miércoles, 25 de julio de 2012

LA PRÁCTICA DEL ANALISTA

La práctica del analista
Olivia del Castillo
“…el terapeuta tiene que renunciar a todos sus presupuestos y a todas
sus técnicas y limitarse a un procedimiento puramente dialéctico,
es decir, a la actitud que evita todos los métodos.”
C.G.Jung (OC16 párrafo 6)

“Hay un hecho sentimental del pecado original, del sentido del sufrimiento y de la inmortalidad. Experimentarlo
es un carisma que ningún arte humano puede conquistar por la fuerza. Solo una entrega sin reservas puede
alcanzar esa meta.

Pero no todo el mundo es capaz de esa entrega. No hay un “debería”, pues en el esfuerzo de la voluntad
hay inevitablemente un énfasis tan fuerte en el “yo quiero” que se alcanza lo contrario de la entrega
Así que las experiencias más curativas y más necesarias para el alma son difíciles de alcanzar, pues exigen algo extraordinario del hombre ordinario”.
C.G.Jung (OC16 párrafo 186-187)

Anoche tuve un sueño. Su argumento ha orientado el contenido de este artículo, cuyo
título apareció en mi mente hace algunas semanas.
En síntesis, el sueño me ha dejado la impresión de que lo que voy a escribir hoy no ha
de a ir dirigido a “vender” unas ideas. Frente a la sensación o emoción que despierta el
concepto “vender”, ha surgido el opuesto de “entregar”. Concluyo, pues, que he de
redactar este artículo como un acto de “entrega” sincera y personal.
Llevo practicando la profesión de psicoterapeuta desde que me licencié en 1977 en la
facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona. Siempre fui muy entusiasta con mi
profesión, principalmente, porque me interesaba mucho la materia: para mi estaba claro
que lo psíquico era lo más importante del ser humano, por tanto, profundizar en ello era
fundamental. Otro motivo por el que me tome muy en serio mi oficio fue la necesidad de
subsistencia: siempre he vivido de mi trabajo como psicóloga.
Durante todos estos años, me he preocupado por conocer lo más posible las distintas
descripciones de la psique y he intentado trabajar honestamente en mi práctica clínica.
Pero, además, paralelamente al desarrollo de mi carrera, constantemente he sentido una
enorme inquietud con respecto a mi propia experiencia personal.
Desde el inicio de mi experiencia noté que, si bien mi práctica profesional estaba
circunscrita a la consulta, mi propia personalidad iba alterándose continuamente fruto de
las vivencias profesionales; fenómeno del que no podía desentenderme.
Esto me llevó a la búsqueda de “algo”, no sabía qué, algo que no había visto en la
universidad en que me formé. A partir de esa búsqueda y venciendo muchas resistencias
por la influencia del entorno académico, me acerqué a la psicología analítica. De ese
modo, empecé a ver la diferencia entre la práctica del psicólogo y la práctica del analista.
Inicié mi análisis y descubrí que formarse como analista era, esencialmente, entregarse al
análisis propio; algo que yo sentía como de vital necesidad para llevar a cabo mi tarea
diaria de manera verdaderamente creativa. La intuición me decía que la fuente, tanto de
mi creatividad como de mis limitaciones, estaba en mí, en “ver” en mí, y no sólo en el
paciente. Realicé mi análisis con mucho gusto, con la impresión paralela de que habíaencontrado lo que buscaba y de que estaba atendiendo el área que tanto me había inquietado.
Junto a esta experiencia, que fue tan dolorosa como atractiva, mi trabajo cobraba más
sentido, se revitalizaba, se veía más ordenado, más ético y adquiría una notable
dimensión de calidad y estabilidad: podía estar disfrutando “miles de años” de esta
aventura diaria, no me cansaba por muchas horas al día que estuviera atendiendo a mis
pacientes. Progresivamente, fui reconociendo que cada sesión era como una obra de arte
que el paciente y yo habíamos creado conjuntamente. Una obra de arte que tenía un
comienzo y un final. Sesión tras sesión iba cobrando sentido la idea de “proceso”, que
acababa cuando se revelara clara y objetivamente que llegábamos al final del tratamiento.
Pero mi análisis concluyó y mi práctica, ahora como analista reconocida, continuó.
Entonces empezó una etapa muy curiosa. Ahora que reconocía el inconsciente y me sentía
tan cómoda y creativa, bebiendo de esa fuente que alimenta la consciencia, empecé a
sentirme inadaptada y atrapada en un mundo en el que el desprecio por la naturaleza de
la psique era casi absoluto. Sufrí mucho y a solas, mi vida personal se estaba viendo
afectada. Pensaba que los psicoterapeutas teníamos que sentarnos a hablar sin trabas de
nuestras vivencias personales en relación a estas inquietudes, pero nunca encontré
interlocutores que experimentaran algo parecido. Un amigo me recomendó un libro: “La
vida personal del psicoterapeuta. El impacto de la práctica clínica en las emociones y
vivencias del terapeuta”, de James D.Guy. Me alegró comprobar que alguien dedicara su
tiempo a investigar en un aspecto tan relevante para mí por el que, al parecer, no muchos
autores ni colegas se interesaban.
Más tarde se publicaría: “Analistas junguianos”, curiosamente el título en inglés es mucho
más sugerente: “Jungian Analysts: Their Visions and Vulnerabilities”. Me pregunto por qué
no se quiso incluir: “Sus Visiones y Vulnerabilidades” en la traducción al español, parecía
una señal de la carencia que yo estaba padeciendo en mi país. Se trata de un coloquio
entre analistas junguianos, presentado por J.M.Spiegelman que, de forma desenfadada,
hablan de su vida personal, de cuál fue su camino hacia la psicología junguiana y de la
realidad cruda de su proceso analítico. El testimonio de estas personas me resultaba muy
próximo, a pesar de que todos ellos estaban muy lejos de aquí, en otros países.
Pasó el tiempo y la tensión se fue acumulando. Empecé a cuestionarme si debía o no
iniciar otro análisis. Al cabo de varios años encontré a la persona adecuada y lo inicié. Y
fue en esta ocasión cuando realmente acabé mi trabajo analítico personal. Comprendí que
no hay nada escrito con respecto a las ocasiones en que uno debe darse la oportunidad de
analizarse.
Sin embargo, me llevaría mucho tiempo (una buena parte de mi vida) encontrar mi lugar
en “este mundo”, encontrar el eslabón perdido entre mi práctica como analista y el
exterior. En algún pequeño punto de mí misma sentía una profunda escisión que me
enfermaba. Por otra parte, se me hacía evidente que esta tarea no podía cubrirla con
ningún otro analista. El setting analítico que requería ahora mi proceso de vida se
encontraba en los distintos espacios y ambientes a los que las circunstancias personales
de mi vida me llevaban (mi intuición, afortunadamente, siempre me ayudó a no dar la
espalda a esa realidad): asistir a los eventos de la escuela de los hijos, el matrimonio, las
vacaciones con un grupo organizado al azar en agencia de viajes, viajar en metro, asistir a
las reuniones de vecinos, ir al mercado…etc. Esos eran los lugares “sagrados” en donde se
iba a dar el ritual de transformación de lo que, dentro de mí misma, me alejaba del
mundo.
El proceso era imparable. No podía aislarme en mi consultorio, donde sí había un respeto
por la psique. Era evidente que el aislamiento me perjudicaba, me hacía demasiado
“especial”. Por otra parte, me resultaba imposible dejar de padecer y de tomar consciencia
de las vivencias que padecía con mis congéneres; negadores siempre de lo inconsciente y,

