domingo, 23 de febrero de 2014

MELANIE KLEIN – LA POSICIÓN DEPRESIVA Y LA POSICIÓN ESQUIZOPARANOIDE



“Según Klein, el problema central de la vida es el manejo y la contención de la agresión.

La concepción de Klein de la experiencia temprana evoca la imagen de un yo discontinuo, que vacila entre una orientación amorosa hacia otras personas amorosas y dignas de ser amadas y una orientación de odio hacia otras personas que odian y son dignas de odio.

La ecuanimidad emocional, en esta organización más temprana de la experiencia, depende de la capacidad del infante para mantener separados estos dos mundos.

Es crucial que la furia destructiva permanezca contenida dentro de la relación con el objeto malo. Toda confusión entre el objeto malo y el objeto bueno puede resultar en una aniquilación del segundo, lo que sería catastrófico porque la pérdida del pecho bueno dejaría al niño sin protección ni amparo frente a la malevolencia del pecho malo. Klein designó a esta primera organización de la experiencia como posición esquizo-paranoide. Paranoide se refiere a la central ansiedad de persecución, al temor de una malevolencia invasiva proveniente de fuera.

En la posición esquizo-paranoide, el problema de la destructividad inherente al ser humano se resuelve mediante proyección, resultando en una ominosa sensación de persecución, de peligro proveniente de otros.

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Klein denominó el intenso terror y la culpa generados por el daño infligido a los objetos de amor del niño por su propia destructividad como ansiedad depresiva, y la organización de la experiencia en la que el niño se relaciona, tanto con amor cuanto con odio, hacia objetos enteros como la posición depresiva.

En la posición depresiva, más integrada y más adelantada en el desarrollo, la poderosa fuerza de la inherente destructividad del ser humano genera un pavor ante el impacto de la propia furia del niño en aquellos a quienes ama.

Para ser capaz de conservar enteros sus objetos, el niño tiene que creer que su amor es más fuerte que su odio, que puede deshacer los estragos de su destructividad.

La perpetua destructividad hacia los que queremos representa una fuente continua de ansiedad depresiva y de culpa, así como una interminable necesidad de reparar los daños.

Sólo el creer en las propias capacidades de reparación, en que el propio amor puede sobrevivir a la propia destructividad, hace posible la integración de amor y odio en formas de relación más ricas y complejas”.

(Stephen A. Mitchell y Margaret J. Black, Más allá de Freud)

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