Anselmo Grün
LA MITAD DE LA VIDA COMO TAREA ESPIRITUAL
LA CRISIS DE LOS 40-50 AÑOS
C. G. Jung enfoca el problema de la mitad de la vida desde otros supuestos que los del místico y predicador Tauler. Jung es psicólogo y como tal se limita a los métodos de la ciencia empírica. Deja a los teólogos extraer las conclusiones filosóficas y teológicas. Sin embargo, la religión es un fenómeno que el psicólogo encuentra continuamente en sus pacientes. No se puede investigar la psique del hombre sin tener en cuenta los intentos de dar una respuesta a la pregunta por el sentido mediante los sistemas e imágenes religiosos.
Jung considera el sentido dado por la experiencia religiosa, como científico de la naturaleza, solamente desde el punto de vista de la contribución de tales experiencias a la salud del alma humana.
Como científico, no puede afirmar si detrás de las imágenes religiosas hay una realidad transcendente. Como hombre, sin embargo, ha tenido frecuente contacto con esa realidad.
Con todo, es llamativo que Jung desde la psicología haya llegado a resultados semejantes a los de Tauler. Esto significa que el camino religioso correctamente entendido, también es entendido correctamente desde el punto de vista psicológico. La Psicología pone en nuestras manos criterios para distinguir dentro de la práctica religiosa las formas falsas de las sanas aunque no puede ciertamente presumir de ser la norma del camino religioso.
Sin embargo, toda religión tiene, por lo menos, que plantearse la cuestión psicológica:
¿Hasta que punto la religión con sus dogmas y su práctica hacen a un hombre sano o enfermo? Pues en último término, la religión se entiende como un camino que quiere conducir a la salud (salvación), pero no solamente a una salvación transcendental sino a una salvación humana.
Siguiendo a Sigmund Freud, la Psicología se ha concentrado casi exclusivamente en la fase infantil del hombre. Se han estudiado rigurosamente las fases del desarrollo de la niñez y la juventud. Cuando en la vida de un adulto aparecen crisis o síntomas neuróticos se explora su niñez para poder aclarar y curar la situación presente. El interés de la Psicología clásica por el desarrollo humano termina con la transición de la pubertad y la adolescencia, entre los 17 a 18 años.
Precisamente con C. G. Jung (1875-1961) se cambia la perspectiva de la Psicología. Así como Freud es el psicólogo de la primera mitad de la vida
se puede decir con toda razón que Jung lo es de la segunda mitad. Para él no hay que retrotraer los problemas del adulto a la niñez sino encontrar caminos para ayudarle aquí y ahora. Este cambio de orientación es algo más que una variante de la dimensión temporal.
Se trata de una problemática cualitativamente distinta.
Freud ve en los conflictos neuróticos del hombre exclusivamente problemas de pulsiones y estos aparecen en la mayoría de los casos en la infancia. Jung, por el contrario, comprueba en sus consultas que la mayoría de los problemas del hombre que ha pasado los treinta y cinco años son de naturaleza religiosa.
1. El proceso de la individuación
Si queremos comprender las observaciones de C. G. Jung sobre los problemas de la mitad de la vida tenemos que acercarnos a lo que Jung entiende por desarrollo humano, por proceso de individuación.
Para Jung individuación es aquel proceso que «produce un individuo psicológico, es decir, una unidad independiente e indivisible, un todo». Este proceso tiene dos grandes fases: la de la expansión en la primera mitad de la vida y la de la introversión en la segunda.
YO/QUE-ES: En la primera parte de la vida sucede que el niño, que todavía vive del todo en el inconsciente, se va apartando más y más de ese inconsciente y va formando un Yo consciente. Por Yo entiende Jung el núcleo consciente de la persona, el centro de su obrar y juzgar. El hombre debe, en la primera mitad de su vida, fortalecer cada vez más su Yo, debe encontrar en el mundo su sitio y poder afirmarse. Para ello desarrolla una «persona», un rostro que se amolda a las expectativas del entorno, es decir, una «máscara» que le protege, con sus sentimientos y estados de ánimo, de estar a merced de los hombres. A la «persona» le incumbe la relación del Yo con el entorno. Dado que el hombre en la primera mitad de la vida se cuida de fortalecer su Yo y construir una persona
firme, descuida otras dimensiones. Como consecuencia de esto sale a la luz la sombra, por decirlo así, la imagen reflejada del Yo, compuesta «por los rasgos del hombre en parte reprimidos, en parte no vividos del todo que desde el principio fueron en gran parte excluidos por motivos morales, sociales, educativos o de otro tipo y por eso cayeron en la represión, es decir, en la disociación».
