todavía retenemos muchos remanentes de estas expectativas tradicionales. Todavía esperamos que las mujeres sean más calurosas y menos agresivas; que los hombres sean fuertes y que ignoren los aspectos emocionales de la vida. Pero Jung creía que estas expectativas significaban que solo hemos desarrollado la mitad de nuestro potencial. El anima es el aspecto femenino presente en el inconsciente colectivo de los hombres y el animus es el aspecto masculino presente en el inconsciente colectivo de la mujer. Unidos se les conoce como syzygy. El anima puede estar representada (personificada) como una joven chica, muy espontánea e intuitiva, o como una bruja, o como la madre tierra. Usualmente se asocia con una emocionalidad profunda y con la fuerza de la vida misma. El animus puede personificarse como un viejo sabio, un guerrero, o usualmente como un grupo de hombres, y tiende a ser lógico, muchas veces racionalista e incluso argumentativo. El anima y el animus son los arquetipos a través de los cuales nos comunicamos con el inconsciente colectivo en general y es importante llegar a contactar con él. Es también el arquetipo responsable de nuestra vida amorosa: como sugiere un mito griego, estamos siempre buscando nuestra otra mitad; esa otra mitad que los Dioses nos quitaron, en los miembros del sexo opuesto. Cuando nos enamoramos a primera vista, nos hemos topado con algo que ha llenado nuestro arquetipo anima o animus particularmente bien. Otros arquetipos Jung decía que no existía un número fijo de arquetipos que pudiésemos listar o memorizar. Se superponen y se combinan entre ellos según la necesidad y su lógica no responde a los estándares lógicos que entendemos. Jung, sin embargo, definió algunos otros: Además de la madre, existen otros arquetipos familiares. Obviamente, existe un padre que con frecuencia está simbolizado por una guía o una figura de autoridad. Existe también el arquetipo de familia que representa la idea de la hermandad de sangre, así como unos lazos más profundos que aquellos basados en razones conscientes. También tenemos el de niño, representado en la mitología y en el arte por los niños, en particular los infantes, así como por otras pequeñas criaturas. La celebración del niño Jesús en las Navidades es una manifestación del arquetipo niño y representa el futuro, la evolución, el renacimiento y la salvación. Curiosamente, la Navidad acontece durante el solsticio de invierno, el cual representa el futuro y el renacimiento en las culturas primitivas nórdicas. Estas personas encienden hogueras y realizan ceremonias alrededor del fuego implorando la vuelta del sol. El arquetipo niño también con frecuencia se mezcla con otros, formando el niño-dios o el niño-héroe. Muchos arquetipos son caracteres de leyendas. El héroe es uno de los principales. Está representado por la personalidad mana y es el luchador de los dragones malvados. Básicamente, representa al Yo (tendemos a identificarnos con los héroes de las historias) y casi siempre está envuelto en batallas contra la sombra, en forma de dragones y otros monstruos. No obstante, el héroe es tonto. Es, después de todo, un ignorante de las formas del inconsciente colectivo. Luke Skywalker, de La Guerra de las Galaxias, sería el ejemplo perfecto. Al héroe usualmente se le encarga la tarea de rescatar a la doncella, la cual representa la pureza, inocencia y en todas por igual, la candidez. En la primera parte de la historia de la Guerra de las Galaxias, la princesa Leia es la doncella. Pero, a medida que la historia avanza, ella se vuelve anima, descubriendo el poder de la fuerza (el inconsciente colectivo) y se vuelve un compañero igual que Luke, quien resulta ser su hermano. El héroe es guiado por un viejo hombre sabio, una forma de animus que le revela al primero la naturaleza del inconsciente colectivo. En la Guerra de las Galaxias, este viejo es Obi Wan Kenobi, y luego Yoda. Obsérvese que ambos enseñan a Luke todo sobre la fuerza, y cuando Luke madura, mueren, volviéndose parte de él. Quizás se estén preguntando por el arquetipo de “padre oscuro” de Darth Vader. Es la sombra y el maestro del lado oscuro de la fuerza. También resulta ser el padre de Leia y Luke. Cuando muere, se convierte en uno de los viejos hombres sabios. Este es también un arquetipo animal y representa las relaciones humanas con el mundo animal. Un buen ejemplo sería el del caballo fiel del héroe. Las serpientes también son frecuentes arquetipos animales y creemos que son particularmente listas. Después de todo, los animales están más cercanos a sus naturalezas que nosotros. Quizás, los pequeños robots y la siempre disponible nave espacial (el Halcón) sean símbolos de animales. Y luego está el ilusionista, usualmente representado por un payaso o un mago. El papel de éste es el de hacer las cosas más difíciles al héroe y crearle problemas.
En la mitología escandinava, muchas de las aventuras de los dioses se originaban en algún truco demostrado a sus majestades por el medio-Dios Loki. Existen otros arquetipos que son un poco más complicados de mencionar. Uno es el hombre original, representado en las culturas occidentales por Adán. Otro es el arquetipo Dios, el cual representa nuestra necesidad de comprender el Universo; que nos provee de significado a todo lo que ocurre y que todo tiene un propósito y dirección. El hermafrodita, tanto hombre como mujer, es una de las ideas más importantes de la teoría junguiana y representa la unión de los opuestos. En algunos cuadros religiosos, Jesucristo está representado más bien como un hombre afeminado. Así mismo, en China, el carácter de Kuan Yin es de hecho un santo masculino (el bodhisattva Avalokiteshwara), ¡pero está pintado de una forma tan femenina que usualmente se le considera más como la diosa de la compasión!. El arquetipo más importante es el de self (mantendremos aquí el término “self” que “sí mismo”, por su aceptación literal en psicología de habla hispana. N.T.). El self es la unidad última de la personalidad y está simbolizado por el círculo, la cruz y las figuras mandalas que Jung halló en las pinturas. Un mandala es un dibujo que se usa en meditación y se utiliza para desplazar el foco de atención hacia el centro de la imagen. Puede ser un trazo tan simple como una figura geométrica o tan complicado como un vitral. La personificación que mejor representa el self es Cristo y Buda; dos personas, por cierto, que representan según muchos, el logro de la perfección. Pero Jung creía que la perfección de la personalidad solamente se alcanza con la muerte. Las dinámicas del psiquismo Bueno, ya está bien de contenidos mentales. Vamos ahora a ocuparnos de los principios de sus operaciones. Jung nos brinda tres principios. El primero de ellos es el principio de los opuestos. Cada deseo inmediatamente sugiere su opuesto. Por ejemplo, si tengo un pensamiento positivo, no puedo dejar de tener el opuesto en algún lugar de mi mente. De hecho, es un concepto bastante básico: para saber lo que es bueno debo conocer lo malo, de la misma forma que no podemos saber lo que es negro sin conocer lo blanco; o lo que es alto sin lo bajo. Esta idea me sobrevino cuando tenía unos once años. Recuerdo que ocasionalmente me dio por salvar a muchas criaturitas inocentes del bosque que de alguna forma se habían herido (me temo que muchas veces provocándoles la muerte). Una vez intenté curar a un petirrojo, pero cuando lo alcé en mi mano, me deslumbró un halo de luz del sol y me llevé la mano a la cara. En ese momento pasó por mi mente la idea de que podía haberlo aplastado. Imagínense, no me gustaba nada la idea, pero me vino innegablemente. De acuerdo con Jung, es la oposición la que crea el poder (o libido) del psiquismo. Es como los dos polos de una batería, o la escisión de un átomo. Es el contraste el que aporta la energía, por lo que un contraste poderoso dará lugar a una energía fuerte y un contraste débil provocará una energía pobre. El segundo principio es el principio de equivalencia, donde la energía resultante de la oposición se distribuye equitativamente en ambos lados. Así, cuando yo sostenía a aquel pajarito en mi mano, existía una energía que me impulsaba a ayudarle; así como también otra de iguales características que me dirigía a aplastarle. Intenté ayudar al pájaro, por lo que toda esa energía se distribuyó en los variados comportamientos dirigidos a ese fin. Pero, ¿qué pasó entonces con la otra parte?. Bueno, eso depende de la actitud que uno tome con respecto a ese deseo no satisfecho. Si mantenemos ese deseo de forma consciente; es decir, que somos capaces de reconocerlo, entonces provocamos un aumento de calidad en el funcionamiento psíquico; esto es, crecemos. Si por el contrario, pretendemos negar que este pensamiento estuvo ahí, si lo suprimimos, la energía se dirigirá hacia el desarrollo de un complejo. El complejo es un patrón de pensamientos y sentimientos suprimidos que se agrupan (que establecen una constelación) alrededor de un tema en concreto proveniente de un arquetipo. Si negamos haber tenido un pensamiento relacionado con aplastar el pájaro, podríamos poner esa idea en una de las formas ofrecidas por la sombra (nuestro “lado oscuro”). O si un hombre niega su lado emocional, su emocionalidad puede encontrar su forma de expresión dentro del arquetipo de anima. Aquí es donde empiezan los problemas. Si pretendemos que en toda nuestra vida somos absolutamente buenos; que ni siquiera tenemos la capacidad de mentir y engañar; de robar y matar, entonces cada vez que seamos buenos, nuestra otra parte se consolidará en un complejo alrededor de la sombra. Ese complejo empezará a tomar vida propia y te atormentará da alguna manera. Puedes verte sufriendo de pesadillas donde ¡aplastas a pequeños pájaros!. Si el complejo dura mucho tiempo, puede llegar a “poseerte” y puedes terminar con una personalidad múltiple. En la película “The Three Faces of Eve” (Las Tres Caras de Eva), Joanne Woodward daba vida a una mujer dulce y retraída que eventualmente iba descubriendo que salía a la calle los sábados en la noche, asumiendo una identidad contraria. No fumaba, y sin embargo encontraba paquetes de cigarrillos en su bolso; no bebía, más se levantaba con resaca y no flirteaba con hombres, aunque encontraba ropas en su habitación de lo más sexy. Es importante decir aquí, que a pesar de que el trastorno de personalidad múltiple es raro, cuando aparece no tiende a presentarse de una manera tan extrema, tipo blanco y negro. El último principio es el principio de entropía, el cual establece la tendencia de los opuestos a atraerse entre sí, con el fin de disminuir la cantidad de energía vital a lo largo de la vida. Jung extrajo la idea de la física, donde la entropía se refiere a la tendencia de todos los sistemas físicos de solaparse; esto es, que toda la energía se distribuya eventualmente. Si, por ejemplo, tenemos un calentador en la esquina de una habitación, con el tiempo el salón completo se calentará. Cuando somos jóvenes, los opuestos tienden a ser muy extremos, malgastando una gran cantidad de energía. Por ejemplo, los adolescentes tienden a exagerar las diferencias entre sexos, siendo los chicos más machos y las chicas más femeninas, por lo que su actividad sexual está investida de grandes cantidades de energía. Además, estos oscilan de un extremo a otro, siendo locos y salvajes en un momento y encontrando la religión en otro. A medida que nos vamos haciendo mayores, la mayoría de nosotros empieza a sentirse cómodos con nuestras facetas. Somos un poco menos idealistas e ingenuos y reconocemos que somos una combinación de bueno y malo. Nos vemos menos amenazados por nuestros opuestos sexuales y nos volvemos más andróginos. Incluso, en la edad de la vejez, las mujeres y los hombres tienden a parecerse más. Este proceso de sobreponernos por encima de nuestros opuestos; el ver ambos lados de lo que somos, es llamado trascendencia. El self La meta de la vida es lograr un self. El self es un arquetipo que representa la trascendencia de todos los opuestos, de manera que cada aspecto de nuestra personalidad se expresa de forma equitativa. Por tanto, no somos ni masculinos ni femeninos; somos ambos; lo mismo para el Yo y la sombra, para el bien y el mal, para lo consciente y lo inconsciente, y también lo individual y lo colectivo (la creación en su totalidad). Y por supuesto, si no hay opuestos, no hay energía y dejamos de funcionar. Evidentemente, ya no necesitaríamos actuar. Si intentamos alejarnos un poco de las consideraciones místicas, sería recomendable que nos situáramos en una postura más centralista y equilibrada de nuestra psique. Cuando somos jóvenes, nos inclinamos más hacia el Yo, así como en las trivialidades de la persona. Cuando envejecemos (asumiendo que lo hemos hecho apropiadamente), nos dirigimos hacia consideraciones más profundas sobre el self y nos acercamos más a las gentes, hacia la vida y hacia el mismo universo. La persona que se ha realizado (que ha desarrollado su sí mismo- su self) es de hecho menos egocéntrica. Sincronicidad A través de los años los teóricos han discutido ampliamente si los procesos psicológicos se establecen a partir de modelos mecanicistas o teleológicos. El mecanicismo es la idea de que las cosas funcionan a través de un proceso de causa-efecto. Una cosa lleva a otra, y esa otra a una siguiente y así sucesivamente, por lo que el pasado determina al presente. La teleología es la idea que defiende que somos guiados por nuestros propósitos, significados, valores y demás. El mecanicismo está asociado al determinismo y las ciencias naturales; la teleología está relacionada con el libre albedrío y se considera en la actualidad una postura un tanto rara. Es todavía común en filósofos moralistas, legalistas y religiosos y, por supuesto también, en algunos teóricos de la personalidad. Con respecto a los autores que revisamos en este libro, los Freudianos y los conductuales tienden a ser mecanicistas, mientras que los neo-Freudianos, humanistas y existencialistas tienden a la postura teleológica. Jung cree que ambos juegan algún papel, pero añade una última alternativa ideológica llamada sincronicidad. La sincronicidad supone la ocurrencia de dos eventos que no están asociados ni causalmente ni teleológicamente, más sin embargo tienen una relación significativa. Una vez, un paciente me describía un sueño con un escarabajo y justo en ese momento, por la ventana del despacho pasó volando un escarabajo muy similar al que describía en su sueño. Muchas veces, las personas soñamos con, digamos, la muerte de un ser querido y a la mañana siguiente nos encontramos con la muerte real de esa persona y que murió más o menos a la hora en que lo soñamos.
