martes, 10 de enero de 2012

PSICOLOGIA ANALITICA: UNA NUEVA PROPUESTA SOBRE EL SISTEMA PSÍQUICO: LA ...

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UNA NUEVA PROPUESTA SOBRE EL SISTEMA PSÍQUICO: LA COMPRENSIÓN DEL COMPLEJO DEL YO COMO ESTRUCTURA DISIPATIVA

UNA NUEVA PROPUESTA SOBRE EL SISTEMA PSÍQUICO: LA COMPRENSIÓN DEL COMPLEJO DEL YO COMO ESTRUCTURA DISIPATIVA

Publicado en el 12º Congreso Virtual de Psiquiatría - Interpsiquis 2001

Delgado González, José Antonio.
jose_antonio_delgado_gonzalez@hotmail.com


RESUMEN:

En los últimos años hay un interés creciente en los fenómenos caóticos, que se han ido extendiendo a campos del conocimiento, muy diversos y dispares, alejados de las matemáticas y de la física. Estos conocimientos se han erigido en lo que hoy se conoce como el cuerpo de doctrina de la Dinámica no Lineal y Teoría del Caos. Una de las características que, probablemente, han contribuido a este desarrollo, haya sido el carácter multidisciplinar del caos, cuyas teorías pueden ser aplicadas a diversos ámbitos, habiendo llegado a tocar el de la Psicología y de las Neurociencias. Parece ser que los fenómenos caóticos presentan a menudo comportamientos universales, derivadas de los términos no lineales que los originan y que probablemente afectan a todo nuestro mundo, sea este exterior o interior. Los planteamientos del presente trabajo, quieren invitar a un cambio de paradigma, hacia una nueva visión acerca de la realidad psíquica, a través de la aplicación de las teorías de los sistemas complejos al sistema psíquico y, en especial, al complejo del yo. Este, bajo determinadas condiciones ambientales y anímicas, puede entrar en un estado de no­equilibrio o de “caos creativo”, viéndose forzado a asimilar o a adaptarse a una influencia perturbadora demasiado grande, como para poder sobrevivir en dicho estado, como unidad integrada, lo que supone un esfuerzo de readaptación o reintegración después de la desintegración, provocada por una crisis o adversidad que haya roto la unidad previa.