CONCIENCIA/FUNCIONES: La sombra no pertenece, por tanto, simplemente a la parte oscura y negativa sino también a la positiva. El ser humano es polar: cada polo tiene su contrapolo. Cuanto el hombre sube un polo a la conciencia, el otro queda en el inconsciente. Cada cualidad tiene su opuesta. Cuando más cultiva el hombre una cualidad, su contraria actúa más fuertemente en el inconsciente. Esto no es valedero sólo para las virtudes sino para las cuatro funciones de la conciencia que distingue Jung: pensar, sentir, intuir y experimentar. Si el hombre cultiva unilateralmente sus funciones de inteligencia, el inconsciente se inunda de pulsiones infantiles del sentimiento (por ejemplo, el sentimentalismo). La mayor parte de las veces son proyectadas las propiedades, y los modelos de comportamiento que subyacen en la sombra, en otras personas, sobre todo del tipo contrario (el contratipo). Esta proyección que impide el desarrollo de la sombra a la consciencia, frecuentemente es causa de tensiones entre personas.
Junto a la sombra personal, el hombre tiene en si mismo una sombra colectiva en la que está incluido todo lo malo y oscuro de la historia de la humanidad. La sombra colectiva es una parte del inconsciente colectivo en el que se acumulan las experiencias de la humanidad y que encuentran su expresión en los mitos, arquetipos y símbolos de la religión. Al inconsciente colectivo pertenece también el anima y el animus, símbolos de lo masculino y lo femenino, lo maternal y lo paternal.
Autoafirmacion: En la primera mitad de la vida, el hombre está tan ocupado con la autoafirmación que se identifica con su yo consciente. El inconsciente lanza en la sombra al anima sin sufrir graves daños. Pero esto cambia en la segunda mitad de la vida en que el hombre debe integrar en sÍ mismo su anima o su animus para que de esta manera retraiga sus proyecciones y se abra a su propio inconsciente haciendo conscientes los depósitos y cualidades allí escondidos. El Yo debe volverse a su origen, hacia el «sí mismo» (Selbst) y
ganar desde él nuevas fuerzas vitales. El desarrollo del sí mismo es el objetivo de la individuación. El «si mismo» (das Selbst) lo define Jung «como la totalidad psíquica del hombre». Mientras el Yo es sólo lo consciente, la sombra es lo inconsciente. El «si mismo» (das Selbst) comprende ambos: lo consciente y lo inconsciente. El hombre debe desarrollarse desde el Yo al «si mismo». Esto sucede en la medida en que cada vez más lo inconsciente se haga consciente, y se integre.
2. Problemas de la mitad de la vida
La mitad de la vida, entre los 35 y los 45 años aproximadamente, señala aquel punto de cambio en el que el desarrollo del Yo se tiene que transformar en la maduración del «si mismo» (Selbst). El problema fundamental de este cambio consiste en que el hombre cree que puede dirigir esta segunda mitad de la vida con los medios y principios de la primera.
La vida humana puede compararse con el recorrido del sol. Por la mañana asciende e ilumina el mundo. Al mediodía alcanza su cenit y sus rayos comienzan a disminuir y decaer.
La tarde es tan importante como la mañana. Sin embargo, sus leyes son distintas. Para el hombre esto significa el reconocimiento de la curva vital que desde su mitad ha de ajustar a la realidad interior en lugar de a la realidad exterior. Ahora se exige la reducción a lo esencial, el camino hacia lo interior, la introversión en lugar de la expansión. «Lo que la juventud encontró, y debía encontrarlo, fuera, el hombre de la tarde lo debe encontrar en el
interior.» Los problemas con que se tropieza el hombre en la mitad de su vida dependen de la tarea que la segunda mitad de la vida le exige y en los que tiene que empeñarse:
relativización de su persona.
aceptación de la sombra,
integración del anima y del animus
desarrollo del si mismo en la aceptación de la muerte y en el encuentro con Dios.