PSICOLOGIA ANALITICA: Concepto De Psicología
PSICOLOGIA ANALITICA: Concepto De Psicología: Psicología Etimológicamente proviene del griego psyche, que se puede traducir alma. Decir que la psicología "es la ciencia del alma"...
Concepto De Psicología
La historia de la Psicología en el último siglo es la historia de su lucha por independizarse de la Filosofía. En los últimos cien años numerosos investigadores han intentado independizar a esta ciencia de la filosofía, destacando su carácter experimental, es decir, prescindiendo de toda preocupación metafísica y limitándose al análisis de hechos observables y comprobables. Es la llamada Psicología científica o experimental. Hoy debe considerarse una ciencia particular independiente.
Reducir al sujeto a la función de un mero ejecutor de conductas en aras de que la psicología alcance mayor exactitud y precisión supone un precio elevado, al que numerosos investigadores se oponen. Todo ello conduce a la necesidad de reformular y ampliar la definición de psicología como ¨ciencia que estudia el comportamiento humano¨ . Se puede concluir diciendo que la psicología es la ciencia que se ocupa de la conducta y de la mente humana, en la doble perspectiva de su comportamiento objetivo, por una parte, y de sus estados mentales por otra, procurando al mismo tiempo explicar la génesis de estos fenómenos y formular un conjunto de leyes aplicables a ellos.
jueves, 8 de noviembre de 2012
lunes, 10 de septiembre de 2012
sábado, 1 de septiembre de 2012
FORUM PSICOLOGOS: El Trastorno Obsesivos Compulsivo (T.O.C.)
FORUM PSICOLOGOS: El Trastorno Obsesivos Compulsivo (T.O.C.): Charlamos con Elia Quiñones del trastorno obsesivo-compulsivo. Elia Quiñones nos cuenta los síntomas más u suales de este trastorno. No...
PSICOLOGIA ANALITICA: SOBRE LA NATURALEZA DEL ANIMUS, Emma Jung
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SOBRE LA NATURALEZA DEL ANIMUS, Emma Jung
SOBRE LA NATURALEZA DEL ANIMUS, Emma Jung
("Sobre la Naturaleza del Animus" fue leído en el Psychological Club of Zürich (el Club de Psicología de Zürich) en Noviembre de 1931, y fue publicado por primera vez levemente ampliado en Wirklichkeit der Seele (Zürich. Rascher Verlag, 1934) La versión leída en el Club fue traducida al inglés y apareció en 1941).
El anima y el animus son dos figuras arquetipales de gran importancia. Pertenecen por un lado al consciente individual y por el otro están enraizados en el inconsciente colectivo, de esta manera forman un lazo conector o puente entre lo personal y lo impersonal, entre el consciente y el inconsciente. Dado que una es femenina y el otro es masculino, C.G. Jung los denominó respectivamente anima y animus. El entiende que estas figuras son complejos funcionales que se comportan de manera compensatoria de la personalidad externa, esto es, como si fuesen personalidades internas con las características fallantes en la personalidad consciente y manifestada (externa)[1]. En un hombre, se trata de características femeninas; en una mujer, masculinas. Normalmente ambas están siempre presentes, en cierto grado, pero no encuentran un lugar en la función externa de la persona porque perturbarían su adaptación al medio, o la imagen ideal que se tiene de si mismo.
Sin embargo, el carácter de estas figuras no está determinado solamente por las características sexuales latentes que representan, está condicionado por la experiencia que cada persona ha tenido en el curso de su vida con representantes del otro sexo, y por la imagen colectiva de la mujer que lleva en su psiquis el hombre individual, y la imagen colectiva del hombre que lleva la mujer. Estos tres factores se unen para formar algo que no es exclusivamente una imagen ni tampoco solamente experiencia, sino que es una entidad cuya actividad no está coordinada orgánicamente con las otras funciones psíquicas. Se conduce como si tuviese sus propias leyes, interfiriendo en la vida del individuo como si fuese un elemento ajeno; a veces, esta interferencia es útil, a veces perturbadora, en otras realmente destructiva. Tenemos por lo tanto muchas razones para preocuparnos por estas entidades psíquicas y llegar a comprender de qué manera ejercen su influencia sobre nosotros.
A continuación presentaré al animus y sus manifestaciones como realidades, el lector debe recordar que estoy hablando de realidades psíquicas, que no pueden compararse a realidades concretas, pero no por ello dejan de ser menos efectivas[2]. Trataré de presentar ciertos aspectos del animus sin alegar, no obstante, una absoluta comprensión de este complejo fenómeno. Al hablar del animus estamos tratando no solo con una entidad inmutable y absoluta, sino también con un proceso espiritual. Intento limitarme aquí a las formas en que el animus aparece en su relación con el individuo y con la conciencia.
Manifestaciones externas y conscientes del animus
Mi premisa es que en lo referente al animus estamos tratando con un principio masculino. Pero, como debe caracterizarse a este principio masculino? Goethe hace que Fausto, mientras está traduciendo el Evangelio según San Juan, se pregunte a si mismo si el pasaje: "En el principio fue la Palabra", no debería ser leído como "En el principio fue el Poder", o "Significado", y finalmente lo hace escribir: "En el principio fue la Acción". Y con estas cuatro expresiones, que reproducen el significado del griego logos, parece estar expresada la quintaesencia del principio masculino. A la vez, encontramos en ellas una secuencia progresiva, cada estadio tiene su representación tanto en la vida como en el desarrollo del animus. El poder corresponde a una primera etapa, le sigue la acción, luego la palabra, y, finalmente, en la última, el significado. En lugar de poder se podría hablar de poder dirigido, que es la voluntad, dado que el poder puro no es aun humano ni tampoco espiritual.
Esta cuadruplicidad que caracteriza al principio del Logos presupone, como se puede observar, un elemento de conciencia pues sin ella no podrían concebirse ni la voluntad, la palabra, la acción o el significado.
Así como hay hombres de un notable poder físico, hombres de acción, hombres de palabras y de sabiduría, así también la imagen del animus difiere de acuerdo con el estado de evolución particular o los dones naturales de una determinada mujer. Esta imagen puede transferirse a un hombre real que asume el rol de animus debido a su semejanza con él; alternativamente, puede aparecer como un sueño o una figura fantástica; pero dado que representa una realidad psíquica viviente, le otorga un carácter desde lo interno de la mujer, que se refleja en todo lo que ella hace. Para la mujer primitiva o la mujer joven, o para lo primitivo en cada mujer, el hombre que se distingue por su capacidad física se convierte en figura del animus. Las imágenes típicas son las de los héroes de leyenda, o figuras del deporte, cowboys, toreros, aviadores, etc. Para la mujer más exigente, el animus es un hombre que actúa dirigiendo su poder hacia algo importante. Las transiciones aquí no son tan marcadas debido a que el poder y la acción se condicionan mutuamente. Un hombre que tiene dominio sobre la "palabra" o sobre el "significado" representa una tendencia esencialmente intelectual dado que palabra y significado corresponden, por excelencia, a la capacidad mental. Tal hombre personifica el animus en su sentido más estricto, como un guía espiritual como representante de los dones intelectuales de la mujer. Es en esta fase, en la que por lo general el animus se torna problemático, por lo tanto, lo exploraremos con mayor detenimiento. Las imágenes del animus que simbolizan las fases de poder y acción son proyectadas en una figura heroica. Pero hay también mujeres en las cuales este aspecto de masculinidad ya se encuentra combinado armoniosamente con el principio femenino, que le es de gran ayuda. Estas son las mujeres, enérgicas, activas, valientes y fuertes. Pero hay también aquellas en las que la integración ha fallado, en las que la conducta masculina ha avasallado y suprimido el principio femenino. Estas son las mujeres masculinas, brutales, hiperactivas, salvajes, las Xantippes que no son solo activas sino más bien agresivas. En muchas mujeres, esta masculinidad primitiva se expresa también en su vida erótica, por lo que su enfoque del amor tiene un carácter masculino y no está determinado por el sentimiento, como es natural en las mujeres, sino que funciona por si mismo, separado del resto de la personalidad, como ocurre en general con los hombres. Sin embargo, podemos suponer que las mujeres ya han asimilado las formas más primitivas de la masculinidad. En general decimos que ya han encontrado, tiempo atrás, su aplicación en el modo de vida femenino; desde hace mucho ha habido mujeres cuya fuerza de voluntad, claridad de propósito, actividad y energía les ha servido como impulso en sus vida. El problema de la mujer de hoy en día parece recaer en su actitud hacia el animus-logos, al elemento masculino-intelectual, en un sentido más acotado, pues la expansión de la conciencia y su desarrollo en todos los campos, parece ser un mandato ineludible -así como también un don- de nuestro tiempo. Un ejemplo de lo anterior es el hecho que junto a los descubrimientos e invenciones de los últimos cincuenta años, también hemos visto la aparición del llamado movimiento feminista, la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos con el hombre. Felizmente, hoy en día hemos sobrevivido al peor resultado de esta lucha, que seria la "mujer sabelotodo". La mujer se ha dado cuenta que no puede parecerse enteramente al hombre, pues en primer lugar es una mujer y debe sentirse como tal. Sin embargo, queda claro que algo del espíritu masculino ha madurado en la conciencia de la mujer y ahora debe encontrar su lugar y ser eficaz dentro de la personalidad. Una parte importante del problema del animus reside en conocer estos factores, para ordenarlos de manera que puedan jugar un rol significativo.