1. INTRODUCCIÓN

Las últimas dos décadas han estado marcadas por un interés creciente en los fenómenos caóticos, extendiéndose éstos a campos del conocimiento, muy diversos y dispares, como es el caso de la Psicología, bien alejados de las Matemáticas. Estos conocimientos se han erigido en lo que hoy se conoce como el cuerpo de doctrina de la Dinámica no Lineal, que estudian fenómenos alejados del estado de equilibrio.
De acuerdo con el Dr. Florentino Borondo (1), una de las características que, probablemente, han contribuido a este desarrollo, ha sido el carácter multidisciplinar del caos. Los fenómenos caóticos presentan a menudo comportamientos y conductas universales, derivadas de los términos no lineales que los originan. Así, la complejidad e impredecibilidad, la extrema sensibilidad a las condiciones iniciales, la apertura, el dinamismo y el carácter fractal parecen ser comunes a ámbitos sistémicos tales como el lenguaje (2), los sistemas biológicos (3), la Economía (4), la Educación (5) y, por supuesto, la Psicología (6). En esta última disciplina, por ejemplo, las transformaciones que tienen lugar en los períodos de crisis se pueden considerar como fenómenos que acontecen en el sistema psíquico cuando éste se aleja del estado de equilibrio dinámico, de modo que el resultado de una crisis dependerá de las condiciones iniciales en las que se encuentre el sistema (su historia evolutiva y biográfica) y, por consiguiente, el resultado final de una crisis es, hasta cierto punto, impredecible. Asimismo, la creatividad puede considerarse como una de las conductas humanas más complejas e impredecibles (6), estrechamente vinculada a la salud mental (7) y a la autorrealización personal (7­9).
Otra característica distintiva que se atribuye al caos es el ser la tercera revolución de la Física en el siglo XX, quedando reservados los primeros lugares para la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad (1). En este sentido, Kuhn (10) afirma que las revoluciones científicas se caracterizan por un cambio de paradigma, entendiendo por tal, el conjunto de verdades aceptadas por la comunidad científica. Estas revoluciones suponen el derrocamiento de conceptos e ideas obsoletas. Por ejemplo, la revolución relativista acabó con la idea de un espacio y un tiempo absolutos, del mismo modo que la física cuántica abolió la posibilidad de medir simultáneamente y con toda precisión variables físicas conjugadas, como la velocidad y la posición de una partícula subatómica, así como la distinción entre sujeto y objeto (11). La teoría del caos acaba con la idea del determinismo absoluto, introduce la flecha del tiempo y el concepto de irreversibilidad (12). Esto quiere decir que los cambios que se producen en un sistema abierto y disipativo, alejado del equilibrio dinámico, como parece ser el caso de todo sistema vivo y, por ende, del sistema psíquico, no son predecibles, pasado y futuro dejan de ser intercambiables y, por consiguiente, cuando acontecen ciertas transformaciones, éstas conducen a estados irreversibles.
El trabajo que a continuación se desarrolla, pretende aplicar las teorías de los sistemas complejos a la psique humana. Para ello, nos servimos del modelo topológico y funcional que aporta la Psicología Analítica (13), complementada por las contribuciones realizadas por el psiquiatra checo Stanislav Grof (14), en torno a la idea de un inconsciente perinatal. Desde estas perspectivas, podemos definir a la psique como un sistema complejo, no lineal, caótico, sensible a las condiciones iniciales, abierto, dinámico y disipativo, y de carácter fractal. Se trata de un sistema complejo porque está formado por dos grandes subsistemas, la Conciencia y lo Inconsciente, que son interdependientes ,
o sea, que un cambio en uno de ellos provoca modificaciones, bien de forma directa, bien indirecta, en los demás. Es no­lineal y caótico debido a la interrelación entre los diversos subsistemas, de tipo homeostático, de modo que los cambios que se producen en el sistema, al depender de una gran cantidad de factores, parece que no se pueden predecir a través de diseños experimentales, en los que existe una clara relación lineal de causalidad entre las variables independientes y las variables dependientes, sino que nos tendremos que conformar con explicaciones de tipo cualitativo, esto es, probabilístico. Es sensible a las condiciones iniciales porque, en un estado de inestabilidad o alejado del equilibrio anímico­orgánico, la evolución del sistema dependerá, tanto de la historia evolutiva del individuo (herencia y cultura), cuanto de su biografía. Esto último se relaciona, a su vez, con la apertura del sistema al ambiente y, sobre todo, con la importancia que reviste el hecho de la coexistencia entre cambio y estabilidad. El sistema psíquico, como todo organismo vivo, se mantiene continuamente en un estado alejado del equilibrio, cuando está vivo. Y, pese a ser su estado diferente del equilibrio, ese estado es, sin embargo, estable a lo largo de períodos prolongados de tiempo. Esto se observa en que su estructura material, como el cerebro y las neuronas, se mantiene, a pesar del incesante flujo y cambio que tiene lugar en sus componentes. Por lo tanto, podríamos decir que el sistema psíquico se mantiene en un estado de no equilibrio (3), o bien, de equilibrio dinámico. Finalmente, el sistema psíquico es fractal porque, a pesar de las diferencias individuales, muestra similitudes formales en sus diferentes niveles o estratos, lo que nos permite realizar una clasificación “topográfica” del sistema.
Atendiendo a estos planteamientos psicodinámicos, y a los desarrollos post­junguianos de la Psicología Analítica, entre otros, entendemos que, bajo determinadas condiciones ambientales o externas (personales, familiares, sociales o laborales) y anímicas o internas (elevada actividad onírica, ansiedad, depresión, v.gr.), relacionadas ambas por la ley de la sincronicidad, definida como una coincidencia significativa de acontecimientos objetivos y subjetivos, que pueden estar separados en el espacio y/o en el tiempo (15­16), el sistema psíquico, en general, y el complejo del yo, en particular, parecen entrar en un estado de no­equilibrio o de "caos creativo", fuera del equilibrio dinámico, viéndose forzado éste último a asimilar o a adaptarse a una influencia perturbadora demasiado grande, como para poder sobrevivir en dicho estado, como unidad integrada.