Relativización de la persona
Ha costado mucho esfuerzo lograr durante la juventud y como joven adulto un puesto en la vida. La lucha exige una persona fuerte que permita afirmarse en el mundo. La afirmación de la persona se hizo a costa de una represión del inconsciente. Ahora, en la mitad de la vida brota el inconsciente y con ello el hombre entra en inseguridad. Su instalación consciente se rompe, queda desorientado y pierde el equilibrio. La pérdida del equilibrio para Jung es algo útil que exige un nuevo equilibrio en el que también alcanza su sitio correspondiente el inconsciente.
Ciertamente que el hundimiento de la instalación consciente puede llevar a la catástrofe.
Una reacción frecuente para defenderse de la inseguridad es aferrarse crispadamente a su persona, a la identidad sin humor, a la profesión, a las ocupaciones, a un «titulo». Jung cree que esa identificación con la profesión o el titulo tiene «algo de seductor y por ello tantos hombres no son, en el fondo, nada más que la dignidad que les ha concedido la sociedad. Seria inútil buscarles una personalidad detrás de la cáscara. Detrás de grandes apariencias representativas no son otra cosa que un hombrecillo digno de lástima. Por eso es la profesión tan seductora: porque representa una compensación barata a una personalidad deficiente.»
El hombre que se encuentra en la mitad de la vida deberá, en lugar de estar como hasta entonces a la escucha de la expectativas del mundo, prestar su oído a la voz interior y poner manos a la obra del desarrollo de su personalidad interior.
Aceptación de la sombra.
El problema de la contradicción
Jung considera el todo de la vida humana como un conjunto de
contradicciones, contrastes o polaridades. Frente al consciente está el inconsciente, frente a la luz, la sombra, frente al animus el anima. La contradicción o polaridad es esencial al hombre. No llega el hombre a su plenitud, es decir no se desarrolla hasta el «sí mismo», si no consigue integrar las contradicciones en lugar de eliminarlas. La primera mitad de la vida
acentúa unilateralmente el consciente con la afirmación del Yo. La inteligencia se creó ideales a los que siguió. Esos ideales tienen su contrapartida en los opuestos depositados en el inconsciente. Cuanto más esfuerzos se hacen por excluir lo reprimido tanto más aparece en los sueños. Del mismo modo, los modelos de comportamiento que el hombre vive conscientemente tienen sus actitudes contrarias en el inconsciente.
La mitad de la vida exige volverse ahora también a los polos contrarios, aceptar la sombra no vivida y confrontarse.Nos encontramos con dos comportamientos defectuosos en la mitad de la vida: Uno consiste en no ver el contrario de la actitud consciente. Es el aferramiento a los antiguos valores, la caballeresca defensa de principios, el ser laudator temporis acti... De ahí viene la obstinación, el endurecimiento y la limitación. Seguir a la letra una conducta prescrita es el sucedáneo de un cambio espiritual. En último término lo que produce el endurecimiento es el miedo al problema de la contradicción y polaridad. Se
tiene miedo del hermano molesto (el contrario reprimido) y no se le quiere reconocer. No puede haber más que una sola verdad y pauta de comportamiento, pues de lo contrario no se tiene ninguna defensa contra la ruina que amenaza y es no solamente rastreada en la propia persona sino en todas partes.
La otra reacción ante el problema de la contradicción es el echar por la borda los valores que hasta el momento de la crisis tuvieron vigencia. En el momento que aparecen como error las convicciones presentes, falsedad en vez de verdad, odio donde había amor, se abandonan los ideales vigentes y se intenta seguir viviendo en contradicción con el anterior Yo.
«Cambios de profesión, separaciones, mutaciones religiosas, apostasías de todo tipo son los síntomas de este movimiento pendular hacia lo contrario.»
Se cree que por fin se puede vivir lo reprimido. Pero en lugar de integrarlo se cae victima de lo no vivido y se reprime lo hasta entonces vivido. Así permanece la represión y solamente cambia de objeto. Con la represión continúa la perturbación del equilibrio. Se sucumbe al error pues un valor opuesto ha abolido el valor que hasta entonces tuvo vigencia. Pero ningún valor ni ninguna verdad de nuestra vida se puede negar sin más con su contrario sino que más bien son correlativos.