De vez en cuando oímos decir que no hay necesidad que la mujer se ocupe de los asuntos intelectuales o espirituales, que es solo una tonta imitación del hombre o un impulso competitivo rayano en la megalomanía. A pesar de que esto es cierto en muchos casos, especialmente el fenómeno ocurrido al comienzo del movimiento feminista, de todas formas como explicación del asunto no está justificado. Ni la arrogancia ni la insolencia nos da derecho a la audacia de desear ser Dios (esto es, como un hombre; no somos ni como la Eva antigua, tentada por la belleza de la fruta del árbol de la sabiduría, ni hay una víbora que nos aliente a disfrutarla). No, ha llegado a nosotras algo así como un mandato, una orden; nos enfrentamos a la necesidad de morder esta manzana, sea que creamos que es buena o no, estamos enfrentadas al hecho de que el paraíso natural e de inconsciencia en el que a la mayoría de nosotras nos gustaría quedarnos alegremente, se ha ido para siempre.
Así es como están las cosas esencialmente, aun si en la superficie parecen diferentes. Y debido a que se trata de un momento crucial no debemos asombrarnos ante los esfuerzos infructuosos o las exageraciones grotescas, ni mucho menos permitirnos ser intimidadas por ellos.
Si no se encara el problema, si la mujer no hace frente a su exigencia interna de conciencia o actividad intelectual, el animus se convierte en autónomo y negativo y opera destructivamente sobre el individuo (la mujer) y sobre sus relaciones con los demás. Esto puede explicarse de la siguiente manera: si la posibilidad de una función espiritual no es asumida por la mente consciente, la energía psíquica destinada para ella, cae en el inconsciente y allí activa el arquetipo del animus. Poseída por esa energía que ha fluido de regreso al inconsciente, la figura del animus se torna autónoma, tan poderosa que puede aplastar o abrumar al ego consciente y finalmente dominar la personalidad toda. Debo agregar aquí que me baso en la visión de que en el ser humano hay una cierta idea básica que debe ser cumplida, igual que, por ejemplo, en un huevo o una semilla existe la idea a priori de la vida que emanará de ellos. Por lo tanto, me refiero a una suma de energía psíquica disponible destinada a funciones espirituales y que debe ser aplicada a ellas. Expresado figurativamente, en términos económicos, la situación es parecida a la del presupuesto de un hogar u otra empresa donde hay ciertas sumas de dinero que se asignan para determinados propósitos. De vez en cuando, otras sumas usadas previamente con otros fines, quedan disponibles ya sea porque no se las necesita para aquellos fines o porque no se las puede invertir de otra manera. En muchos aspectos, este es el caso con la mujer de hoy en día. En primer lugar, rara vez encuentra satisfacción en la religión establecida, especialmente si es Protestante. La iglesia que otrora llenara sus necesidades espirituales e intelectuales ya no le ofrece esa satisfacción. En el pasado, el animus junto a sus problemas asociados podía ser proyectado al mas allá (para muchas mujeres el Dios-Padre bíblico era un aspecto metafísico, sobrehumano de la imagen del animus), y mientras la espiritualidad pudiera ser convincentemente expresada en las diversas formas de religión válida, no había inconveniente. Ahora cuando esto ya no puede lograrse es que aparece el problema.
Una segunda explicación para el problema referente a la disponibilidad de la energía psíquica es que, debido a la posibilidad del control de la natalidad, se ha liberado una gran cantidad de energía. Dudo que la mujer misma pueda darse cuenta de cuan grande es esa cantidad de energía que antes utilizaba para mantener un estado de alerta constante para realizar su tarea biológica.
Una tercera causa recae en los avances tecnológicos que permiten nuevos medios para realizar las tareas a las que antes la mujer destinaba su creatividad e inventiva. Cuando antes debía avivar el fuego de la chimenea para recrear el acto Prometeico, hoy da vuelta una llave de la cocina de gas o acciona un interruptor eléctrico, y no tiene la menor idea de lo que sacrifica en pos de estas comodidades ni de las consecuencias que esta perdida trae aparejadas. Pues todo lo que no se hace de la forma tradicional será hecho de alguna nueva forma, y esto no es tan simple. Hay muchas mujeres que cuando llegan al plano en el que se ven enfrentadas a las exigencias intelectuales dicen "Preferiría tener otro bebé", para asi escapar o al menos posponer esa incomoda exigencia. Pero tarde o temprano la mujer debe acomodarse a cumplirla, pues los mandatos biológicos disminuyen progresivamente luego de la primera mitad de la vida; así que es inevitable un cambio de actitud, si se no quiere caer víctima de una neurosis o alguna otra enfermedad. Más aun, no es solo la energía psíquica liberada la que la enfrenta con la nueva tarea, sino también la ley del momento presente, el kairós, al que todos estamos sujetos y del que no podemos escapar, por más oscuro que este término se nos antoje. Estos tiempos requieren una expansión de la conciencia. Por eso en psicología hemos descubierto y estamos investigando el inconsciente; en física nos hemos percatado de los fenómenos y sus procesos -rayos y ondas, por ejemplo- los que hasta ahora eran imperceptibles y no eran parte de nuestro entendimiento consciente. Nuevos mundos con leyes que los gobiernan se abren ante nosotros, como por ejemplo, el del átomo. Aun más, el telégrafo, el teléfono, la radio y cualquier otro instrumento técnico acerca las cosas lejanas a nosotros, expandiendo el rango de nuestras percepciones sensoriales a lo largo y a lo ancho de la Tierra y aun más allá. Así es como se manifiesta la expansión e iluminación de la conciencia. Explicar las causas y metas de estos fenómenos nos alejaría de nuestro tópico; los menciono solamente como un factor unificador en un problema tan agudo para la mujer de hoy, el animus. El aumento de conciencia trae aparejado una canalización de la energía psíquica hacia nuevos senderos. Toda cultura, como sabemos, depende de tal diversificación, y la capacidad de dar forma a todo esto es precisamente lo que distingue al Hombre de los animales. Pero este proceso acarrea grandes dificultades; nos afecta casi como si fuese un pecado, un delito, tal como se observa en mitos tales como el de la Caída del Hombre, o el robo del fuego por parte de Prometeo, y así es como podríamos vivirlo en nuestra vida. No es de sorprender dado que se refiere a la interrupción del curso natural de los hechos, lo que es muy peligroso. Por esta razón siempre ha estado vinculado con ideas religiosas y ritos. En efecto, el misterio religioso, con su experiencia simbólica de muerte y renacimiento siempre recrea el milagroso proceso de la transformación. Como se hace evidente en los mitos arriba mencionados referidos a la Caída del Hombre y el robo del fuego por Prometeo, es el logos (esto es, conocimiento, conciencia en una palabra) el que eleva al Hombre por encima de la naturaleza. Pero este logro lo coloca en una difícil posición entre animal y Dios. Debido a esto; ya no es el hijo de la madre Naturaleza, es expulsado fuera del paraíso, pero a la vez, no es un dios pues aun está ineludiblemente atado a su cuerpo y sus leyes naturales, igual que Prometeo encadenado a la roca. A pesar que este doloroso castigo de estar dividido entre espíritu y naturaleza le ha sido familiar al hombre por largo tiempo, es solo recientemente que la mujer ha comenzado realmente a sentir el conflicto. Y con este conflicto, que va de la mano de un desarrollo de la conciencia, volvemos al problema del animus que eventualmente lleva a los opuestos, a la naturaleza, el espíritu y su armonización.
¿Cómo sufrimos este problema? ¿Cómo reconocemos el principio espiritual? En primer lugar, lo percibimos en el mundo externo. La niña generalmente lo ve en su padre o en una persona que ocupa su lugar; más tarde, quizás, en un maestro o hermano mayor, esposo, amigo, y finalmente en los registros objetivos del espíritu, en la iglesia, el estado, y la sociedad con sus instituciones así como las creaciones de la ciencia y las artes. En su mayoría, el acceso directo a estas formas objetivas del espíritu no es posible para una mujer; ella las encuentra solo a través de un hombre, que es su guia e intermediario. Este guía e intermediario se convierte entonces en el portador o representante de la imagen del animus; en otras palabras, el animus se proyecta en él. Mientras la proyección tenga éxito, es decir, mientras la imagen se corresponda o se parezca en cierta medida al portador, no hay conflicto real. Por el contrario, este estado parece ser perfecto, especialmente cuando el hombre que es el intermediario espiritual es, al mismo tiempo percibido como un ser humano con el que existe una relación humana, positiva. Si tal proyección se establece permanentemente se podría llamarla ideal pues aparece sin conflicto, lo que sucede es que la mujer permanece inconsciente. Lo que sucede es que hoy en día ya no nos satisface permanecer tan inconscientes, esto se demuestra, por ejemplo, en el hecho de que muchas mujeres que creen ser felices y estar contentas con lo que parece ser una relación perfecta con el animus, sufren síntomas nerviosos y físicos. Con frecuencia afloran la ansiedad, el insomnio y nerviosismo general, o males físicos, como el dolor de cabeza u otros dolores, perturbaciones de la visión, y ocasionalmente, problemas de pulmón. Conozco varios casos en los que los pulmones se vieron afectados en un momento en el que se hizo agudo el problema con el animus, y se curaron más tarde luego que el problema fue asumido y comprendido como tal[3] (Quizás los órganos de la respiración tienen una relación peculiar con el espíritu, como se sugiere por las palabras animus o pneuma, y Hauch, respiración, o Geist, espíritu, y por lo tanto reaccionan con especial sensibilidad a los procesos del espíritu. Posiblemente cualquier otro órgano podría ser afectado también, y es simplemente una cuestión de energía psíquica, la cual si no encuentra un canal apropiado y debe replegarse sobre si misma, ataca cualquier punto débil).
Tal transmisión total de la imagen del animus, como la que describí anteriormente, junto a una aparente satisfacción, genera una lazo compulsivo al hombre en cuestión y una dependencia que con frecuencia aumenta al punto de tornarse insoportable. Este estado de fascinación por alguien y la total influencia que éste ejerce, es conocido bajo el término "transferencia", lo que no es más que proyección. Sin embargo, proyección significa no sólo la transferencia de la imagen a una persona determinada, sino también las actividades que van asociadas, de manera que del hombre en el cual se ha depositado la imagen del animus, se espera que asuma todas las funciones que han permanecido no desarrolladas en la mujer en cuestión, sea esta la función de pensamiento, el poder para actuar, o la responsabilidad hacia el mundo exterior. A su vez, la mujer sobre la que un hombre ha proyectado su anima debe "sentir" por él, o establecer relaciones por él, y esta relación simbiótica es, en mi opinión, la causa real de la dependencia compulsiva que existe en estos casos.