por tanto, despreciativos de la psique. Y, mientras, mi sensibilidad y receptividad iban
aumentando a causa de mi práctica diaria.
Después de soportar la intensidad de este tormento durante años, puedo constatar que la
práctica del analista, en efecto, mueve su psique. En primer término, la mueve por una
necesidad que nace de su ética. Es la psique quien lleva al psicólogo a tratar su propia
neurosis, y evitar así que ésta se trate a través de los pacientes. La ética individual del
profesional se encarga de generar la desazón necesaria para advertirle del riesgo de
semejante error.
Y, en segundo lugar, la práctica del analista mueve su propia psique, que, por su función
autorreguladora y homeostática, acelera el proceso de individuación del analista, para
“obligarle” a alcanzar la madurez que requiere esta profesión. La prueba consiste en
pasar por crisis de des-estructuración que permitan diferenciar, en carne propia, aspectos
que no se pueden apreciar acumulando conocimientos teóricos. Si la crisis es
verdaderamente efectiva, el individuo sufrirá una profunda revolución y transformación.
La continua exposición a la acción de los arquetipos con los que se va a ir confrontando en
la relación analítica con sus pacientes, movilizará automáticamente sus complejos, lo que
acarrea un padecimiento difícil de sostener e imposible de eludir.
No siempre puede asimilarse esta vivencia. Si se puede, tras el tormento, el analista
apreciará en sí mismo una fuerza, una creatividad y una elasticidad sorprendentes. Si no
puede encajar el proceso, su complejo del Yo se constelará defensivamente ante la
inseguridad que produce la movilización de los demás complejos. Así, el Yo, instalado en
formas de poder rígidas y defensivas, perderá la capacidad creativa para tratar con la
psique.
Tanto en un caso como en otro, es recomendable no resistirse a la contienda sino
“entregarse” valientemente, de lo contrario una u otra forma de destrucción aparecerá en
la vida del analista.
Como sabemos, el método analítico junguiano es dialéctico e individual y no sugestivo. En
dicho procedimiento no es posible desentenderse de la personalidad del analista. A partir
de mi propia experiencia coincido plenamente con este presupuesto.
Recordemos las palabras textuales de Jung al respecto:
“Una terapia que deje de lado las condiciones de la personalidad del médico es pensable si acaso en el ámbito
de las técnicas racionales, pero no en el ámbito del método dialéctico, pues ahí el médico tiene que salir del
anonimato y rendir cuentas de sí mismo, que es exactamente lo que exige de su paciente. No sé qué es más
difícil: adquirir un gran saber o renunciar a la autoridad y al anonimato profesional. En todo caso, esta necesidad representa una prueba moral que no hace precisamente envidiable la profesión de psicoterapeuta” (C.G.Jung.
OC16 párrafo 23)