«Todo lo humano es relativo porque todo descansa en la interior contradicción o polaridad.» La inclinación a negar los antiguos valores en favor de sus contrarios es tan exagerada como la anterior unilateralidad cuando ante ideales limpios no se tenia en cuenta la fantasía inconsciente que planteaba la cuestión. En la segunda mitad de la vida se trata «no de una conversión a lo contrario sino del mantenimiento de los valores antiguos a la vez que se reconocen sus contrarios».
Integración del anima y del animus
El problema de la oposición se manifiesta en el cambio de la edad en que el varón y la mujer toman los rasgos del otro sexo.
«Especialmente en los países meridionales se constata que en mujeres de edad,
aparecen notas masculinas como voz ruda y grave, bigote o rasgos del rostro duros. Y a su vez se dulcifica el aire físico masculino con rasgos femeninos como adiposis y expresiones blandas del rostro.»
Jung cree, así parece, que lo masculino y lo femenino es como una reserva determinada de sustancias. El varón consume en la primera mitad de su vida la mayor parte de su potencial varonil de tal modo que le queda luego casi solamente sustancia femenina.
Esto se pone de manifiesto en el cambio psíquico del varón y de la mujer en la mitad de la vida:
«¡Cuántas veces sucede, por ejemplo, que el varón entre los cuarenta y cinco y
cincuenta años ha perdido sus cualidades de organización y que la mujer se pone los pantalones y abre una tiendecita en la que quizá el varón presta servicios menores. Hay muchas mujeres que despiertan después de los cuarenta años a la conciencia social en general.
En la moderna vida de negocios, especialmente en América, se da muy frecuentemente el caso del «break down», el hundimiento nervioso después de los cuarenta años. Si se investiga cuidadosamente a las victimas se puede apreciar que lo que se ha hundido es el hasta entonces estilo masculino y ha quedado un varón afeminado. Por otra parte se observa en mujeres del mismo circulo cómo desarrollan en estos años una masculinidad no común y una firmeza de inteligencia que dejan al corazón y los sentimientos en segundo
plano. Muy corrientemente estas mutaciones van acompañadas de catástrofes
matrimoniales de todo tipo pues no es muy difícil imaginarse lo que sucede cuando el varón descubre sus sentimientos tiernos y la mujer su inteligencia.»
ANIMA-ANIMUS/QUE-SON: Jung llama a los rasgos, propiedades y principios femeninos y masculinos anima y animus. Toda persona lleva en si ambos. En la primera mitad de la vida desarrolla más sólo una parte mientras que la otra queda reprimida en el inconsciente. Si el varón acentúa sólo su masculinidad, el anima se retira al inconsciente y se manifiesta en caprichos y afectos vehementes.
«El anima reprimida refuerza, exagera, falsea y mitologiza todas las relaciones
emocionales con la profesión y con las personas de ambos sexos.»
Entre las mujeres, el animus reprimido se manifiesta en opiniones tenaces. Estas opiniones descansan sobre presupuestos inconscientes y por eso no se dejan conmover.
Son principios intocables, opiniones incuestionables.
«En las mujeres intelectuales el animus proporciona argumentos y razones intelectuales y criticas que esencialmente consisten en convertir un punto secundario y débil en absurda cuestión capital. También una discusión clara en sí se convierte en embrollo sin salida por traer a colación un extraño y, a ser posible, sesgado punto de vista. Tales mujeres, sin saberlo, consiguen con ello enojar a los varones con lo cual arruinan tanto al anima como al animus.»
PROYECCIÓN Si el varón no admite sus rasgos femeninos como son sus sentimientos, lo creativo y delicado, entonces los proyecta en las mujeres y así le fascinan. La proyección produce siempre fascinación. Así el enamoramiento de los jóvenes que va acompañado de tan fuertes emociones está siempre unido a la proyección.
En la segunda mitad de la vida se le pide al hombre que abandone la proyección. Debe confesarse y decirse que todo lo que a él le atrae de la mujer lo lleva en si mismo. Esta confesión no es fácil para un varón celoso de su varonía. Jung piensa que se necesita gran fuerza y penosa sinceridad consigo mismo «para reconocer las sombras, aquí me refiero al trozo gemelo, y que el varón acepte el anima, por otra parte trozo maestro. No muchos lo logran».