Sin embargo, tal estado de proyección exitosa, no dura mucho tiempo, especialmente si la mujer tiene una relación íntima con el hombre en cuestión. Entonces, la incongruencia entre la imagen y el portador de la misma se hace demasiado obvia. Un arquetipo, tal como el animus, nunca coincidirá totalmente con un hombre en particular (individual); y en menor medida cuanto más particular (individual) sea el hombre. La individualidad es realmente el opuesto del arquetipo, porque aquello de que lo individual no es en ninguna medida típico, sino más bien una mezcla de características típicas en si mismas. Cuando aparece esta discriminación entre imagen y persona, nos damos cuenta con gran desilusión y confusión que el hombre que parecía corporizar nuestra imagen ya no se parece a ella en absoluto, y continuamente se comporta de modo muy diferente de cómo pensamos que debería hacerlo. Al principio, tal vez tratamos de engañarnos y con frecuencia tenemos éxito por un tiempo, gracias a la aptitud para borrar diferencias, que se debe a un confuso poder de discriminación. Frecuentemente tratamos, con verdadera astucia, de hacer que el hombre sea aquello que creemos que él debe representar. No solamente ejercemos presión o fuerza conscientemente; repetidamente, y debido a nuestra conducta, forzamos inconscientemente a nuestra pareja a tener reacciones arquetípicas o de animus. Naturalmente, lo mismo ocurre con el hombre y su actitud hacia la mujer. El también quisiera ver delante suyo la imagen que flota ante sus ojos, y debido a su deseo, que funciona como una sugestión, puede provocar que ella no actúe desde su yo real sino que convierta en la figura de su anima. Todo esto, más el hecho de que el anima y el animus se constelan mutuamente (ya que una manifestación de anima convoca un animus y viceversa, lo que produce un circulo vicioso muy difícil de romper) forma una de las peores complicaciones en las relaciones entre hombre y mujer. Pero para cuando la disimilitud entre el hombre y el animus ha sido descubierta, la mujer ya está en conflicto y no queda nada más por hacer que completar el proceso de discriminar entre la imagen interna y el hombre externo.
Aquí llegamos a lo más significativo y esencial en el problema del animus, o sea, el componente masculino-intelectual dentro de la mujer. Me parece que mencionar este componente, conocerlo e incorporarlo al resto de la personalidad, es un tema central, que es tal vez el más importante en lo que concierne a la mujer de hoy en día. El problema tiene que ver con una predisposición natural, un factor orgánico que pertenece a la individualidad y que está destinado a tener una función. Esto explica porqué el animus es capaz de atraer energía psíquica hacia sí hasta que se convierte en avasallador y autónomo.
Es posible que todos los órganos o tendencias orgánicas atraigan hacia si mismos una cierta cantidad de energía, lo que se traduce en capacidad de acción, y que cuando un órgano en particular no recibe la cantidad de energía suficiente, se manifiestan perturbaciones o síntomas. Al aplicar esta idea a la psiquis, yo sacaría como conclusión que, debido a la presencia de una figura de animus poderosa (la tan llamada "posesión por el animus") la mujer en cuestión le presta poca atención a su propia tendencia masculina-intelectual del logos, y que, o bien la ha desarrollado poco, o no la ha empleado en la forma correcta. Quizás esto suena paradójico, pues, visto desde afuera, es el principio femenino el que aparenta estar descuidado dado que, exteriormente, la conducta de tales mujeres parece ser demasiado masculina o sugerir falta de femineidad. Pero, en esa masculinidad expuesta, yo veo más un síntoma, una señal de que algo masculino en la mujer está reclamando atención.
Es cierto que lo que es primariamente femenino es invadido y reprimido por la entrada autocrática en escena de esta masculinidad, pero el elemento femenino solo puede ubicarse en su lugar llegando a un acuerdo con el factor masculino, el animus. Ocuparse solamente de lo masculino-intelectual u objetivo no parece suficiente; esto puede observarse en muchas mujeres que han finalizado una carrera profesional y la practican con una vocación masculina e intelectual, pero que de todos modos, no han llegado a un acuerdo con el problema del animus. Tal educación y forma de vida masculinos puede haber sido logrados debido a una identificación con el animus; entonces es el lado femenino quien ha quedado relegado.
Lo necesario es que la intelectualidad femenina y el logos estén tan bien ubicados en la vida de la mujer, que haya armonía y cooperación entre lo femenino y lo masculino, de modo que ninguna de las partes sea condenada a una existencia sombría. El primer paso en el camino correcto es, por lo tanto, retirar la proyección, reconociéndola como tal, así liberándola del objeto. Este primer acto de discriminación, por más simple que parezca, es un logro muy significativo y difícil, además de un doloroso acto de renuncia. Gracias al retiro de la proyección, reconocemos que no estamos tratando con una entidad fuera nuestro sino con una cualidad interna, y vemos ante nosotras la tarea de aprender a reconocer la naturaleza y efecto de este elemento, este "hombre en nosotras", para así diferenciarlo de nosotras. Si no lo hacemos, entonces nos volvemos idénticas al animus o somos poseídas por él, lo que provoca las más dañinas consecuencias Pues cuando el lado femenino es avasallado y empujado hacia un segundo plano por el animus, fácilmente sobrevienen la depresión, la insatisfacción y la perdida del interés por la vida. Estos síntomas son evidentes y apuntan al hecho de que la mitad de la personalidad está parcialmente despojada de vida debido a la usurpación del animus.
Además, el animus puede interponerse incómodamente entre nosotras y los otros, ó entre nosotras y la vida en general. Es muy difícil reconocer tal posesión en una misma, y más difícil resulta cuanto más completa es. Por lo tanto, es una gran ayuda observar el efecto que causamos en los demás, y juzgar por su reacción si acaso esta pudo haber sido provocada por una identificación inconsciente con el animus. Esta orientación gracias a los otros es muy valiosa a lo largo del proceso (que frecuentemente excede nuestros poderes individuales) de distinguir claramente al animus y asignarle su legítimo lugar. Sinceramente pienso que sin la relación con otra persona a través de la cual orientarse, es casi imposible liberarse de la garras demoniacas del animus. Cuando estamos identificadas con el animus, pensamos, decimos o hacemos algo con la total convicción de que somos nosotras quienes lo hacemos, cuando en realidad y sin que nos hayamos dado cuenta, era el animus que hablaba a través nuestro.
Dado que el animus tiene a su disposición una especie de autoridad agresiva y poder de sugestión, con frecuencia es muy difícil notar que un pensamiento u opinión ha sido dictado por él y no es nuestra verdadera convicción. Adquiere esa autoridad por su conexión con la mente universal, pero la fuerza de sugestión que ejerce se debe a la propia pasividad en el pensamiento de la mujer y su correspondiente falta de capacidad critica. Las opiniones o conceptos, generalmente emitidas con gran aplomo, son características del animus. Lo son en la medida en que, dado que corresponden al logos, son generalmente conceptos válidos o verdades que, si bien pueden ser ciertas en si mismas, no encajan en la instancia dada, pues no toman en cuenta lo que es individual y especifico en una situación en particular. Los juicios irrebatibles, las ideas preconcebidas de esta clase son aplicables a las matemáticas, donde dos más dos es siempre cuatro. Pero en la vida no es así, allí provocan conflicto, ya sea con sujeto en cuestión o con cualquier persona a quien se dirigen. También le afecta a la mujer que emite un juicio tan categórico sin haber tomado en cuenta sus propias reacciones.
La misma clase de pensamiento aislado aparece en un hombre cuando se identifica con la razón y el principio del logos y no piensa por si mismo, sino que deja que "éste" piense. Tales hombres están naturalmente dotados para encarnar el animus de una mujer. Pero no puedo extenderme más en esto pues me interesa aquí exclusivamente la psicología femenina.
Una de las maneras más importantes en las que se expresa el animus es emitiendo juicios, y como sucede con los juicios así es con los pensamientos en general. Desde adentro se agolpan en la mujer de forma categórica e irrefutable. O, si vienen de afuera, ella los adopta pues le parecen convincentes o atractivos. En estos casos, no siente la urgencia de analizar detenidamente las ideas que adopta y, quizás, difunde posteriormente. Su poco desarrollado poder de discriminación da como resultado el aceptar ideas tanto válidas como inútiles con el mismo entusiasmo o con el mismo respeto, pues todo lo que le sugiere la mente le impresiona enormemente y ejerce una misteriosa fascinación sobre ella. Esto explica el éxito de tantos embaucadores que logran incomprensibles efectos con una especie de pseudo-espiritualidad. Por otro lado, su falta de discriminación tiene un lado positivo; hace a la mujer poco prejuiciosa y por lo tanto más capaz de descubrir y valorar los valores espirituales más rápidamente que un hombre, cuyo poderoso sentido critico tiende a hacerlo tan desconfiado y prejuicioso que frecuentemente le toma más tiempo reconocer un valor que las personas menos prejuiciosas habían notado mucho antes.
El verdadero pensamiento de las mujeres (me refiero a las mujeres en general, sabiendo que hay muchas muy superiores a este nivel que ya han discriminado su pensamiento y su naturaleza espiritual notablemente) es principalmente práctico, atento y diligente. Lo podríamos describir como un sano sentido común, y está dirigido generalmente a aquello que está cerca y es personal. Hasta aquí funciona adecuadamente en su lugar y no pertenece a lo que describimos como animus en el sentido estricto de la palabra. Sólo cuando el poder mental de la mujer ya no está aplicado solamente a sus tareas diarias sino que se proyecta más adelante en busca de un nuevo campo de actividad, ahí es cuando entra en juego el animus. En general, se puede decir que la mentalidad femenina manifiesta un carácter infantil, poco desarrollado, casi primitivo; en lugar de sed de conocimiento, es curiosidad; en vez de juicio, es prejuicio; en lugar de pensamiento, es imaginación o ensueño; en vez de voluntad, es deseo.
Donde el hombre asume los problemas objetivos, la mujer se contenta con pasatiempos, donde él lucha por el conocimiento y la comprensión, ella se contenta con la fe o la superstición, o hace suposiciones. Claramente, estas son etapas bien predeterminadas que pueden observarse en las mentes de los niños y en la gente primitiva. De este modo, la curiosidad de los niños y los primitivos nos es familiar, así como también el rol que juegan la fe y la superstición. En el Edda hay un concurso de acertijos entre el errante Odin y su anfitrión, un recuerdo de la época en la que la mente masculina se ocupaba de resolver acertijos, tal como la mente de la mujer hoy en día. Cuentos similares han llegados a nosotros desde la antigüedad y la Edad Media. Tenemos el acertijo de la Esfinge, o el de Edipo, el enigma de los sofistas y los académicos. El tan llamado pensamiento mágico (ilusorio, soñador) también corresponde a una etapa definida en el desarrollo de la mente. Aparece como tema principal en los cuentos de hadas, a menudo caracterizando algo del pasado, como cuando los cuentos se refieren "al tiempo cuando los deseos eran todavía útiles". El desear que algo le suceda mágicamente a alguien se basa en la misma idea. Grimm, en su mitología germana, apunta a la conexión entre los deseos, la imaginación y el pensamiento. De acuerdo a él:
"Un antiguo nombre noruego para Wotan u Odin parecía ser Oski, o Deseo, y las Valkirias también eran llamadas Damas del Deseo. Odin, el dios-viento errante, el señor del ejercito de espíritus, el inventor de las runas, es un típico dios espíritu, pero de forma primitiva, más cercano a la naturaleza"
Como tal, es el dios de los deseos. El es no solo el que otorga aquello que es bueno y perfecto, como se lo entiende desde los deseos, sino es aquel que, cuando se lo invoca, puede crear por medio del deseo. Grimm dice, "El deseo es el poder creador, rítmico, efusivo, portador: Es el poder que da forma, imagina, piensa, y es por lo tanto, imaginación, idea, forma". Y en otro lugar escribe: "En Sánscrito "deseo" es llamado curiosamente manoratha, la rueda de la mente. Es el deseo el que hace girar la rueda del pensamiento".