El analista no se libra de lo que es. Es a través de este compromiso consigo mismo como
llega a asimilar la pluralidad de identidades que anidan en la profundidad de su psique, y
que se manifestarán, probablemente, más en él que en las personas que no ejercen esta
profesión. Esto le capacita para tratar mayor diferencia de casos y le capacita, así mismo,
para asumir la pluralidad del mundo.
Existe el riesgo de confundir el final del análisis con el final de esta asimilación. La carrera
por concluir los requisitos para el nombramiento como analista puede enmascarar futuros
peligros. La formación, en el sentido de exposición y asimilación del que hemos hablado,
no acaba nunca. Así como el artista ha de dejarse traspasar por una experiencia de
despojamiento y transformación, como el pintor Ramón Gaya expresa:
“Pintura no es hacer: es sacrificio, es quitar, desnudar, y trazo a trazo, el alma irá acudiendo sin trabajo."

Así, el analista, en su práctica, y en su vida, ha de estar en contacto con su psique y
entregarse humildemente a lo que esta le indica. Sin este “sacrificio”, no habrá
verdadera escucha ni lucidez en su práctica profesional.
El desastre al que puede conducir la obcecación y la identificación con el complejo del Yo
del analista que se instala en fórmulas de poder, fue muy bien descrito por Adolf
Guguebhül- Craig en “Poder y destructividad en psicoterapia”.
A lo largo de su obra, Jung, no deja de referirse con toda claridad a la importancia de la
exposición personal del psicólogo en su relación terapéutica con el paciente. De igual
modo, podemos encontrar mucho material relacionado con el tema entre otros autores
post junguianos, como es el caso de Mario Jacoby en: “El encuentro analítico. La
transferencia y la relación humana”.
Mi conclusión es que, a medida que la experiencia nos obliga a ir traspasando umbrales
interiores que antes aterraban, uno va cobrando cuerpo, viéndose integrado en el mundo,
en la sociedad, y va permitiéndose estar con la psique o las psiques, más allá de la
consulta, guardando dentro el misterio que muchos no quieren, ni tienen por qué,
descubrir en toda su vida. Aceptar esta realidad del mundo va parejo con aceptar la
realidad del uno.
Jung dice que “curar significa transformar” (OC16 párrafo 11). Podemos concluir que los
misterios de la práctica del analista implican, entre otras entregas, la aceptación de su
propia cura y transformación. No hay cura sin enfermedad y padecimiento, y no hay
escucha analítica ni creatividad sin atender a la propia psique en nuestro vivir.




Barcelona, 27 de agosto de 2007
Referencias bibliográficas
D.Guy, James. La vida personal del psicoterapeuta. El impacto de la
práctica clínica en las emociones y vivencias del terapeuta.
Paidós. Barcelona 1995.
Febres-Cordero, León. Penteo. El último Minotauro. Clitemnestra. Mata que Dios perdona.
Olimpia. Nerón. Monte Ávila Editores Latinoamérica C.A.
Caracas 2002.
Gaya, Ramón. Velázquez pájaro solitario. Pretextos. Paterna 2002.
Guggenbhül-Craig, Adolf. Poder y destructividad en psicoterapia.
Monte Ávila Editores. Caracas 1992.
Jacoby, Mario. El encuentro analítico. La transferencia y la relación humana.
Fata Morgana. México 2005.
Jung, Calr Gustav. La práctica de la psicoterapia. O.C. Vol. 16
Trotta. Madrid 2006.
Laín Entralgo, Pedro. La curación por la palabra en la antigüedad clásica.
Anthropos. Rubí 2005.
Speigelman, J.M. Analistas junguianos. Indigo. Barcelona 1990.

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