lunes, 27 de agosto de 2012

Jung. Práctica de la psiquiatría. (Parte XX) (Final)

Jung. Práctica de la psiquiatría. (Parte XX) (Final)

Entre los pacientes de nuestros días denominados neuróticos existen no pocos que en épocas más antiguas no se hubieran vuelto neuróticos, es decir, en desacuerdo consigo mismos. Si hubieran vivido en una época y en un ambiente en el que el hombre estaba vinculado a través del mito con el mundo del misterio, y por éste con la naturaleza viva y no meramente contemplada desde fuera, se hubieran ahorrado la desavenencia consigo mismos. Se trata de hombres que no soportan la pérdida del mito y no hallan el camino a un mundo meramente externo, es decir, a la concepción de las ciencias, de la naturaleza, ni puede satisfacerles el fantástico juego de palabras intelectual que no tiene que ver lo más mínimo con la sabiduría. Estas víctimas del desdoblamiento anímico de nuestra época son meros «neuróticos facultativos», cuya aparente anormalidad desaparece en el momento en que se cierra el abismo entre el yo y el inconsciente. Quien ha experimentado profundamente en sí mismo este desdoblamiento es más capaz de lograr una mejor comprensión para estos procesos anímicos inconscientes e impedir aquel típico peligro de desorbitación que amenaza al psicólogo. Al que no conoce por propia experiencia la influencia nefasta de los arquetipos* le será difícil sustraerse de tal influencia negativa cuando la confronte en la práctica con su experiencia. Sobrevalorará o subestimará todo esto, porque posee sólo una noción intelectual, pero no una norma empírica. Aquí comienzan —no sólo para el médico— los peligrosos extravíos, el primero de los cuales es el intento de usurpación intelectual. Tiene por objetivo secreto sustraerse a la influencia arquetípica y en beneficio de la auténtica experiencia de un mundo conceptual aparentemente asegurado de modo artificial, pero meramente bidimensional, que aspira a ocultar la realidad de la vida con las llamadas ideas claras. La desviación hacia lo abstracto despoja a la experiencia de su sustancia y le presta el mero nombre, que a partir de entonces suplanta a la realidad. Nadie está obligado a un concepto y tal es precisamente la conveniencia buscada que promete protección frente a la experiencia. Pero el espíritu no vive de los conceptos, sino de los hechos. Las meras palabras no sirven para nada, lo único que se logra es repetir este proceso hasta el infinito. A los pacientes más difíciles y desagradecidos pertenecen, según mi experiencia, junto a los habituales mentirosos, los denominados intelectuales, pues en ello una mano ignora lo que hace la otra. Cultivan una psicología á compartiments. Con un intelecto no controlado por sentimiento alguno, todo se puede solucionar y, sin embargo, se tiene una neurosis.Del encuentro con mis pacientes y del análisis del fenómeno anímico que me presentaba una inagotable sucesión de imágenes he aprendido mucho no de la mera ciencia sino principalmente de la comprensión de la propia esencia y no poco gracias a los errores y fracasos. He tenido particularmente pacientes femeninas que con frecuencia colaboran con mucha escrupulosidad, inteligencia y comprensión. Cooperaban decididamente a que yo pudiera hallar nuevos caminos en la terapéutica.Algunos analizados se han convertido, en el sentido propio de la palabra, en mis discípulos, que han dado origen a mis ideas. Entre ellos hallé hombres cuya amistad se ha mantenido durante décadas.Mis pacientes y analizados me han situado tan cerca de la realidad de la vida humana que yo no hubiera podido encontrar nada más esencial en mis experiencias. El encuentro con hombres de los tipos más dispares y del más diverso nivel psicológico fue para mí de una importancia mucho mayor que una conversación fragmentaria con una eminencia. Las conversaciones de mi vida más bellas y ricas en consecuencias son anónimas.
 
 
 

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