2. LA PSIQUE COMO SISTEMA

Un sistema consiste en un conjunto de elementos idealmente separables, así como en las interacciones entre dichos elementos. Uno de los resultados de estas interacciones es la restricción en el número de posibilidades o variaciones de estado del sistema. De esta manera, los grados de libertad se disminuyen con respecto a los que podrían gozar sus elementos o componentes por separado.
Asimismo, amén de esta disminución de libertad del sistema como suma de partes, suele considerarse, de conformidad con la Psicología de la Gestalt, que la suma de las partes de un sistema es menos que el sistema mismo y, con la descripción de sus elementos por separado no se abarca al sistema global (17). La interacción de los diferentes elementos, su sinergia, puede dar por resultado un valor más ordenado que el que le correspondería por la mera suma de dichos elementos por separado. Por ejemplo, el Agnus Dei del Réquiem de W. A. Mozart es, en su conjunto, una obra excepcional, que, si se dispone de cierta sensibilidad, permite contactar con el arquetipo de Cristo o del sufrimiento colectivo, es decir, se podría acceder a la vivencia de la carga de la totalidad del hombre y de la conjunción de los opuestos psíquicos (18­19), por lo que el resultado de estas vivencias es mucho más amplio y productivo, artístico y genial, que la mera suma de notas, de las que se compone dicha pieza musical. La actividad de cada componente del sistema depende de sus relaciones con los restantes componentes existiendo, de hecho, mecanismos de retroalimentación o feedback (20). Así, todo acto creativo, como resultado de un proceso creativo es, a priori, impredecible. Y, a pesar de ello, podemos hablar de creatividad en la conducta, como una condición estable y, según parece, relacionada con períodos críticos en la vida de los individuos (6­7).
Esta descripción de un sistema puede aplicarse a la psique humana, en lo que podemos denominar como sistema psíquico. Este sistema psíquico, al igual que cualquier sistema dinámico abierto y disipativo, está constituido por componentes o contenidos, que se describirán en próximos apartados, cuyo número es finito (aunque las modificaciones de los temas principales sean caleidoscópicas) y sus interacciones también son limitadas. Esto nos ayuda a la hora de aproximarnos a su estudio, pues una pequeña parte del conjunto global del sistema psíquico que, dicho sea de paso, está constituido por la conciencia y sus datos y lo inconsciente (con sus múltiples estratos), nos auxilia a comprender el funcionamiento del sistema completo y/o segmentos más amplios del sistema psíquico.
Así, por ejemplo, podemos estudiar una parte del complejo subsistema inconsciente para, tras describirlo de una manera más o menos precisa y objetiva (siempre dentro de las limitaciones de la percepción humana y, para el caso del investigador, también individual), extrapolando o generalizando dichos descubrimientos, basados en la observación local. Valga de ejemplo el análisis de un sueño arquetípico (17, 21, 22). Su hermenéutica precisa de vastos conocimientos en simbología, pero sus conclusiones son válidas para el conjunto del sistema psíquico de la persona que haya tenido el sueño y, eventualmente, de todo individuo afectado por la actividad del mismo arquetipo (23). Entendiendo por arquetipo la pauta de acción modal, punto nodal, núcleo de significación, tipo arcaico o primigenio o posibilidad de representación, que se manifiesta en la consciencia, por ejemplo, en imágenes primordiales, mitos, cuentos o expresiones religiosas (24) De hecho, un simple sueño podría ser considerado como una imagen fractal, pues parece proporcionarnos información de cómo es el sistema psíquico del individuo analizado (14,24), ya que nos remite a la totalidad de dicho sistema psíquico.
El sistema psíquico, con su historia biográfica y evolutiva, y su complejidad, parece poseer la propiedad de conducir y ampliar la energía. Los símbolos, constituyentes de la psique inconsciente, son los conductores o transmisores de la energía en el momento de la constelación del arquetipo subyacente. Dicha energía, puede ser integrada por el complejo del yo, gracias a la asimilación del contenido simbólico en el cual se enviste la energía psíquica, por medio de la hermenéutica onírica o interpretación del símbolo producido por lo inconsciente, y, por ende, se hace aprensible a la consciencia, con lo que esta última se ve ampliada (17,21). De esta suerte, se favorece el mejor funcionamiento de todo el sistema psíquico, dando cauce a la transformación que la psique en su conjunto demanda.
La fugacidad y esquivez de los acontecimientos psíquicos inconscientes elementales, los denominados arquetipos, los cuales parecen actuar en determinados momentos y se prolongan en el tiempo por lapsos más o menos largos, se hacen patentes y asibles a la consciencia, gracias a su manifestación en forma simbólica (en sueños, imaginación activa, pintura, escultura, dibujo, etc.). Resulta por demás interesante observar que tal actualización de un arquetipo, canaliza la energía a favor de un número limitado de posibilidades, es decir, determinados cambios se hacen más probables que otros. Sin embargo, el concurso de la consciencia hará que, en última instancia, tal conjunto de posibilidades se concrete en una dirección u otra, o bien, en una orientación de actitud u otra.
Podemos afirmar que, la constelación de un arquetipo puede entenderse como un fenómeno, en sí mismo, determinístico, en el sentido de que no es posible escaparse a su acción en un tiempo y espacio definidos. No obstante, la concreción que la conciencia haga de la asimilación de dicho símbolo, por mediación del complejo del yo, está abierta a múltiples posibilidades. Posibilidades que se verán reducidas por el marco circunstancial y/o ambiental en el que se halle el sujeto afectado por el arquetipo, principalmente por la cultura a la que el individuo pertenece, así como por la expresión que éste pueda darle, lo cual depende de sus aptitudes individuales. Dicha expresión estará de acuerdo con las posibilidades de su psiquismo. Así, por ejemplo, algunos individuos podrán expresar la constelación de un arquetipo por mediación de la música; otros del arte pictórico, escultórico o arquitectónico; unos pocos se servirán de la visión que del mismo han tenido para plasmarlo en una teoría científica, como le sucedió al químico Kekulé con la estructura aromática del benzeno, verbigracia, o en un sistema filosófico; finalmente, una expresión poética o religiosa puede ser una de las vías más excelsas de concretización del inaprensible patrón informativo (arquetipo) (15­16). En cierta manera, los arquetipos actúan a modo de atractores, pues cualquier intento de salirse de la trayectoria marcada por el mismo, en un espacio y en un tiempo definidos, acaba siendo atenuado y, después de un lapso temporal determinado, tenderán a regresar a la "órbita" marcada por el atractor (arquetipo) (1). Esto parece indicar que, los estados alejados del equilibrio, las crisis, tanto en el individuo, cuanto en el colectivo, podrían actuar a modo de acicates o catalizadores de creatividad. De este modo, parece que la creatividad, bajo ciertas condiciones, estaría estrechamente relacionada con las crisis.
Una de las propiedades más importantes del sistema psíquico parece ser su flexibilidad y elasticidad internas, en el sentido de la enorme variación de posibles estados de conciencia, permitiendo el reconocimiento y supervivencia del complejo del yo, a pesar de las erróneas actitudes e inadecuados o inadaptados comportamientos, de los cuales el individuo debe aprender, asistiendo a un mecanismo de feed­back continuo, tanto con el entorno, cuanto con el cuerpo y con la mente. En otras palabras, la flexibilidad del sistema psíquico se refiere a una potencialidad de realizar cambios significativos de orden funcional, pese a perturbaciones que pudieran ingresar en él. Y estos cambios se producen tras los mecanismos de retroalimentación que han de seguir a todo error de concepción y de actuación, es decir, de actitud y de comportamiento, algo característico del aprendizaje. Esto es, el sistema puede hacer frente a cierta cantidad de fluctuación y perturbación, manteniéndose estable gracias a sus propiedades de autorregulación. Sin embargo, si estas mismas fluctuaciones y perturbaciones son dramáticas y exceden el límite de flexibilidad del sistema, llevan al mismo a un estado de "callejón sin salida evolutivo" y de ahí a un "caos creativo" (25­26), estado al que Stanislav Grof se refiere con el término de emergencia espiritual (14).