El animus de la mujer en su aspecto divino y sobrehumano es comparable a ese espíritu y dios-viento. Encontramos al animus en una forma similar en los sueños y las fantasías, y este personaje-deseo es peculiar al pensamiento femenino.
Si tenemos en cuenta que la facultad de la imaginación es para el hombre nada menos que el poder de crear, a voluntad, una imagen mental de cualquier cosa que él elija, y que a esta imagen, a pesar de ser inmaterial, no se le puede negar su realidad, entonces podemos entender porqué a imaginar, pensar, desear y crear se los ha catalogados como equivalentes. Es posible que una realidad espiritual, o sea, un pensamiento o una imagen, pueda ser tomada como real y concreta, especialmente en un nivel relativamente inconsciente, donde la realidad externa e interna no están bien diferenciadas sino que fluyen una dentro de la otra. En los primitivos, también, se encuentra este equivalente entre lo externo y concreto y la realidad interior espiritual. (Lévy-Bruhl[4] da muchos ejemplos de esto, pero esto nos desviaría del tema). El mismo fenómeno se expresa claramente en la mentalidad femenina.
Profundizando un poco, nos sorprende sobremanera descubrir cuán frecuentemente pensamos que las cosas suceden de cierta forma, o que una persona que nos interesa hace esto o aquello o va a hacer lo otro. No hacemos pausa para comparar estas intuiciones con la realidad. Estamos convencidos de la verdad de esas ideas o al menos nos inclinamos a suponer que la simple idea es cierta y que corresponde a la realidad. Otras fantasías son tomadas como reales y pueden a veces hasta aparecer en forma concreta. Una de las actividades del animus más difíciles de percibir está en esta área, o sea, la construcción de la imagen-deseo de uno mismo. El animus es un experto en influir, bosquejar y dar forma plausible a la imagen propia, tal como nos gustaría que nos vieran, por ejemplo, la "amante ideal", la "atractiva niña desvalida", la "abnegada doncella", la "persona extraordinaria y especial", la que "nació para algo mejor", y así sucesivamente. Esta actividad le otorga al animus poder sobre nosotras hasta que, voluntariamente o a la fuerza, decidamos sacrificar esa colorida y hermosa imagen y nos veamos tal cual somos realmente.
Frecuentemente, la mentalidad femenina cae en una cavilación retrospectiva orientada a pensar en lo que deberíamos haber hecho distinto con nuestra vida o como deberíamos haberlo hecho mejor; de esta forma armamos series de conexiones causales. Nos gusta llamar a esto "pensamiento", pero en realidad es una forma de actividad mental improductiva y sin sentido, una actividad mental que ciertamente conduce solo al propio tormento. Aquí también se observa una falla característica que es la de no poder discriminar entre lo que es real y lo que es imaginario.
Podríamos decir entonces, que mientras no se ocupe de del sentido común practico, el pensamiento femenino no se puede considerar como tal, sino más bien como un soñar, imaginar, desear, o temer (o sea, deseo negativo). El poder y autoridad que ejerce el animus se puede explicar en parte por una dificultad para distinguir entre la imaginación y la realidad. Dado que lo que le es propio a la mente -es decir, el pensamiento- posee un carácter de realidad indiscutible, lo que dice el animus también parece ser indiscutiblemente cierto. Y ahora llegamos a la magia de las palabras. Una palabra, al igual que una idea, tiene el efecto de realidad para las mentes indiferenciadas. El mito bíblico de la creación, por ejemplo, donde el mundo emana de la palabra de su Creador, es una expresión de esto. El animus también posee el poder mágico de las palabras, y por lo tanto, los hombres que tiene el don de la oratoria pueden ejercer un fuerte poder sobre las mujeres, tanto para bien como para mal. ¿Me equivoco al decir que la magia de la palabra, el arte de hablar, es la cualidad en un hombre de la que una mujer muy frecuentemente cae presa y seducida? Pero no es sólo la mujer la que cae bajo el hechizo de la magia de la palabra, el fenómeno es válido en todas partes. Desde las sagradas runas de la antigüedad, los mantras Indios, las oraciones, y las formulas mágicas de toda índole, hasta las expresiones técnicas y los eslogans de nuestro tiempo, todas son testigos del poder mágico del espíritu que se ha hecho palabra. Sin embargo, se puede decir que la mujer es más susceptible a tal hechizo que un hombre del mismo nivel cultural. El hombre, por naturaleza, tiene la necesidad de entender las cosas con las que se encuentra; los niños muestran predilección por desarmar sus juguetes para ver como son adentro o como funcionan. En una mujer, esta necesidad es menor. Ella puede operar maquinas o instrumentos sin siquiera ocurrírsele o interesarle como están construidos. Igualmente, ella se puede impresionar con una palabra cuyo sonido le resulte significativo sin saber lo que quiere decir. El hombre tiende mucho más a buscar su acepción o significado.
La manifestación más peculiar del animus no aparece en una imagen formada (Gestalt) sino más bien en palabras (logos, que también significa palabra). Llega a nosotros como una voz que hace comentarios sobre todo lo que nos ocurre y que generalmente imparte reglas de conducta. Así es como frecuentemente percibimos que el animus es diferente del ego, mucho antes de que se cristalice en una figura personal. Por lo que he podido observar, esta voz se expresa principalmente de dos maneras. Primero, la oímos desde una crítica, generalmente un comentario negativo acerca de algún hecho o acción nuestros, como un examen puntual de todos nuestros motivos e intenciones; esto naturalmente provoca sentimientos de inferioridad y tiende a frustrar cualquier iniciativa o deseo de auto-expresión. De vez en cuando, esta misma voz puede brindar un halago exagerado; el resultado de estos juicios extremos es que oscilamos entre una consciencia de total inutilidad y un sentido desproporcionado (inflado) de nuestro propio valor e importancia. La segunda manera de hablarnos está más o menos exclusivamente ligada a emitir órdenes o prohibiciones y a pronunciar puntos de vista comúnmente aceptados. Me parece que aquí están expresados dos lados importantes del logos. Por un lado, tenemos lo que es discriminación, juicio y entendimiento; por el otro, el compendio y establecimiento de normas. Podríamos concluir tal vez que en la primera instancia, la figura del animus aparece como una persona, mientras que en la segunda aparece como una pluralidad, una especie de Consejo. La discriminación y el juicio son principalmente individuales, mientras que la instauración y puesta en práctica de normas presupone un acuerdo por parte de muchos y es por lo tanto mejor expresado por un grupo. Es bien sabido que es raro en la mujer una facultad mental realmente creativa. Hay muchas mujeres que han desarrollado su poder de pensamiento, discriminación y criticismo a un alto grado, pero hay muy pocas que son realmente creativas tal como el hombre. Hay un dicho malicioso que dice que si el hombre no hubiera inventado la cuchara, ¡aun estaríamos revolviendo la sopa con un palillo!
La creatividad de la mujer encuentra su expresión en la esfera del vivir, no sólo en su función biológica como madre sino en el dar forma a la vida en general, sea a través de su actividad como educadora, como compañera del hombre, como madre en su hogar o en alguna otra forma. El desarrollo de relaciones es elemental para dar forma a la vida, y este es el verdadero campo del poder creativo femenino. Entre las artes, el teatro es el ámbito en el que la mujer puede lograr igualdad con el hombre. En la actuación, la gente, las relaciones y la vida toman forma, así que allí es donde la mujer es tan creativa como el hombre. También nos encontramos con elementos creativos en los productos del inconsciente, en los sueños, fantasías o frases que le nacen espontáneamente a la mujer. Estos contienen con frecuencia pensamientos, visiones, verdades, que son de una naturaleza puramente objetiva y absolutamente impersonales. La mediación entre tal conocimiento y tal contenido es esencialmente la función del animus superior. En los sueños a menudo encontramos símbolos científicos abstractos que rara vez se pueden interpretar a nivel personal, sino que representan descubrimientos objetivos que dejan a la soñante totalmente asombrada. Esto es más evidente en las mujeres que tienen una función de pensamiento poco desarrollada o tienen un bajo nivel cultural. Conozco una mujer en quien la función pensamiento es la "función inferior"[5] y cuyos sueños generalmente mencionan problemas de astronomía o física, y también sobre diversos temas técnicos. Otra mujer, bastante irracional como función superior, cuando se le pidió que reproduzca algo del contenido inconsciente, dibujó figuras geométricas, estructuras de cristales, como las que se encuentran en los textos de geometría o mineralogía. Para otras, el animus les otorga visiones del mundo y la vida que van más allá de su pensamiento consciente y muestran una cualidad creativa indudable. Sin embargo, el campo donde florece la actividad creativa de la mujer más claramente es en el de las relaciones humanas. El factor creativo emana desde el sentimiento unido a la intuición o la sensación, más que desde la mente en el sentido del logos. Aquí el animus se puede tornar peligroso porque penetra en la relación en el lugar del sentimiento, haciéndola imposible o muy difícil. Puede suceder que en vez de comprender una situación -o a otra persona- a través del sentimiento y la correspondiente acción, pensamos algo sobre la situación o la persona y ofrecemos entonces una opinión, en lugar de una reacción humana. Esto puede ser correcto y bien intencionado hasta inteligente, pero no causa el efecto deseado, hasta puede causar el efecto contrario pues es correcto solo de una manera objetiva. Subjetivamente, desde un lugar humano, esto es dañino, pues en un momento dado, la pareja, o la relación podrían ser mejor asistidas por la empatia del sentimiento que por el discernimiento o la objetividad. Sucede a menudo que una mujer asume tal actitud objetiva creyendo que se está comportando admirablemente, pero la realidad es que arruina la situación completamente. Es sorprendente lo difícil que es darse cuenta que el discernimiento, la razón y la objetividad son inadecuadas en ciertas circunstancias. Sólo puedo explicar esto por el hecho de que las mujeres acostumbran pensar que la forma masculina de encarar ciertas cosas es más conveniente o mejor que la femenina, hasta superior a ella. Creemos que la actitud objetiva masculina es mejor en ciertos casos que la femenina, más personal. Esto es especialmente cierto en las mujeres que han logrado un nivel de conciencia y apreciación por los valores racionales.
Aquí llego a una importante diferencia entre el problema del animus de la mujer y el anima del hombre, diferencia que me parece no haber recibido la debida atención. Cuando un hombre descubre su anima y llega a un acuerdo con ella, debe asumir algo que siempre le pareció inferior a él. Cuenta poco el hecho de que la figura del anima, sea esta una imagen o una persona real, sea tan fascinantemente atractiva y por lo tanto valiosa. Hasta ahora en nuestro mundo, el principio femenino siempre fue percibido como inferior cuando se lo comparó con el masculino. Recientemente hemos comenzado a hacerle justicia. Expresiones tales como "sólo una niña lo haría" o "un niño no haría eso" se les dice frecuentemente a los niños para sugerirles que su conducta es reprochable. A su vez, nuestras leyes nos muestran claramente cuan amplio es el concepto de inferioridad de la mujer, y como ha prevalecido. Aun hoy, en muchos lugares, la ley coloca al hombre abiertamente en una posición de privilegio con respecto a la mujer, convirtiéndolo en su guardián, en muchos casos. Como resultado, cuando el hombre establece una relación con su anima, debe descender de una altura, superar la resistencia -o sea, su orgullo- y aceptar que ella es la "Dama Soberana" (Herrín) como la llamó Sitteler, o en las palabras de Rider Haggard, "Aquella-que-debe-ser-obedecida". En la mujer, la situación es diferente. No nos referimos al animus como "Aquel-a-quien-hay-que-obedecer", sino más bien lo opuesto, porque es muy fácil para la mujer obedecer la autoridad del animus -o del hombre real- de manera servil. Ella puede creer que conscientemente no es asi, pero la idea de que lo masculino es superior a lo femenino está en su sangre. Este es un elemento que realza el poder del animus. Lo que nosotras las mujeres debemos superar en nuestra relación con el animus no es el orgullo sino la falta de auto-confianza y la resistencia a la inercia. Para nosotras, no es que tenemos que rebajarnos (a menos que nos hayamos identificado con el animus) sino más bien elevarnos. En esto, a veces fallamos por falta de coraje o fuerza de voluntad. Nos parece presuntuoso oponer nuestra propia convicción a los dictámenes del animus, que nos parecen generalmente validos. Para una mujer, elevarse hasta el punto de lograr una independencia espiritual tiene un alto costo. Pero, sin esta especie de rebelión nunca será libre del poder del tirano, nunca se encontrará a si misma, no importa cuanto sufra. Visto desde afuera, a menudo parece lo contrario; con frecuencia se observa en la mujer una seguridad y aplomo arrogantes, poca o nada de modestia o falta de confianza. En realidad, esta actitud desafiante, auto-afirmada, y agresiva debería estar dirigida al animus, como a veces se intenta, pero generalmente es una señal de una identificación más o menos profunda con él (animus).
