martes, 24 de mayo de 2016

LA NOCIÓN DE INCONSCIENTE EN C. G. JUNG.(Enrique Galán Santamaría)

LA NOCIÓN DE INCONSCIENTE EN C. G. JUNG.

(Enrique Galán Santamaría)

Puede entenderse el conjunto de la obra de Jung, tanto la publicada como la inédita -de una extensión igual, si no mayor, que la Fundación Philemon promete publicar a lo largo de los próximos treinta años-, como una investigación de lo inconsciente. La denominación que eligió para su psicología, psicología analítica, es en sus propias palabras una psicología de lo inconsciente que recubre el ámbito entero de la psicología profunda (4, § 523)1. Una psicología general de la psique objetiva según se manifiesta en la psique subjetiva del individuo, su consciencia, y en el mundo simbólico de la humanidad desde sus oscuros orígenes.
Jung utiliza muy pronto en su obra el término ‘inconsciente’, e incluso concluye su tesis de licenciatura esperando que “mi trabajo contribuirá a abrir a la ciencia una vía para ir aclarando y asimilando progresivamente la todavía muy discutida psicología de lo inconsciente” (1, § 150). Conocedor de los autores franceses –estudió con Janet un semestre- sigue fundamentalmente la acepción de Breuer y Freud, de quien será fanático defensor público durante seis años, y continuador y renovador el resto de su vida, a pesar de su alejamiento. Con Jung, el psicoanálisis temprano, anterior a la Primera Guerra Mundial, no sólo se internacionalizó, sino que las hipótesis junguianas que ampliaban el psicoanálisis se han revelado mucho más efectivas en la teoría de la psique y más liberadoras en el ámbito de la clínica que el catón freudiano que era el psicoanálisis entonces, personalista y familiarista. Tras un siglo de psicología profunda - siglo de la psicología en general-, conocida gracias a una historiografía ya no hagiográfica, resulta evidente que la imagen antropológica actual en Occidente tiene un fundamento psicoanalítico, esto es, da por segura la existencia de una vida psíquica inconsciente.
Textos relevantes
En primer lugar, estableceré una breve lista bibliográfica de aquellos textos de Jung que presentan explícitamente su formulación de lo inconsciente. Hay que tener en cuenta que la obra de Jung se extiende de 1896 a 1961, esto es, cubre sesenta y cinco años de investigación psicológica desde una perspectiva clínica. Para orientarse en este amplio periodo deben diferenciarse varias fases, definidas según predominan en esta investigación unos u otros fenómenos de lo inconsciente.
La época de capacitación psiquiátrica de Jung, durante la primera década del siglo XX, en la clínica Burgöhlzli dirigida por E. Bleuler, está representada por su tesis de licenciatura (1, 1), publicada en 1902, y su tesis doctoral (2, 5), publicada en 1906, que alumbra la noción psicoanalítica de complejo, argumentada a partir de la psiquiatría experimental. Ya en contacto directo con Freud, en 1907 sale a la luz su ensayo sobre la demencia precoz (3, 1) y al año siguiente su pequeño texto sobre la psicosis en general (3, 2), que constituyen la primera aplicación del psicoanálisis, pensado para tratar las neurosis, a las psicosis. Esta época freudiana de Jung se extiende hasta 1913.
La modificación necesaria que experimenta la teoría psicoanalítica en su adecuación a la psicosis conduce a Jung a proponer en su Transformaciones y símbolos de la libido (5), publicada entre 1911 y 1912, sus dos hipótesis mayores: (a) la libido no es una energía exclusivamente sexual, sino psíquica en general; (b) hay contenidos psíquicos inconscientes en el individuo que no pueden remitirse a sus experiencias biográficas, ni la infancia es la edad determinante. Allí habla por primera vez de un inconsciente suprapersonal o impersonal, colectivo. El resultado de esa propuesta es su expulsión del psicoanálisis.