3. MODELO TOPOGRÁFICO DEL SISTEMA PSÍQUICO

Una revisión de las teorías de Carl G. Jung y de los autores post­junguianos sobre los arquetipos y lo Inconsciente Colectivo (17­19,21­24,27,30), así como de las investigaciones llevadas a cabo por Stanislav Grof (14­15), en torno al nivel perinatal de lo Inconsciente, parecen evidenciar que el sistema psíquico está conformado por dos entidades o subsistemas principales:
  1. La Conciencia, en cuyo centro se encuentra el complejo del yo.
  2. Lo Inconsciente con sus múltiples "estratos".
1. La Conciencia
De un modo muy sintético, podríamos afirmar que la conciencia es un órgano de percepción y orientación dirigido, inicialmente, al medio ambiente. De esta manera, ser consciente es percibir el mundo exterior, al propio ser y a las relaciones entre éste y aquel (13,27).
La conciencia es, también, una especie de relación o referencia de contenidos psíquicos con el complejo del yo, en la medida en que éste tiene plena sensación de dicha relación. El complejo del yo, está constituido por un conjunto extremadamente complejo de sensaciones, recuerdos y afectos, siendo el centro del campo de la conciencia, semejante a un foco de iluminación de contenidos psíquicos. El complejo del yo tiene una elevada continuidad e identidad consigo mismo, siendo tanto un contenido de la conciencia como la conditio sine qua non de la propia conciencia (13, 27).
2. Lo Inconsciente
Las investigaciones llevadas a cabo por Francisco Varela (28) le han conducido a proponer la hipótesis de la existencia de una “cognición primaria” que, sin ser autorreflexiva, constituye un “espacio mental unitario” o “estado mental”, que es común a todos los vertebrados superiores. Según esta hipótesis, cada experiencia cognitiva está relacionada con un conjunto de neuronas, que se hallan interrelacionadas, y donde múltiples actividades se unifican en un conjunto transitorio, pero coherente, de neuronas que oscilan en una determinada longitud de onda, de una manera sincronizada. La sincronización de estas oscilaciones parece estar relacionada con las experiencias cognitivas de esa “consciencia primaria”. La hipótesis de Varela parece estar relacionada con las cogniciones inconscientes, y este autor afirma que la “consciencia primaria” no está relacionada con la actividad en ninguna estructura concreta del cerebro, sino, más bien, con la sincronización de diversos circuitos neuronales oscilantes. Según esta hipótesis, parece que la consciencia primaria, común a todos los vertebrados superiores, podría estar relacionada con lo Inconsciente Colectivo de Carl Gustav Jung y, especialmente, con el concepto de arquetipo (24).
Lo inconsciente, según la Psicología Analítica (13, 17­18, 21, 24) complementada por la Psicología Transpersonal propuesta por S. Grof (14,17), está conformado por los siguientes estratos o niveles de profundidad creciente:
  • Recuerdos, sensaciones físicas mnemónicas, contenidos inconscientes mediata e inmediatamente asequibles (27).
  • Inconsciente individual o Sombra: Las manifestaciones personales de este nivel son los traumas infantiles, contenidos reprimidos o suprimidos, contenidos olvidados por motivos de índole biográfica dolorosa (24, 27). No obstante, la sombra también tiene una expresión positiva, pues, de hecho, bajo ese material cenagoso se encuentran potenciales de manifestación o expresión creativa, que enlazan con el reino histórico de lo inconsciente (17,27).
  • Nivel perinatal: En el que se concentran las experiencias traumáticas o no del proceso del nacimiento biológico. Grof (14) ha dividido las experiencias condensadas en este nivel en cuatro matrices perinatales básicas (MPB), que se corresponden con los cuatro períodos por los que atraviesa el individuo a lo largo de su desarrollo embrionario y fetal, pero que, al ser psicoespirituales, no se circunscriben al proceso del nacimiento biológico, sino que pueden proporcionar, a su vez, un acceso a lo inconsciente colectivo.
  • Inconsciente nacional o cultural o Sombra nacional o cultural: Constituido por todo aquello que una nación o entidad cultural mantiene fuera del foco de iluminación consciente. Ciertos símbolos son propios de ese nivel nacional y sólo se encuentran en la cultura de esa nación particular (29). En realidad, debemos apuntar aquí que, de modo general, existe un inconsciente de grupo, familiar, de pareja, etc., es decir, allí donde existe un vínculo humano se crea un Sí­mismo compartido regulador (30), Sí­mismo o Yo nuclear que comprende aspectos sobresalientes, aspectos diferenciados conscientemente, y aspectos subdesarrollados, aspectos que permanecen inconscientes.
  • Inconsciente colectivo o transpersonal: En este nivel profundo se encuentra el magma psíquico del que todos participamos. Los símbolos universales provienen de ese estrato y se los encuentra en todas las culturas, con independencia de los fenómenos de migración y de intercambio cultural. También los residuos de las experiencias filogenéticas de nuestros antepasados se hallan aquí (14, 24, 27, 30).
  • Núcleo cósmico o Sí­mismo: Centro de la personalidad, núcleo que nos contacta con el Universo o Cosmos. Es la imago Dei en el hombre (14­15,17­18). Todo cuanto acontece en el cosmos, parece tener una resonancia mórfica en el individuo (15­17, 30­33). La accesibilidad a este nivel se vivencia a través de símbolos mandálicos, experiencias de sincronicidad, vivencias de unión mística y otros estados extraordinarios de conciencia. Así también, en sueños, fantasías, ensoñaciones, expresiones artísticas, etc. Todo parece estar impregnado por lo colectivo psicoideo (30, 15­16 ), aunque no seamos conscientes de ello. Es, en el transcurso evolutivo de la consciencia, cuando nos vamos dando cuenta de hasta qué punto esto es así.