No es sólo en Europa donde sufrimos esta especie de veneración por el hombre, esta excesiva valoración de lo masculino. En América también donde se acostumbra a hablar del culto a la mujer, la actitud no parece ser diferente. Una médica Americana, de amplia experiencia, me ha dicho que todas sus pacientes mujeres sufren de un desprecio por su condición de mujer, y que en todas ellas trata de impulsar la necesidad de darle a lo femenino su debido valor. Por otro lado, hay muy pocos hombres que menosprecien su sexo; al contrario, están muy orgullosos de él. Hay muchas muchachas que quisieran ser varón, pero un joven que deseara ser mujer seria considerado hasta como pervertido. El resultado lógico de esta situación es que la posición de la mujer con respecto a su animus es muy diferente que la del hombre en relación con su anima. Y debido a esta diferencia en actitud, muchos fenómenos que el hombre no puede entender como relacionados a la experiencia de su anima, deben ser atribuidos al hecho de que en estos temas, la tarea del hombre y de la mujer es diferente. De seguro la mujer no escapará al sacrificio. Evidentemente, para que ella pueda tomar consciencia debe renunciar a su especial poder femenino; debido a su inconsciencia, ella ejerce una influencia mágica sobre el hombre, un encanto que le otorga poder sobre el. Como ella siente este poder instintivamente y no desea perderlo, a menudo se resiste al proceso de hacerse consciente, aunque lo referente al espíritu le parezca merecer el sacrificio. Muchas mujeres se mantienen falsamente a si mismas en ese estado de inconsciencia solamente para evitar hacer ese sacrificio. Cabe destacar que con mucha frecuencia, el hombre contribuye a perpetuar esta situación. Muchos de ellos se complacen en la inconsciencia de la mujer y se inclinan a oponerse al desarrollo y expansión de la consciencia de ellas porque les parece incómodo e innecesario.
Otro punto a veces pasado por alto y que yo quisiera mencionar, recae en la función del animus en contraste a la del anima. Usualmente decimos, como al pasar, que el animus y el anima son los mediadores entre los contenidos inconscientes y la consciencia, queriendo significar que ambos realizan la misma tarea. Esto es cierto de manera general, pero me parece importante señalar la diferencia de roles que juegan el animus y el anima. La transmisión de los contenidos inconscientes en cuanto a hacerlos visibles es el rol especial del anima. Ayuda al hombre a percibir aquellas cosas, de otro modo oscuras para el. Condición necesaria para esto es una cierta atenuación de la consciencia, es decir, colocarse en una consciencia más femenina, menos incisiva y penetrante que la del hombre, la cual le permita percibir con mayor claridad cosas que aún son sombrías. Los dones de la mujer como visionaria, su capacidad intuitiva siempre han sido reconocidos. Ella tiene la capacidad y el poder de enfocar su visión en lo que está oscuro, y el poder de ver lo que está oculto al común de la gente. Esta visión, esta percepción de lo que de otro modo seria invisible, se le hace posible al hombre gracias a su anima.
Con el animus, el énfasis no recae en la mera percepción -que como se ha dicho ya es un don de la mujer- sino que fiel a la naturaleza del logos, el foco está puesto en el conocimiento, y especialmente en el intelecto. La función del animus es la de dar significado en lugar de imagen.
Sería un error pensar que estamos utilizando al animus si nos volcamos a las fantasías pasivas. No debemos olvidar que, como regla general, no es ningún logro para la mujer darle lugar a sus fantasías; los hechos irracionales y las imágenes cuyo significado no es comprendido parecen algo natural en ella; para el hombre, en cambio, ocuparse de estas cosas es un logro, una especie de sacrificio de la razón, un descenso desde la luz hacia las tinieblas, de lo claro hacia lo turbio.
Sólo con dificultad aceptará el hombre que aquellos contenidos del inconsciente aparentemente incomprensibles o sin sentido pueden, no obstante, tener valor. Más aun, la actitud pasiva que esas visiones exigen tiene poco que ver con la naturaleza activa del hombre. Para la mujer esto no es lo difícil; ella no tiene limitaciones acerca de lo irracional, no necesita encontrar inmediatamente un significado para todo, no tiene problema en fluir con pasividad ante los hechos externos. Ella, para quien el inconsciente no es fácilmente accesible y que sólo encuentra acceso al mismo con dificultad, ve al animus como un obstáculo más que una ayuda, cuando éste trata de hacerle entender y analizar cada imagen que aparece antes de permitirle su asimilación. El animus debería ejercer su influencia especial sólo después que estos contenidos han entrado en la conciencia y han tomado forma. Únicamente entonces la ayuda del animus es valiosa pues nos permite entender y encontrar un significado. A veces, el significado nos es transmitido directamente desde el inconsciente, no a través de imágenes o símbolos, sino por destellos de conocimiento ya expresados en palabras. Esta es una forma característica de manifestación del animus. A pesar de esto, no es fácil descubrir si estamos tratando con una opinión válida, familiar, hasta colectiva, o con el resultado de nuestra propia introspección. Para aclarar este punto, se requiere de una reflexión consciente así como de la capacidad de distinguir qué es animus de lo que es una misma.
El animus tal como aparece en imágenes del inconsciente
Luego de mi intento de demostrar como se manifiesta el animus externamente y en la consciencia, quisiera ahora discutir cómo lo representan las imágenes del inconsciente, y como aparece en sueños y fantasías.
Aprender a reconocer esta figura y mantener ocasionales charlas y debates con él, forma parte de los pasos importantes en el camino que nos lleva a discriminar al animus de nosotras mismas. El reconocimiento del animus como imagen o figura dentro de la psiquis marca el comienzo de una nueva dificultad. Esto se debe a su multiplicidad. Oímos decir a los hombres que el anima casi siempre aparece en formas definidas que son más o menos las mismas en todos los casos; es la madre o la amada, hermana o hija, amante o esclava, sacerdotisa o bruja; en ocasiones aparece con características contrastantes, clara y oscura, abnegada y destructiva, por momentos noble y en otros innoble y traicionera.
Por el contrario, para las mujeres el animus aparece como una pluralidad de hombres, como un grupo de padres, un consejo, una corte o una reunión de sabios, o también como un artista que cambia de forma a su antojo y hace gala de todo tipo de atributos. Explicaré esta diferencia de la siguiente manera: el hombre ha experimentado a la mujer sólo como madre, amada, etc, o sea, siempre relacionada con él mismo. Estas son las formas en las que se ha presentado la mujer, las formas en las que siempre ha cumplido su destino. Por el contrario, la vida del hombre ha tomado siempre formas diversas debido a que su tarea biológica le ha dejado tiempo para muchas otras actividades. Concerniente al terreno más amplio de actividades del hombre, al animus puede aparecer como un representante o maestro con alguna habilidad o conocimiento. La figura del anima, sin embargo, se caracteriza por el hecho que todas sus formas tienen que ver con las relaciones. Aun si el anima aparece como una sacerdotisa o bruja, la figura establece siempre una especie de relación con el hombre a cuya anima corporiza, de manera que o bien lo inicia o lo embruja. Recordemos a Rider Haggard en su libro "She", donde muestra como esta especial relación data de siglos atrás.
Como he dicho anteriormente, la figura del animus no necesariamente expresa una relación. Con referencia a la orientación del hombre y como principio del logos, esta figura puede entrar en escena de manera puramente objetiva, como sabio, juez, artista, aviador, mecánico. Con bastante frecuencia aparece como el "extraño". Tal vez esta forma en particular es la más peculiar pues para la mente puramente femenina, el espíritu representa lo que es extraño y desconocido.
La habilidad de asumir diferentes formas parece ser una cualidad del espíritu; como la movilidad, el poder de atravesar grandes distancias en corto tiempo, es distintivo de la cualidad que el pensamiento comparte con la luz. Esto se conecta con la clase de pensamiento-deseo ya mencionada. Por lo tanto el animus aparece a menudo como un aviador, chofer, esquiador o bailarín donde la levedad y la rapidez tienen más énfasis. Ambas características, velocidad y mutabilidad, se encuentran en muchos mitos y cuentos de hadas, como atributos de dioses y magos. Wotan, el dios-viento y líder del ejercito de espíritus ya ha sido mencionado; Loki, el que porta las llamas; Mercurio, de los pies alados, también representa este aspecto del logos y sus cualidades de vivencia, movimiento, inmaterialidad, sin las cuales solo quedaría limitado a un dinamismo que solo expresaría la posibilidad de una forma, como el espíritu que "sopla donde se le antoja".
En los sueños y fantasías, el animus aparece principalmente en la figura de un hombre: padre, amante, hermano, maestro, juez, sabio; hechicero, artista, filosofo, académico, constructor, monje (especialmente Jesuíta); o como un comerciante, aviador, chofer, etc, en suma, como un hombre que se distingue de alguna manera por sus capacidades mentales u otras cualidades masculinas. En un sentido positivo, puede ser un padre benévolo, un amante fascinante, un amigo comprensivo, un guia superior; o por otro lado, puede ser un tirano violento y cruel, un moralista, un censor, un seductor y explotador, y a menudo, un pseudo héroe que fascina con una mezcla de brillo intelectual e irresponsabilidad moral. A veces se lo representa como un muchacho, un hijo o un joven amigo, especialmente cuando el componente masculino en la mujer está en armonía. En muchas mujeres, como he dicho antes, el animus prefiere aparecer de manera múltiple, como un Consejo que emite juicios sobre todo lo que esta pasando, temas, preceptos prohibiciones, o anuncia ideas generalmente aceptadas[6] Aparece como una persona con una máscara cambiante o como muchas personas al mismo tiempo dependiendo de los dones naturales de la mujer en cuestión, o de su etapa de evolución en un momento dado. No puedo explayarme aquí sobre las formas diversas, personales y extraordinarias del animus, y por lo tanto debo contentarme con una serie de sueños y fantasías que muestran como se presenta a si mismo a la mirada interna, como aparece a la luz del mundo onírico. Estos son ejemplos en los que el carácter arquetipal de la figura del animus se ve claramente en su rol de iniciador de desarrollo o evolución. Las figuras en esta serie de sueños se le aparecieron a una mujer para quien, en ese momento, su actividad mental se había convertido en un problema, y la imagen del animus se había comenzado a desprender de la persona sobre la que estaba proyectada:
Apareció un monstruo con cabeza de pájaro cuyo cuerpo tenia forma de una bolsa que podía tomar la forma que quisiese. Este monstruo, decían, había poseído ai hombre en el cual proyectaba el animus, y a la mujer se le avisaba que se proteja de él pues le gustaba devorar gente, y si esto sucedía, la gente no se moría enseguida sino que continuaba viviendo dentro de este monstruo.
