sábado, 20 de julio de 2013

Liber Secundus / El asesinato sacrificial Cap. XIII Ilus. C.G. Jung, a mano, Libro Rojo, Imagen 88.


Un Dios que no es más fuerte que los hombres, ¿qué es? Habéis de saborear aun el miedo divino. ¿Cómo queréis disfrutar el vino y el pan dignamente, si no habéis tocado el fondo negro de la esencia humana? Por eso sois sombras tibias e insulsas, orgullosos de vuestras suaves costas y anchos caminos. Mas se abrirán compuertas, hay cosas incontenibles de las cuales sólo os salva el Dios.
La fuerza originaria es el resplandor del sol que sus hijos llevan en sí desde hace eones y legan a sus propios hijos. Mas, cuando el alma se sumerge en el resplandor, se vuelve inexorable como el Dios mismo, pues la vida del niño divino que tú has comido estará en ti como brasas ardientes. Es como un fuego espantoso que nunca se extingue. Pero, a pesar de todo el tormento no puedes desistir de esto, pues esto no desiste de ti. Así reconocerás que tu Dios vive y que tu alma ha comenzado a deambular por senderos inexorables. Tú sientes que el fuego del sol está encendido en ti. Se te ha añadido algo nuevo, una enfermedad sagrada.
Incluso ya no te conoces más a ti mismo. Quieres dominar la situación, pero te domina a ti. Quieres ponerle límites, pero eso te mantiene limitado. Quieres escaparte, pero va contigo. Quieres emplearla, pero tú eres su instrumento; quieres pensarla, pero tus pensamientos obedecen a ella. Finalmente te atrapa el miedo ante lo inevitable, pues lenta e invenciblemente eso está llegando a ti.
No hay salida. En eso reconocerás qué es un Dios real. Entonces tramas astutos discursos universales, medidas preventivas, salidas secretas, subterfugios, toda clase de bebidas para el olvido, mas todo esto es inútil. El fuego te enardece. Lo conducente te obliga a tomar al camino.
Mas el camino es mi sí mismo más propio, mi propia vida formada sobre mí.
El Dios quiere mi vida. Él quiere ir conmigo, sentarse a la mesa conmigo, trabajar conmigo. Quiere estar presente siempre y en todos lados. Mas yo me avergüenzo de mi Dios. No quiero ser divino, sino racional. Lo divino me parece una locura irracional. Lo odio como perturbación carente de sentido de mi actividad humana llena de sentido. Me parece una enfermedad impertinente que se ha inmiscuido en el curso reglado de mi vida. Sí, lo divino me parece completamente superficial.




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