4. MODELO FUNCIONAL DEL SISTEMA PSÍQUICO

De acuerdo con la Psicología Analítica (15,17­19, 21­24, 27, 30), la conciencia, órgano de orientación, utiliza un número definido de funciones con las que se orienta y adapta al mundo exterior u objetivo, así como al mundo interior o subjetivo:
  1. La sensación, que percibe los hechos, objetos o acontecimientos.
  2. El pensamiento, que discierne lo que el objeto percibido es, de aquello que no es, emitiendo juicios de valor objetivos.
  3. El sentimiento, que emite un juicio de valor sentimental (el objeto es bello o feo, verbigracia).
  4. La intuición nos permite dilucidar cual es el origen y el destino, tanto de los objetos como de los sujetos, y de ciertos acontecimientos objetivos o subjetivos.
Estas funciones pueden tener un carácter introvertido o extravertido, de acuerdo con el lugar al que se dirijan la intención y la atención. Así, si son los objetos del mundo, los acontecimientos y/o las circunstancias objetivas las que mueven a la reflexión y a la acción, con preponderancia, el tipo es extravertido.
Por el contrario, si es el sujeto el que, preponderantemente, se impone a la realidad objetiva, entonces nos encontramos frente a un introvertido. La extraversión y la introversión son ambos mecanismos de adaptación y, por ende, se presentan en todo individuo. Su preponderancia es la determinante a la hora de calificar a un individuo como extravertido o introvertido. Así, el extravertido se caracteriza porque trata de ajustarse a la realidad objetiva. El segundo, pretende adaptar la realidad objetiva a sí mismo, como sujeto. Un ejemplo del primer tipo lo sería Aristóteles. Del segundo, lo sería Platón. En ambos, el pensamiento es la función diferenciada, pero el interés se dirige hacia lugares distintos (hacia fuera ­objetos­en Aristóteles, hacia dentro ­ideas­en Platón).
No obstante, podemos distinguir dos formas de pensamiento. En palabras de Carl Gustav Jung: "Hay dos formas de pensamiento: el pensamiento dirigido y el sueño o fantaseo. El primero sirve para que nos comuniquemos mediante elementos lingüísticos; es laborioso y agotador. El segundo, en cambio, funciona sin esfuerzo, como si dijéramos espontáneamente, con contenidos inventados, y es dirigido por motivos inconscientes. El primero adquiere, adapta la realidad y procura obrar sobre ella. El segundo, por el contrario, se aparta de la realidad, libera tendencias subjetivas y es improductivo, refractario a toda adaptación"(34).
Al "sueño o fantaseo" lo podríamos denominar pensamiento pasivo, es decir, una concatenación de asociaciones sujetas a un juicio no regido por un acto de mi voluntad.
El pensamiento es, por contra, la imitación voluntaria de los sucesos, de las cosas objetivas, reales. Esta reciente adquisición ha acontecido gracias a la capacidad de movilidad y desplazamiento de la libido o energía psíquica, última flor de la evolución cultural (27). Se trata de un acto voluntario de representación, en el que se someten los contenidos a un proceso valorativo.
El pensamiento pasivo (fantasear es una asignación insuficiente, como el mismo Jung (34) advierte en posteriores trabajos) podríamos concebirlo, pues, como un representar pasivo­intuitivo. En ambos se realizan juicios y lo que les diferencia es la voluntad del acto de enjuiciar.
Las funciones juzgadoras, el sentimiento y el pensamiento, son funciones racionales, en tanto que la sensación y la intuición, como funciones perceptivas, son irracionales, en el sentido de a­racionales. Estas últimas, sobrepasan la polarización que lo racional siempre establece y apuntan a lo dinámico prospectivo, es decir, a la variación del aspecto o de los detalles del objeto en el caso de la sensación y a la variación de la trayectoria del objeto u objetivo, en la intuición.
Estas funciones presentan ciertas incompatibilidades. Así, la intuición y la sensación son opuestas, al igual que lo son el sentimiento y el pensamiento. El ser sensorial trata de ver las cosas y los acontecimientos con detalle, tal cual son, aprehendiéndolas y aferrándolas entre sus ejes ópticos. Observa las variaciones que sufre el objeto, su dinámica tal cual aparece, adaptándose con facilidad a los cambios tangibles del objeto. El intuitivo, por el contrario, no ve las cosas tal cual se presentan, sino que engloba toda la atmósfera que envuelve al objeto, sus relaciones trascendentes, su origen y su destino (13). Se pierde en el conjunto de posibilidades que rodean al objeto. En realidad, mira como a través de las lentes de un telescopio o de un microscopio, mucho más allá del objeto concreto que se le aparece. A éste, en realidad, no lo ve. La persona intuitiva busca el misterio intrincado que se halla bajo las apariencias, inmediatamente visibles (13, 17).
Así pues, según esta tipología caracterológica, si queremos ver las cosas tal cual se nos presentan, no debemos mirar la atmósfera que les rodea. Es preciso focalizar nuestra mirada en las cosas y desvincularlas lo más posible de las intrincadas relaciones que las rodean.
Análoga incompatibilidad la encontramos entre el sentimiento y el pensamiento. Si deseamos reflexionar, no debemos dejar que la lógica del sentimiento se inmiscuya, en el sentido de que arrastre a nuestro pensamiento fuera de su propio ámbito. Si reflexionamos acertadamente sobre la ecología de la encina, por ejemplo, no debemos dejarnos llevar por el sentimiento que ésta despierta en nosotros. Diferenciaremos entre la tipología de sus hojas, la estructura de sus formaciones y el tipo de sustrato sobre el que se asienta y dejaremos, en ese momento, aparte los juicios acerca de la belleza del árbol o de lo bonito que quedaría una ramita en el jarrón de nuestra casa.

