Jung. Práctica de la psiquiatría. (Parte XX) (Final)
Jung. Práctica de la psiquiatría. (Parte XX) (Final)
Entre
los pacientes de nuestros días denominados neuróticos existen no pocos
que en épocas más antiguas no se hubieran vuelto neuróticos, es decir,
en desacuerdo consigo mismos. Si hubieran vivido en una época y en un
ambiente en el que el hombre estaba vinculado a través del mito con el
mundo del misterio, y por éste con la naturaleza viva y no meramente
contemplada desde fuera, se hubieran ahorrado la desavenencia consigo
mismos. Se trata de hombres que no soportan la pérdida del mito y no
hallan el camino a un mundo meramente externo, es decir, a la concepción
de las ciencias, de la naturaleza, ni puede satisfacerles el fantástico
juego de palabras intelectual que no tiene que ver lo más mínimo con la
sabiduría. Estas víctimas del desdoblamiento anímico de nuestra época
son meros «neuróticos facultativos», cuya aparente anormalidad
desaparece en el momento en que se cierra el abismo entre el yo y el
inconsciente. Quien ha experimentado profundamente en sí mismo este
desdoblamiento es más capaz de lograr una mejor comprensión para estos
procesos anímicos inconscientes e impedir aquel típico peligro de
desorbitación que amenaza al psicólogo. Al que no conoce por propia
experiencia la influencia nefasta de los arquetipos* le será difícil
sustraerse de tal influencia negativa cuando la confronte en la práctica
con su experiencia. Sobrevalorará o subestimará todo esto, porque posee
sólo una noción intelectual, pero no una norma empírica. Aquí comienzan
—no sólo para el médico— los peligrosos extravíos, el primero de los
cuales es el intento de usurpación intelectual. Tiene por objetivo
secreto sustraerse a la influencia arquetípica y en beneficio de la
auténtica experiencia de un mundo conceptual aparentemente asegurado de
modo artificial, pero meramente bidimensional, que aspira a ocultar la
realidad de la vida con las llamadas ideas claras. La desviación hacia
lo abstracto despoja a la experiencia de su sustancia y le presta el
mero nombre, que a partir de entonces suplanta a la realidad. Nadie está
obligado a un concepto y tal es precisamente la conveniencia buscada
que promete protección frente a la experiencia. Pero el espíritu no vive
de los conceptos, sino de los hechos. Las meras palabras no sirven para
nada, lo único que se logra es repetir este proceso hasta el infinito. A
los pacientes más difíciles y desagradecidos pertenecen, según mi
experiencia, junto a los habituales mentirosos, los denominados
intelectuales, pues en ello una mano ignora lo que hace la otra.
Cultivan una psicología á compartiments. Con un intelecto no controlado
por sentimiento alguno, todo se puede solucionar y, sin embargo, se
tiene una neurosis.Del encuentro con mis pacientes y del análisis del
fenómeno anímico que me presentaba una inagotable sucesión de imágenes
he aprendido mucho no de la mera ciencia sino principalmente de la
comprensión de la propia esencia y no poco gracias a los errores y
fracasos. He tenido particularmente pacientes femeninas que con
frecuencia colaboran con mucha escrupulosidad, inteligencia y
comprensión. Cooperaban decididamente a que yo pudiera hallar nuevos
caminos en la terapéutica.Algunos analizados se han convertido, en el
sentido propio de la palabra, en mis discípulos, que han dado origen a
mis ideas. Entre ellos hallé hombres cuya amistad se ha mantenido
durante décadas.Mis pacientes y analizados me han situado tan cerca de
la realidad de la vida humana que yo no hubiera podido encontrar nada
más esencial en mis experiencias. El encuentro con hombres de los tipos
más dispares y del más diverso nivel psicológico fue para mí de una
importancia mucho mayor que una conversación fragmentaria con una
eminencia. Las conversaciones de mi vida más bellas y ricas en
consecuencias son anónimas.
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