Jung indica diversos caminos para la confrontación con el anima. El primer paso está en que yo no reprima mis humores, afectos y emociones ni esquivándolos con una ocupación ni desvalorizándolos, ni excusándolos como si fuesen debilidades. Debo considerar atentamente este «mecanismo de rechazo y desvaloración» y tomar en serio las manifestaciones del inconsciente en los humores y afectos. Debo comenzar un diálogo con los humores. Debo dar ocasión así al inconsciente a expresarse y a subir a la consciencia.
En la medida en que yo pregunte a los afectos lo que me dicen y adónde me quieren señalar los deseos y proyectos, en esa medida consiento en darle la palabra al anima.Esta conversación con los propios sentimientos y estados de ánimo y en ellos con el propio inconsciente es para Jung una técnica importante para la educación del anima.
Otros caminos son el desarrollo consciente de las fuerzas del sentimiento, de la sensibilidad artística que todo el mundo tiene.
Lo inconsciente que se le aparece al hombre en su anima no carece de peligros. Puede no sólo !levar inseguridad a lo experimentado en el mundo consciente sino también pasar la cuenta y enredar. Por eso el hombre necesita de protección para poder encontrar a su inconsciente de un modo que le sea útil. Esta defensa, según Jung, se la ofrece la religión con sus símbolos.
La religión recoge lo intuitivo y lo creador del anima y es para el hombre
como una madre que le da la vida, como una fuente abundante de la que puede beber y le mantiene vivo y creador.
La religión proporciona al varón el cobijo que busca junto a su madre, pero le libra a la vez del lazo infantiloide con ella. Cuando el hombre queda unido a su madre, según Jung, y entregado a sus afectos corre peligro su salud psíquica.
El lazo con la madre es frecuentemente inconsciente y se manifiesta en la proyección de su anima en la mujer que para él toma el papel de madre. Ciertamente el varón en la mitad de su vida, cuando brota el inconsciente con toda su imprevisiblidad, busca defensa y cobijo. La angustia ante lo desconocido del inconsciente le hace buscar protección en la mujer. Y esta angustia presta a la mujer un poder ilegítimo que satisface seductoramente su instinto de posesión.
La religión es para Jung un medio eficaz para experimentar en si mismo la fecundidad del anima y proteger de la fascinación a la que puede llevar la proyección de la propia anima hacia mujeres concretas. Al mismo tiempo, la religión hace experimentar al hombre las fuerzas fecundas y creadoras del anima, que son necesarias para su vivacidad. Pues sin las fuerzas del anima, el hombre pierde vivacidad, flexibilidad y humanidad:
«Aparece por regla general endurecimiento precoz cuando no frialdad, actitudes
estereotipadas, unilateralidad fanática, amor propio, espíritu de «cruzada» o lo contrario: resignación, cansancio, negligencia, irresponsabilidad y finalmente un «ramollissement» pueril con inclinación al alcohol.»
Lo que el varón tiene que aprender a hacer con su anima, la mujer lo tiene que aprender a hacer con su animus. Debería usar el animus como puerta de entrada a su propio inconsciente y como posibilidad para aprender a conocer mejor su inconsciente. Cuando sus opiniones no sean sólidas ni se basen en convicciones firmes, la mujer deberla investigarlas críticamente y averiguar su procedencia. Así es como podrá descubrir los presupuestos inconscientes de sus opiniones, aparentemente fundados en la razón. De este modo, el animus se convierte en puente hacia el inconsciente en el que se encuentran las fuerzas creadoras que son necesarias para alcanzar el «si mismo» (Selbst).
En lo que se refiere a la integración del animus la religión tiene una función distinta en la mujer que en el varón. Para la mujer las exigencias ascéticas y morales son importantes para salir desde su ser maternal, cobijante y protector y llegar al empeño práctico y a la responsabilidad. El animus tiene que conformar al anima, el espíritu exigente del padre ha de fecundar al anima. La religión puede prestar al anima forma y figura en las que la vida de la mujer pueda desarrollarse y crecer.