La forma de bolsa apuntaba a algo todavía en su estadio inicial. Sólo la cabeza, el órgano principal del animus, estaba diferenciado. Era la cabeza de una criatura del aire; el resto podía tomar cualquier forma que quisiese. La voracidad indicaba una necesidad de expansión y desarrollo de esta entidad indiferenciada. El atributo de la voracidad se ilumina al citar un pasaje del Khandogya Upanishad[7] que trata sobre la naturaleza de Brahma. Dice allí:
"El viento es en verdad el Todo-Devorador, pues cuando se extingue el fuego, se eleva hacia el viento, cuando se pone el sol, va hacia el viento, cuando la luna se pone, va hacia el viento, cuando las aguas se secan, van hacia el viento, pues el viento los consume a todos”. Así es con respecto a la divinidad. Y ahora con respecto al Sí-mismo: “El aliento es en verdad el Todo-Devorador, pues cuando el hombre duerme, el habla va hacia el aliento; el ojo va hacia el aliento, el oído también, y los manas, pues el aliento los consume a todos. Estos son pues los dos Todo-Devoradores; viento entre los dioses, y aliento entre los hombres vivos”.
Junto a esta criatura de aire con cabeza de pájaro, se le apareció a la mujer una especie de espíritu de fuego, un ser elemental que era solo una llama en perpetuo movimiento, que se llamaba a si mismo "madre inferior". Tal figura materna en contraste con la celestial, etérea madre, corporiza lo femenino primordial como un poder que es pesado, oscuro, terreno, un poder conocedor de la magia, ahora benévolo, hechicero, sobrenatural y con frecuencia destructivo. Su hijo, seria entonces un espíritu de fuego, que recuerda a Logi o Loki de la mitología nórdica, que esta representado por un gigante dotado de poder creativo y al mismo tiempo un pillo seductor y ladino, más parecido a nuestro prototipo del diablo. En la mitología griega, le corresponde a Hefestos, dios del fuego de la tierra, pero éste en su actividad de herrero apunta a un fuego controlado, mientras que el nórdico Loki incorpora una fuerza natural más elemental y descontrolada. Este espíritu de fuego terreno, el hijo de la madre inferior, es cercano a la mujer y familiar a ella. Se expresa positivamente en la actividad práctica y en su trato artístico. Y lo hace negativamente en estados de tensión o explosiones de afecto y con frecuencia, en una forma dudosa y calamitosa, actúa como cómplice de lo femenino primordial en nosotras, convirtiéndose en el instigador o fuerza auxiliar en lo que se conoce como "demonios femeninos o sortilegios de brujas". Se lo puede definir como un logos inferior o menor, en contraste a la forma más elevada que apareció en la criatura aérea con cabeza de pájaro y que corresponde al dios viento-y-espíritu. Wotan o el Hermes que guía a las almas hacia Hades. Ninguno de estos, sin embargo, nació de la madre inferior, ambos pertenecen solo a un padre distante y celestial.
El tema principal de la forma cambiante vuelve una vez más en el siguiente sueño donde se exhibe un cuadro de titulo "Urgo, el Dragón Mágico":
En un cuadro se representaban una serpiente o criatura con forma de dragón y una muchacha que estaba bajo su poder. El dragón tenia la habilidad de estirarse en todas direcciones para que la muchacha no pudiese evadir su contacto; ante cualquier movimiento de ella, el se extendía hacia ese lugar y le hacia imposible escapar.
La muchacha, que puede ser interpretada como el alma, en el sentido de la individualidad inconsciente, es una figura recurrente en estos sueños y fantasías. En ese cuadro onírico ella tenia sólo un bosquejo sombrío, con rasgos borrosos. Aun así, completamente bajo el control del dragón, cada uno de sus movimientos era observado y medido por él de modo que no había escapatoria posible para ella. Sin embargo, se ve una evolución en la siguiente fantasía narrada en India:
Un mago hace que una de sus bailarinas actúe delante del rey. Hipnotizada por su magia, la muchacha baila una danza de transformaciones, en la cual, arrojando un velo tras otro, ella va convirtiéndose a una serie de heterogéneos personajes, tanto humanos como animales. Pero en un momento, a pesar de estar hipnotizada por el mago, el rey ejerce una influencia misteriosa sobre ella. Ella cae cada vez más en éxtasis. Desoyendo la voz del mago que le ordena detenerse, baila sin parar, hasta que finalmente como si su cuerpo fuese el último velo, cae al suelo muerta convertida en un esqueleto. Sus restos son enterrados; sobre la tumba crece una flor, de la flor, a su vez, sale una mujer.
Aquí tenemos el mismo leitmotiv o tema principal, una joven bajo el poder de un mago que le ordena y ella obedece. Pero en la figura del rey, el mago tiene un oponente que pone límite a su poder sobre la muchacha y logra que ella ya no baile por orden de él sino por propia voluntad. La transmutación, sólo sugerida anteriormente, ahora se vuelve realidad pues la bailarina muere y entonces emerge de la tierra transformada y purificada. La dualidad del animus aquí es importante; por un lado es un mago, por el otro es un rey. En el mago, representa la forma inferior del animus, la del poder de la magia; hace que la muchacha asuma diferentes roles; mientras que el rey, encarna el principio superior que provoca una real transformación, no solo una dramatización de la misma. Una función importante del animus personal, es decir, superior, es la de un verdadero psicopompo que inicia y acompaña la transformación del alma.
Una variación de este tema se da en el mismo tipo de sueño: la muchacha tiene un amante fantasma que vive en la luna, y que viene regularmente con la luna nueva para recibir el sacrificio de sangre que ella debe ofrecerle. En el intervalo, la muchacha vive libre entre la gente, como un ser humano. Pero al acercarse la luna nueva, el espíritu la convierte en una bestia rapaz y, obedeciendo a una fuerza irresistible, debe subir hacia una colina y ofrecerle a su amante el sacrificio. Este sacrificio, sin embargo, transforma al espíritu lunar, y él mismo se convierte en la piedra de sacrificio, que se consume a si misma pero se renueva nuevamente, y la sangre humeante se convierte en una planta de la cual nacen muchas hojas y flores de distintos colores. En otras palabras, por medio de la sangre recibida, es decir, la energía psíquica que se le brinda, el principio espiritual pierde su carácter destructivo y peligroso y recibe una vida independiente, una actividad propia. El mismo principio aparece como Barba Azul, una forma de animus bien conocida que nos llegó en forma de cuento. Barba Azul seduce a las mujeres y las destruye secretamente y por motivos igualmente secretos. En nuestro caso lleva el curioso nombre de Amandus. Engaña a las muchachas para que entren en su casa, les da a beber vino y luego las lleva a un cuarto subterráneo donde las mata. Mientras se prepara para esto, la muchacha cae en una especie de intoxicación. En un repentino impulso de amor, ella abraza a su asesino, quien es inmediatamente despojado de su poder y se disuelve en el aire, luego de prometerle quedarse a su lado en el futuro, como un espíritu guia. Al igual que fue roto el fantasmal encantamiento del consorte-luna por medio del sacrificio de sangre -la energía psíquica-, así también aquí, al abrazar al terrible monstruo, la muchacha destruye su poder a través del amor.
En estas fantasías, observo señales de una importante forma arquetipal de animus para la que existen paralelos mitológicos, como por ejemplo, el mito de Dionisio. La inspiración extática que poseyó a la bailarina en nuestra primera fantasía y la que atrapo a la muchacha en la historia de Barba Azul-Amandus, es un fenómeno característico del culto Dionisíaco. Se observa también que son las mujeres las que sirven al dios y son penetradas por su espíritu. Roscher[8] hace hincapié en el hecho de que este servicio que las mujeres dan a Dionisio es contrario a la costumbre de que a los dioses los atiendan personas de su propio sexo.
En la historia del espíritu-luna, el sacrificio de sangre y la transformación de la muchacha en un animal son temas que también encuentran paralelo en el culto a Dionisio. Allí, las desenfrenadas ménades sacrificaban o desmembraban animales vivos, en un rapto de locura inducido por el dios. Las celebraciones dionisíacas también se diferenciaban de los otros cultos a los dioses olímpicos en que se llevaban a cabo de noche, en el bosque, al igual que en nuestra fantasía donde el sacrificio de sangre se llevaba a cabo de noche al tope de una montaña. Algunas figuras conocidas de la literatura vienen a la memoria en conexión con esto, por ejemplo, The Flying Dutchman (el holandés volador), The Pied Pier of Hamelin or the Rat Catcher (el flautista de Hamelin, o el cazador de ratas), y The Water Man o Elfin King (el Aguatero o Rey Duende) de las canciones tradicionales. Todos ellos emplean la música para engañar a las doncellas y llevarlas a su territorio (sea agua, bosque, castillos, etc.). El "Extraño" en la novela de Ibsen "Lady from the Sea" (dama del mar), es otra figura de este tipo en un entorno moderno. Tomemos por un momento al Flautista de Hamelin como forma característica de animus. El cuento es conocido: él atraía a las ratas con la música de su flauta; tenían que seguirlo y no sólo las ratas, también los niños de la ciudad -que no había querido pagarle por sus servicios- se sentían irresistiblemente atraídos por él y desaparecían luego en una montaña. Esto nos recuerda a Orfeo que podía sacar un sonido tan mágico de su lira que tanto hombres como bestias se sentían forzados a seguirlo. Este sentimiento de estar irresistiblemente seducido y llevado a lugares desconocidos, a bosques, aguas, montañas o aun al mundo subterráneo, es un fenómeno típico del animus, y es difícil de explicar; sucede que, al contrario de otras actividades del animus, este no lleva a la consciencia sino al inconsciente, como se muestra en las desapariciones dentro de la naturaleza o el mundo subterráneo. La Espina del Sueño, de Odin que sumía en un profundo sueño a quien la tocaba, es un fenómeno similar.
El mismo tema está claramente expresado en la obra de Sir James M. Barrie, Mary Rose. En ella, Mary Rose, que había acompañado a su marido en un viaje de pesca, se suponía que estaría esperándolo en una pequeña isla llamada "La-Isla-que-quiere-ser-visitada". Pero, mientras lo espera, escucha que alguien dice su nombre; ella sigue la voz y desaparece. Luego de varios años reaparece exactamente igual como estaba el día de su desaparición, y está convencida que sólo paso unas pocas horas en la isla.
Lo que se manifiesta aquí como el evaporarse en la naturaleza o el mundo subterráneo, o como el pinchazo de una espina, lo experimentamos todos los días cuando nuestra energía psíquica se retrae de la consciencia y de todas las actividades de la vida, desapareciendo dentro de otro mundo, no sabemos cual. Cuando esto sucede, el mundo al que accedemos es más o menos una fantasía consciente o tierra de fábula, donde todo es como lo deseamos o se acomoda para compensar el mundo externo. A menudo estos mundos se hallan tan lejanos y a tal profundidad que no tenemos recuerdo de ellos en nuestra vigilia consciente. Notamos, quizás, que hemos sido arrastrados a algún lugar pero que desconocemos, y aun cuando volvemos en si, no podemos precisar que sucedió en el intervalo.