5. EL COMPLEJO DEL YO COMO ESTRUCTURA DISIPATIVA

De acuerdo con el modelo planteado anteriormente, en el centro de las influencias del mundo externo y del mundo interno o inconsciente se halla el complejo del yo. De esta manera, el subsistema del yo, como casi todo lo psíquico y lo físico, es un sistema disipativo, abierto a las influencias externas e internas. Cuando se constelan ciertos arquetipos, es decir, cuando se activan y se preparan para la emergencia plena en la consciencia, e irrumpen en el campo de la conciencia, como oleadas en un mar embravecido, el complejo del yo se halla en unas "condiciones de no equilibrio" y en el seno de las cuales se ha agotado la flexibilidad del sistema yoico. En esas circunstancias se disipan energías desordenadas (entropía) al exterior (en forma de ansiedad, descontrol de impulsos, brotes psicóticos, etc.), y esas energías interactúan con el medio. Sin embargo, en esos momentos de bifurcación, donde existen idénticas probabilidades de integración que de escisión, la constelación del arquetipo del orden o Sí­mismo, la estructuración del complejo del yo, y el empleo de técnicas interactivas como la imaginación activa, como método de atención de los contenidos que surgen de lo Inconsciente (7,13,17) ya evidencian una probabilidad mayor de elegir la integración o individuación, siempre que se asimilen los contenidos simbólicos por el yo consciente, rompiendo así la simetría original entre integración y escisión (25).
Esta capacidad autopoyética, o de autoorganización (12,20) conduce al sistema a nuevos estados que distan mucho de ser iguales a los anteriores, pudiendo ser, antes bien, más evolucionados, informados o integrados, o bien, entrar en una dinámica de desorganización o escisión (como ocurre, por ejemplo, en una psicosis). El nuevo estado más ordenado, evolucionado o informado (o bien, desorganizado o escindido) acontece como resultado de una actitud consciente específica, frente a la constelación de un arquetipo en el plano psicoide (15,20). No obstante esto, parece que existen casos en los que una constitución psicológica armónica heredada, permite cambios en su adaptación al entorno y/o al ámbito interior, sin participación de la voluntad consciente, dándose estos cambios a modo de "impulsos" semiconscientes. Por lo general, en estos casos, la propia capacidad auto­organizativa del sistema psíquico es suficiente para reajustarse a las perturbaciones de un modo semiconsciente, como unidad integrada. Por tanto, cuanto más armónicos sean los sistemas psíquicos, parecen presentar menores dificultades de integración, pero, a su vez, podrían disponer de un menor caudal de energía psíquica a disposición de la voluntad consciente y, por tanto, sus potenciales de expresión creativa y de amplitud de consciencia se verían reducidos.
Según la Teoría de los Arquetipos (24), cuando se constela un arquetipo, una imagen simbólica emerge de lo inconsciente colectivo como manifestación concreta de dicha constelación. El estudio detallado del símbolo arquetípico amplía el campo perceptivo o nivel de consciencia, permitiendo asimilar los contenidos inconscientes vinculados al símbolo. Esta integración en el plano de la conciencia, resultado de una actitud determinada, que parece evidenciar una amplitud moral, intelectual y espiritual, permite actuar en consecuencia con la dirección por la que la libido está más inclinada a discurrir (21). De esta suerte, dada la sensibilidad a las condiciones iniciales del sistema yoico en esos momentos, parece que se selecciona una de las dos ramas de la bifurcación abierta. Estas dos ramas se subdividen, a su vez, en cuatro posibilidades de manifestación: 1. Permanecer en la polaridad, moviéndose cíclicamente de un polo a su opuesto, como cuando se producen cambios en el estado de ánimo. 2. Optar por girar en torno a uno de los dos polos (unilateralidad), como cuando uno se mantiene en un estado depresivo. 3. Involucionar retrocediendo hacia una polarización más precaria (involución o regresión). 4. Trascender hacia una nueva polaridad, más integrada (evolución o individuación (7,13,17)), dando un salto de nivel de conciencia (9).
La tendencia del sistema psíquico a alcanzar un estado de óptimo desarrollo evolutivo o clímax parece ser sobradamente manifiesta, y su capacidad de funcionar como un canal de información en el que parte de los "mensajes" de lo inconsciente e, incluso, mensajes completos se proyectan al futuro, se esclarece con la constelación de un arquetipo en el plano psicoide de lo Inconsciente y, durante ese período, la coexistencia de una cadena de fenómenos sincronísticos. Esta concatenación de eventos sincronísticos se expresa en símbolos, siendo estos los significantes concretos de una sola cadena de eventos sincronísticos, ligados todos ellos al arquetipo o arquetipos actuantes en el plano psicoide. Los símbolos se constituirían, pues, como mensajes anticipatorios, "presagios" o "señales", que anuncian o pronostican lo que es más probable que se produzca en el mundo de lo manifestado (conciencia­circunstancias) y, por ende, la dirección por la cual la libido está más inclinada a discurrir (35).