Por otra parte, la comunidad es una ayuda para la integración del anima y
el animus. La comunidad puede tanto ofrecer como exigir y configurar el cobijo. El que se cierra a la comunidad se separa del torrente de la vida. Jung ve el encubrimiento de los afectos y su desvaloración como causa del cerrarse a la comunidad. Por ello la soledad y el aislamiento no son en última instancia un problema de falta de capacidad de contacto sino una cuestión de humildad. Quien es demasiado orgulloso para abrirse a sus prójimos se aísla. El que es lo suficientemente modesto nunca se queda solo. Quien ha construido hacia afuera su persona se deja alcanzar continuamente por las preguntas planteadas por
el anima y el animus. El que se plantea sinceramente sus propias contraposiciones y examina sin cesar sus estados de ánimo y sus opiniones siendo lo suficientemente modesto como para abrirse al otro, tendrá en la comunidad una ayuda eficaz para integrar el anima y el animus y alcanzar anímicamente el equilibrio.
Desarrollo del «si mismo» (Selbst)
en la aceptación de la muerte
y en el encuentro con Dios
El verdadero problema ante el que el hombre se enfrenta en la mitad de su vida es, en última instancia, su actitud ante la muerte. La curva psíquica de la vida en su declinar marcha hacia la muerte. Sólo cuando el hombre cree en la supervivencia después de la muerte, el final de su vida terrena, la muerte, es un objetivo razonable. Sólo entonces tiene sentido la segunda mitad de la vida en si misma y también es una tarea.
Para Jung, sobrevivir tras la muerte no es un asunto de fe sino de la realidad psíquica.
El alma encuentra razonable el hecho de la muerte. En la medida en que se dispone a ello permanece sana.
En la mitad de la vida, el hombre tiene que familiarizarse con su muerte. Tiene que hacer consciente el descenso de la curva biológica de su vida para dejar ascender su linea psicológica en dirección a su individuación.
Jung afirma: «A partir de la mitad de la vida permanece solamente vivo aquel que quiere morir con la vida.» La angustia ante la muerte la ve Jung en relación con la angustia ante la vida:
«Así como hay un gran número de hombres jóvenes que, en el fondo, tienen un
angustioso pánico ante la vida y que, sin embargo, la desean vivamente, hay también muchos hombres mayores que sufren el mismo temor ante la muerte. Tengo la experiencia de que jóvenes que temían a la vida sufren más tarde angustia hacia la muerte. Si siendo jóvenes, presentan resistencias pueriles ante las exigencias normales de la vida, cuando sean viejos tendrán angustia ante una de las normales exigencias de la vida. Si se está tan convencido de que la muerte es simplemente el final de una carrera, que es una regla sin excepción se comprenderá la muerte como la meta y el cumplimiento, como se hace sin
más con los objetivos y perspectivas de la vida juvenil ascendente.»
La vida tiene una meta. En la juventud esa meta consiste en que el hombre se
establezca en el mundo y alcance algo. Con el paso a la segunda mitad de la vida el objetivo cambia. No está ya en la cumbre sino en el valle donde comenzó la ascensión; ahora se trata de ir hacia ese objetivo. E! que no hace esto, el que se agarra crispado a su vida, pierde la relación de su curva vital psicológica y biológica. «Su conciencia está en el aire mientras que en el interior la parábola desciende cada vez con más velocidad». La angustia ante la muerte es finalmente un «no querer vivir». Pues vivir, permanecer vivo,
sólo puede realizarlo quien acepta la ley de la vida que se dirige hacia la muerte como a su meta.
En lugar de mirar hacia adelante, a la meta de la muerte, muchos miran hacia atrás, al pasado. Mientras deploramos que un hombre de treinta años mire nostálgicamente a su infancia y permanezca pueril, la sociedad actual admira a
hombres viejos que tienen aspecto juvenil y se comportan como jóvenes. Jung llama a estas actitudes:
«Descalabros psicológicos de la naturaleza, perversos e incongruentes. Un joven que no lucha y vence ha derrochado lo mejor de su juventud y un viejo que ante el misterio de los arroyos que descienden sonoros de la cumbre no sabe escuchar es un sinsentido, una momia espiritual, no es nada más que un pasado anquilosado. Permanece fuera de su vida repitiendo maquinalmente hasta la más superficial de las vulgaridades. ¡Qué clase de cultura es la que necesita tales fantasmas!»
Un signo típico de la angustia ante el futuro en el viejo es el aferrarse al tiempo de la juventud.