Para distinguir más de cerca la forma del espíritu que actúa durante estos fenómenos, podríamos comparar sus efectos a los de la música. La atracción y el rapto son frecuentemente provocados por la música, como en el caso de El Flautista de Hamelin. La música puede entenderse como una objetivación del espíritu; no expresa al conocimiento desde el sentido de la lógica común o intelectual, tampoco importa su forma; brinda una representación sensual a nuestras más profundas asociaciones y leyes inmutables. En este sentido, la música es espíritu; espíritu que lleva a distancias oscuras más allá del alcance de la consciencia; su contenido apenas puede expresarse con palabras -es extraño que pueda expresarse más fácilmente con números- aunque, simultáneamente lo hace con el sentimiento y la sensación. Aunque parezca paradójico esto nos muestra que la música nos transporta a las profundidades donde el espíritu y la naturaleza aun son uno -o se han vuelto uno, nuevamente-. Por esta razón, la música constituye una de las más importantes y primordiales formas en las que la mujer experimenta al espíritu. De aquí la importancia que la danza y la música tienen como medio de expresión de la mujer. La danza ritual está claramente basada en contenidos espirituales.
Este arrebato por parte del espíritu hacia regiones musicales cósmicas, lejanas del mundo de la consciencia, forma la contra cara de la mentalidad consciente de las mujeres, que está generalmente dirigida solo a las cosas muy inmediatas y personales. Tal experiencia de arrobamiento, sin embargo no está en absoluto exenta de daño o ambigüedad. Por un lado, puede no ser más que un lapso hacia el inconsciente, un hundirse en ese estado de ensueño, un deslizarse en la naturaleza, equivalente a regresar a un nivel primario de consciencia y por lo tanto, inútil y hasta peligroso. Por otro lado, puede significar una genuina experiencia religiosa, por lo tanto, de gran valor.
Junto a las figuras ya mencionadas que muestran al animus en su aspecto misterioso y peligroso, existen otras figuras de diferente tipo. En el caso que estamos discutiendo, es un dios con cabeza de estrella, que guarda en su mano un pájaro azul, que es el pájaro del alma. Esta función de guardián del alma pertenece, al igual que la de guía, a una forma más alta, transpersonal del animus. Este animus no se permite cambiar a una función subordinada de la consciencia sino que permanece como una entidad superior y desea ser reconocido y respetado como tal. En la fantasía India sobre la bailarina, este principio masculino espiritual y superior esta encarnado en la figura del rey; así es como él es el comandante, no en el sentido del mago sino en el sentido de un espíritu superior que no posee nada de la tierra o la noche. No es el hijo de la madre inferior sino un embajador de un padre desconocido y distante, un poder de luz transpersonal. Todas estas figuras tienen el carácter de arquetipos -de aquí los paralelos mitológicos- como tal son impersonales o transpersonales, aun cuando su tendencia sea orientarse al individuo y a relacionarse con él/ella. Con ellos aparece el animus personal que pertenece a ella como individuo; es decir, el elemento masculino o espiritual que más se corresponde a sus dones naturales y que aspira a una evolución, hacia función consciente, armonizada con la totalidad de su personalidad. Aparece en los sueños como un hombre al que ella está unida, ya sea por lazos afectivos o por sangre, o por una actividad en común. Aquí se encuentran otra vez las formas superiores e inferiores del animus, a veces reconocible por las señales positivas y negativas. A veces es un amigo largamente buscado o un hermano, un maestro que le enseña, un sacerdote que hace una danza ritual con ella, o un pintor que pinta su retrato. Una vez un obrero llamado tal vez "Ernesto" y que viene a vivir en su casa; otras, un joven empleado de nombre "Constantin" que le pide trabajo. En otras ocasiones ella tiene que luchar con un joven impúdico y rebelde o debe ser cuidadosa con un siniestro Jesuíta; otras comerciantes Mefistofélicos le ofrecen toda clase de maravillosas cosas. Una figura especial, que aparece en raras oportunidades, es la del "extraño". Generalmente este ser desconocido, que a pesar de su extrañeza le resulta familiar, le trae como un embajador algún mensaje u orden del lejano Príncipe de la Luz.
Con el paso del tiempo, figuras tales como las descritas aquí se vuelven familiares, tal como sucede con la gente que uno conoce, con la que entabla una relación cercana y se visita a menudo. Empezamos a comprender porqué aparecen de pronto esas figuras. Se puede hablar con ellos, pedirles consejo o ayuda; aunque a veces hay que cuidarse de ellos y su insistencia, y hasta de enojarnos ante su insubordinación. Además, debemos permanecer atentas a que alguna de estas formas del animus pretenda tener supremacía o dominar nuestra personalidad. Es muy importante poder discriminar entre nosotras y el animus y limitar su esfera de influencia; sólo haciendo esto es posible liberarnos de las fatales consecuencias de identificarnos con el animus o ser poseídas por él. Otros factores decisivos en este proceso, además de la capacidad de discriminar, son la ampliación de la conciencia y el reconocimiento del verdadero Yo (Self). Dado que el animus es una entidad transpersonal, es decir un espíritu común a todas las mujeres, puede relacionarse con la mujer individual como un guía espiritual o un genio benévolo, pero no puede subordinarse a su mente consciente. La situación es diferente con la entidad personal que desea ser asimilada, con el animus como hermano, amigo, hijo, o sirviente. Enfrentada con uno de estos aspectos del animus, la tarea de la mujer es crearle un lugar en su vida y personalidad e iniciar alguna labor productiva con esta energía. Generalmente, nuestros talentos, hobbies, etc. ya nos han brindado algún indicio sobre la dirección que puede tomar esta energía y como puede activarse. Con frecuencia los sueños apuntan a este descubrimiento, y siguiendo con la orientación natural, mencionarán que estudios, libros, campo laboral, actividades artísticas o ejecutivas son más apropiados. Ahora, esas tareas sugeridos siempre serán objetivos y prácticos, al igual que la entidad masculina que el animus representa. La actitud adecuada aquí -o sea, hacer algo por el bien de "él", no por el bien de otro ser humano- es contraria a la naturaleza femenina y sólo puede lograrse con mucho esfuerzo. Pero esto es justamente lo importante; pues de otro modo la exigencia, que es parte de la naturaleza del animus y por lo tanto justificada, se entrometerá de diferentes formas, reclamando cosas que no sólo son inapropiadas sino que pueden producir efectos contraproducentes.
Además de estas actividades especificas, el animus puede y debe ayudarnos a ganar en conocimiento y a mirar las cosas de una manera más impersonal. Para la mujer, con su empatia generalmente automática y subjetiva, los logros mencionados son muy valiosos y pueden serle de gran ayuda en un campo tan suyo como las relaciones. Por ejemplo, su propio componente masculino puede ayudarla a entender mejor a los hombres -y esto debe ser enfatizado- pues aunque la función automática del animus dada, su "objetividad", puede ser perturbadora en las relaciones interpersonales, no obstante, es también importante para el desarrollo y el bienestar de una relación que la mujer pueda tomar una actitud objetiva e impersonal.
Así podemos observar que el animus no solo se manifiesta en las actividades intelectuales pero que sobre todo hace posible el desarrollo de una actitud más espiritual que nos libera de las limitaciones de un punto de vista demasiado personal y subjetivo. ¡Y qué alivio y ayuda nos brinda el poder elevarnos por sobre nuestros problemas personales hacia otros pensamientos y sentimientos de naturaleza transpersonal los que, por contraste, hacen que nuestras "desgracias" parezcan triviales y menos importantes! Esta actitud y la capacidad de cumplir con la tarea asignada requieren por sobre todo, disciplina, lo que es más difícil para la mujer, quien aun está más cerca de la naturaleza, que para el hombre. No hay duda que el animus es un espíritu que no permite que lo aten a un carro como a un caballo domesticado. Su carácter va mucho más allá que el de un ser elemental. Nuestro animus puede a veces demorarse ociosamente con cierto letargo, o confundirnos con sus repentinas y rebeldes inspiraciones, o aun remontarnos hasta impensables alturas. Por eso se necesita de una guía estricta y clara para controlar a este espíritu inestable y sin rumbo, para así obligarlo a trabajar hacia una meta concreta. Para un gran numero de mujeres, sin embargo, esto es diferente. Me refiero a aquellas que, por su estudio o alguna otra actividad artística, ejecutiva o profesional, se han acostumbrado a ser disciplinadas, aun antes de tomar consciencia del problema del animus como tal. Para ellas, si tienen el suficiente talento, es altamente posible una identificación con el animus. He podido observar que el problema de cómo ser una mujer surge muchas veces justo cuando la mujer tiene una actividad profesional exitosa. A menudo le sobreviene una insatisfacción por un deseo personal no cumplido, no se trata de valores objetivos, sino de una necesidad de más contacto con la naturaleza y de expresión de la femineidad en general. Con frecuencia, también, el problema aparece porque estas mujeres, sin desearlo, se han enredado en relaciones conflictivas; o por accidente o destino, se tropiezan con situaciones típicamente femeninas en las que no saben como actuar. Entonces su dilema es igual al que enfrenta un hombre con respecto a su anima; es decir, estas mujeres también se enfrentan a su dificultad para sacrificar lo que, en cierto grado, perciben como un logro superior, una posición de superioridad Tienen que aceptar lo que les parece como de menor valor, la debilidad, lo pasivo, lo subjetivo, lo ilógico, unido a la naturaleza -en una palabra, lo femenino-. Pero a la larga ambos senderos conducen a la misma meta, y cualquier elección que hagamos, los peligros y dificultades son los mismos. De igual modo, aquellas mujeres para las que la evolución intelectual y la actividad objetiva son secundarias, también están en peligro de ser devoradas por el animus, es decir, identificarse con él. Por lo tanto, es de suma importancia que tengamos el mayor equilibrio posible para mantener a las fuerzas del inconsciente a raya y conservar al ego conectado con la tierra y la vida. Primero y principal, podemos encontrar ese control interno aumentando la consciencia y el sentimiento firme de nuestra propia individualidad; en segundo lugar, en tareas donde podamos aplicar nuestra capacidad mental; y por último en las relaciones en las que establecemos un lazo humano y una orientación tan inapreciables que contrastan con el carácter transpersonal del animus. La relación de una mujer con otras mujeres tiene gran significado en este sentido. He tenido oportunidad de observar que en la medida que el problema del animus se agudiza, muchas mujeres empiezan a mostrar un creciente interés por conectarse con otras mujeres; sienten la relación con sus pares como una necesidad. Quizás sea este el comienzo de la solidaridad entre las mujeres, escasa por cierto, que hoy se hace posible dada la paulatina toma de conciencia del peligro que nos amenaza a todas. Debemos aprender a atesorar y enfatizar los valores femeninos como condición primordial para enfrentarnos al principio masculino que es doblemente poderoso -tanto dentro como fuera de la psiquis-. Pues si este principio logra adueñarse de nuestra psiquis, se convierte en amenaza en ese lugar donde la mujer es especial, el que más le pertenece, donde puede lograr aquello que le resulta más real y para lo cual está mejor dotada -es más, puede hasta hacer peligrar su vida-.
Pero cuando la mujer logra mantenerse fuerte ante el animus, en vez de permitirse ser devorada por él, este ya no sólo deja de ser una amenaza sino que se convierte en un poder creativo. Nosotras necesitamos este poder pues, por extraño que parezca, solo cuando esta entidad masculina se integra como parte del alma y lleva a cabo su función, se nos hace posible ser realmente mujeres en el sentido más elevado, y al mismo tiempo, ser nosotras mismas y cumplir con nuestro destino individual.
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