Así, lo inconsciente constela y activa ciertos arquetipos (21, 24, 27), también denominados pautas de acción modal, en determinados períodos de la evolución humana (tanto colectiva, cuanto individual), de tal manera que actúan a modo de campo electromagnético. Toda información que se halle fuera del campo de acción de dicho arquetipo (y a un nivel más superficial, de los complejos activados) no entrará en el ámbito de la conciencia y, por ende, no será enfocado por el haz de luz del complejo del yo. En otras palabras, la experiencia parece irrumpir en la conciencia sólo cuando los esquemas más relevantes han sido plenamente activados (36). Estos complejos constelados actúan fuera del alcance de la conciencia, pudiendo suplantar su hegemonía de no ser reconocidos, integrados y vinculados al complejo del yo, como sucede, por ejemplo, en los acting­out o en los trastornos del control de impulsos.
Decíamos unas líneas más arriba, que el complejo del yo podía asimilarse a una estructura disipativa, y observábamos que éste, como todo sistema abierto y disipativo, tiene un cierto límite de tolerancia o flexibilidad frente a las perturbaciones y fluctuaciones que le puedan afectar. Si los cambios son dramáticos y desbordan sus capacidades de autorregulación, el sistema del yo entra en un estado cuyas condiciones son de no­equilibrio o de caos determinístico. En estos momentos, el yo es muy sensible a las condiciones iniciales. Los conceptos de irreversibilidad y flecha del tiempo son fundamentales. En este sentido, Prigogine (25) afirma:
"Cuando se crea una diferencia de temperatura lo bastante grande, aparecen remolinos en los que se suceden millones de partículas. Así el no equilibrio crea correlaciones de largo alcance. Yo suelo afirmar que la materia en equilibrio es ciega, cada molécula sólo ve las primeras moléculas que la rodean. En cambio, el no equilibrio hace que la materia "vea". Aparece entonces una nueva coherencia. La variedad de estructuras de no equilibrio que se van descubriendo resulta asombrosa. Estas estructuras revelan el papel creador fundamental de los fenómenos irreversibles, y, por lo tanto, la flecha del tiempo."
La aparición de una nueva coherencia, psicológicamente hablando, ha de entenderse como una de las posibles consecuencias de un período de crisis (existencial, de pareja, etc.). Así, la perturbación del sistema más allá de sus límites de flexibilidad hace que éste avance hacia una forma completamente diferente de organización. En estos períodos se puede observar la increíble creatividad del sistema psíquico global (Sí­Mismo o personalidad total, según la Psicología Analítica) y del complejo del yo, en particular, quien, en medio del mayor de los desequilibrios, es capaz de transformarse y acceder a un nivel de organización superior, siempre dependiendo de las condiciones iniciales en las que se encuentre el complejo del yo o ego. Este cambio de organización hace que el sistema entre en un nuevo estado, cuyas consecuencias para la vida de la persona son de largo alcance. Pero la continua creatividad, producto de las irrupciones permanentes de contenidos de lo inconsciente colectivo en el campo de la conciencia, no permite ver demasiado adelante en el tiempo. El ego está continuamente frente a una bifurcación, frente a la posibilidad de ir hacia lo más integrado o dar un pasa hacia atrás e involucionar. La sucesión constante de cambios va modificando el futuro, de tal modo que éste sólo existe como posibilidad (30).
Sin embargo, debemos tener presente que esa nueva coherencia del sistema acontece cuando, en el estado de caos determinístico, aparece una ruptura de simetría espacio­temporal. De esos puntos de bifurcación emergen multitud de soluciones que, en último término, se pueden reducir a dos: integración versus escisión. La probabilidad de ambas ramas es, inicialmente, del 50% para ambas.
Serán las condiciones iniciales, dentro de las cuales es, especialmente importante, lo estructurado que se encuentre el complejo del yo, antes de que sobrevenga una crisis, siendo dichas condiciones las que lleven a la elección preferente de una de las dos ramas. Este proceso, la aparición de un punto de bifurcación, de un eje espacio­temporal que enfrenta al complejo del yo a las posibilidades de integración­disgregación o escisión, no es estático. Por el contrario, se está produciendo "continuamente" y esa es la cualidad que define la dinámica de la vida, la cualidad de ser vivo (30).