Jung pregunta:
«¿Quién no conoce a esos conmovedores hombres mayores que evocan
constantemente sus tiempos de estudiantes y que solamente en esa memoria de sus heroicos tiempos homéricos pueden encender la llama de la vida, pero que por lo demás están acartonados en un filisteismo sin esperanza?»
En lugar de prepararse para la vejez se vuelven a la eterna juventud que, según Jung es «un lamentable sucedáneo de «la iluminación del si mismo» exigencia de la segunda mitad de la vida.
Los hombres de hoy no se preparan en la primera mitad de su vida para lo que les espera en esta etapa segunda. Según Jung la causa es que tenemos escuelas para jóvenes, pero no para cuarentones donde les deberían enseñar a afrontar la segunda mitad de la vida. Desde antiguo las escuelas eran las religiones que preparaban a los hombres para el misterio de la segunda mitad de la vida.
Jung no tiene ahora otra escuela que ofrecer que las religiones porque conducen por encima de la autoafirmación a un ámbito en el que el hombre verdaderamente llega a ser hombre.
Según Jung el hombre solamente puede desarrollar su «sí
mismo» cuando experimenta en si lo divino. La idea de Dios en nosotros, como dice San Pablo: «No vivo yo, sino Cristo es el que vive en mi» expresa, para Jung, la experiencia del hombre que se ha encontrado a si mismo. La mitad de la vida es la ocasión para dejar el pequeño yo y abandonarse en Dios. Quien rehúsa la entrega a Dios no encuentra su propia totalidad y en último término tampoco su salud anímica. Así, para muchos hombres el problema verdadero de la segunda mitad de la vida es una cuestión religiosa.
Dice Jung:
«De entre todos mis pacientes que habían pasado la mitad de la vida, es decir, de más de treinta y cinco años, no había ninguno en que el problema decisivo no fuera su actitud religiosa. Ciertamente todo el mundo se pone enfermo por lo que ha perdido y esto es lo que las religiones vivas han dado en todos los tiempos a sus creyentes. Por otra parte, nadie se cura de verdad si no logra recuperar su actitud religiosa, asunto que naturalmente no tiene nada que ver con una confesión determinada o la pertenencia a una iglesia.»
Para el encuentro con la imagen de Dios, necesaria para la salud psíquica, Jung ofrece al hombre los mismos medios y métodos que los autores espirituales. Habla de sacrificio por el que el hombre se entrega a Dios y en el que ofrece algo de su Yo para ganarse a sí mismo. La introversión que Jung exige a los hombres en la mitad de la vida se realiza en la meditación y la ascesis. Soledad y ayuno voluntario son para Jung «los medios conocidos desde antiguo para proteger aquella meditación que debe abrir el paso al inconsciente».Esta entrada en el inconsciente, profundización en si mismo, significa renovación y nuevo nacimiento. El tesoro del que habla Cristo, está en el inconsciente y solamente los símbolos y medios de la religión hacen al hombre capaz de descubrir ese tesoro. Así como Cristo en su muerte bajó al Hades, el hombre tiene también
que pasar por la noche del inconsciente, por el descenso a los infiernos del
autoconocimiento para con la fuerza del inconsciente volver a nacer.El resultado de la experiencia de los hombres, que pasan por las crisis de la mitad de la
vida y que se dejan transformar por Dios en esas crisis, la resume Jung así:
Esos hombres «se encontraron a si mismos, supieron aceptarse a si mismos, fueron capaces de reconciliarse consigo mismos y por ello se reconciliaron también con las circunstancias y los acontecimientos contradictorios. Esto es casi lo mismo que antiguamente se dijo: Ha hecho las paces con Dios, ha ofertado su propia voluntad como sacrificio al someterse a la voluntad de Dios».
El renacimiento espiritual, el dejarse transformar por Dios, es la tarea de la segunda mitad de la vida. Una tarea llena de riesgos, pero también llena de promesas. Exige menos conocimientos psicológicos y más lo que llamamos piedad. Es la disponibilidad para volverse hacia el interior para oír al Dios que está en nosotros.
El hombre desde la mitad de su vida debe -así lo exige Jung- dedicarse con todas sus fuerzas espirituales a la tarea de «ser-si-mismo». Una tarea que no podemos realizar por nuestras propias fuerzas sino que solamente podemos alcanzar concedente Deo.
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