En la constitución de su ‘psicología analítica’, Jung empieza con un esbozo de topografía psíquica, “La estructura de lo inconsciente” (7, 4), que vio la luz en 1916 y que sería ampliado una década después con el título Las relaciones entre el yo y lo inconsciente (7, 2), y un texto más elaborado, “Sobre lo inconsciente” (10, 1), publicado en 1918, al que sigue un año después “Instinto e inconsciente” (8, 6), donde aparece por primera vez el término ‘arquetipo’. En 1926, cinco años después de Tipos psicológicos (6, 1), que marca un hito en su carrera, publica Lo inconsciente en la vida normal y patológica (7,1), reelaboración de un escrito de 1912 (7, 3), que se centra en los aspectos históricos y conceptuales del concepto clave de la psicología profunda. También de los años veinte proviene “La estructura del alma” (8, 7). Cierra este ciclo “El concepto de inconsciente colectivo”, de 1936 (9/1, 2). Pero será en su contribución a los Encuentros Eranos de 1946 donde ofrezca la más acabada presentación de lo inconsciente, con el título “El espíritu de la psicología”, ampliado en 1954 como Consideraciones teóricas acerca de la esencia de lo psíquico (8, 8). Este mismo año revisa Tipos psicológicos, su tratado de psicología.
Conviene recordar que a partir de los años treinta Jung se apoya en la alquimia para orientar sus estudios y argumentar sus hipótesis, dotando de contexto histórico su propia investigación. Sus anteriores planteamientos van ganando en profundidad y extensión, mostrando las oportunidades que presenta su modelo para la delimitación de la psique. A sus monografías sobre arquetipos básicos (madre, niño, niña, pícaro, sacrificio, desarrollo, cuaternidad…) se le suman los grandes tratados sobre el sí-mismo (Aion en 1951 [9/2]) y el proceso de individuación (Mysterium coniunctionis en 1955-56 [14]), además de su descripción de Un mito moderno (1958 [10, 15]), propio de nuestra era tecnológica.
Teoría de lo inconsciente
La noción de inconsciente surge como respuesta a los planteamientos cartesiano y kantiano relativos a la razón, fundamentándose en el estudio del sueño y la locura, esto es, la imaginación y la pasión. Filósofos y médicos en Inglaterra, Alemania, Francia, entre ellos los padres de la psiquiatría y de la psicoterapia, crearán esa tradición en la que Freud constituye un punto de inflexión. Jung se referirá en distintas ocasiones a cómo la primera noticia de una psique inconsciente, en Leibniz y Kant, dará lugar a un amplio desarrollo en Schelling, Carus o von Hartmann de una filosofía de lo inconsciente, cuya influencia es evidente en la psicología de lo inconsciente de Jung.
Jung sigue la vía abierta por Freud al rechazar la hipnosis, que desde Mesmer a Bernheim había sido la vía de contacto con lo inconsciente en la psicoterapia, y en su concepción de un inconsciente dinámico pulsional. La psicosis revela la existencia de un inconsciente que no es freudiano y adleriano, que no está sujeto a represión ni es mera ficción defensiva. Un inconsciente transpersonal que revela la existencia de una psique objetiva expresada mediante fantasías mitológicas que funcionan como categorías kantianas (10, §13).
Lo inconsciente es una hipótesis psicológica y se trata de un concepto límite (6, 1, “definiciones”) que viene determinado por los límites de la consciencia y su unilateralidad temporal obligada. Por eso “resulta del todo imposible indicar cuál es la extensión de lo inconsciente ni el estado de los contenidos psíquicos inconscientes “ (Íbid.), por lo que “no existe ninguna esperanza de que la validez de cualquier enunciado sobre los estados o procesos inconscientes pueda ser científicamente demostrada” (8, § 417). Sólo podemos captar lo inconsciente por sus indicios en síntomas, sueños o en proyección, en el otro o en el cosmos.
Intentaré presentar la teoría junguiana según los siguientes aspectos: (a) topografía de la psique, (b) estructura del sujeto, (c) dinámica psíquica y (d) formaciones de lo inconsciente
Topografía de la psique
Jung define desde muy pronto “tres capas anímicas”: consciencia, inconsciente personal e inconsciente colectivo (8, § 321). En la consciencia rige el complejo del yo, en lo inconsciente personal, donde se encuentra lo reprimido, lo olvidado y lo subliminal, los complejos, y en lo inconsciente colectivo los arquetipos, con su límite irrepresentable, lo psicoide (8, § 380).