6. CONCLUSIONES

De lo expuesto anteriormente podemos concluir que, la evolución del sistema psíquico, entendido como una totalidad que integra tanto a la conciencia y sus funciones, cuanto a lo inconsciente, y sus múltiples estratos, parece tener lugar a través de una sucesión de estadios, que pueden ser descritos por leyes deterministas o lineales y leyes probabilistas o no lineales. Así, pese al hecho de no poder predecir el resultado de un período de crisis existencial, por ejemplo, podemos saber, con una cierta probabilidad, que, dadas unas condiciones iniciales determinadas (estado de estructuración del ego, terapia previa, ambiente familiar del paciente, etc.), se puede producir una transformación positiva de la personalidad, que afecte a todas las esferas de la vida del individuo, emergiendo del caos inicial de una crisis un nuevo orden más integrado. Durante ese período de caos creativo, en medio de una crisis (de identidad, de sentido, existencial, etc.), si el complejo del yo está lo suficientemente estructurado (condiciones iniciales), parece que tiene lugar un proceso de transformación, en el cual el sistema psíquico se halla muy alejado del estado de equilibrio dinámico. Durante ese proceso, y por intermediación del método terapéutico de la imaginación activa, por ejemplo, desarrollado por el psiquiatra Carl G. Jung, el individuo puede atender a los contenidos que surgen desde lo inconsciente, plasmándolos a través de un trabajo creativo, adecuado a las capacidades o aptitudes individuales. Mediante la práctica de la imaginación activa, el individuo puede desarrollar lo que Carl G. Jung denominó la función trascendente (7,13), que es aquella función, creadora de símbolos, encargada de conectar los contenidos inconscientes y los conscientes, en una comunidad de sentido. Con el uso de esta técnica, lo que se favorece es un cambio positivo en las condiciones iniciales del paciente o del individuo que esté atravesando un período de crisis, posibilitando que se produzca una transformación positiva que afecte a todo el sistema psíquico, lo que parece facilitar una ampliación del nivel o campo de consciencia, y, con ello, una mayor integración del individuo en su proceso de individuación o autorrealización personal.

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