El umbral de la consciencia determina qué es consciente y qué no. Es decir, los contenidos inconscientes sólo se hacen conscientes si tienen una intensidad mayor que la de ese umbral o si se da un descenso de nivel mental. Así pues, la actitud y el estado de la consciencia delimitan qué es inconsciente para un sujeto, teniendo en cuenta que “la frontera entre lo consciente y lo inconsciente lo determina en gran medida nuestra cosmovisión” (10, § 47).
La consciencia es un sistema de orientación que cuenta con cuatro funciones en equilibrio de opuestos: pensar/sentir –racionales, en cuanto creadoras de los juicios de hecho y de valor- y percibir/intuir, que son arracionales y permiten captar lo dado o su tendencia. Junto a las funciones, Jung describe dos actitudes, también polares: introversión y extraversión, según se dirija el interés del sujeto al mundo interior o al exterior. En este esquema hay una actitud y una función dominantes en la consciencia del sujeto, lo que define un tipo psicológico, actuando sus actitud y función opuestas en lo inconsciente.
Las dos funciones restantes funcionan como auxiliares de la principal.
Lo inconsciente mantiene una relación de oposición con la consciencia. Ésta es discontinua y aquél continuo. La consciencia es unilateral, lo inconsciente, total. La consciencia está sujeta al aquí y ahora, lo inconsciente es atemporal y aespacial. La consciencia es actual, lo inconsciente potencial. La consciencia está limitada, lo inconsciente es ilimitado. La consciencia constituye la función de realidad y permite la comunicación, lo inconsciente es pura creatividad y sus contenidos son desconocidos como tales. La consciencia se formula en forma de ideas, lo inconsciente en imágenes simbólicas. En cualquier caso, “no hay ningún contenido de la consciencia que en otro sentido no sea inconsciente” (8, § 385), pues consciencia e inconsciente son simultáneos. Dicha oposición puede manifestarse como conflicto, compensación y complementariedad, según sea la posición consciente del sujeto.
En cuanto a lo inconsciente personal, lugar de lo olvidado, subliminal, suprimido y reprimido, viene definido por contenidos referidos a la experiencia biográfica objetiva transformados por la acción del complejo –amalgama de representaciones y emociones ligados a un objeto externo o interno. La acción del complejo se manifiesta en la orientación que imprime a la libido (interés) y la intensidad emocional expresada en la conducta.
Lo inconsciente colectivo, también denominado impersonal o suprapersonal, es la psique objetiva, psicoide en lo correspondiente a la naturaleza biológica o cósmica, espiritual en lo correspondiente a la naturaleza cultural del hombre. Lo inconsciente colectivo integra tanto al instinto (“forma típica de la acción”) como al arquetipo (“forma típica de la aprehensión”) (8, §§ 273 y 280).
La noción de arquetipo, genuinamente junguiana, recibe varias denominaciones (imago, imagen primigenia, dominante, fantasía mitológica, motivo mitológico o mitologema) a lo largo de su obra. En relación con el instinto, el arquetipo es “autorretrato” (8, § 277), “correlato” (8, § 280), “la forma en que se manifiestan los instintos” (8, § 339), “modelo paradigmático del comportamiento instintivo” (9/1, § 91), el “sentido del instinto” (8, § 398) o “forma típica del comportamiento que al volverse consciente aparece como representación” (8, § 435). En este sentido tiene el mismo carácter automático, forzoso, compulsivo del instinto y sus impulsos (9/1, § 99), es decir, “los arquetipos se comportan como instintos” (8, § 404). En suma, “el arquetipo es naturaleza pura y no falsificada” (8, § 412).
Tanto ‘instinto’ como ‘arquetipo’ son nociones científicas que describen fenómenos acotados por la teoría que los argumenta. El primero es objeto de la biología –etología-, el segundo, de la psicología, entendida como ciencia natural, energetista. La investigación del arquetipo llevará a Jung más allá de la biología a la física, acuñando el término ‘sincronicidad’ para caracterizar esa conexión acausal de los mundos interno y externo (8, 18 y 19). Jung considera que “lo inconsciente colectivo es un alma atemporal y universal (… del que) podemos esperar reacciones ante las condiciones más universales de naturaleza psicológica, fisiológica y física” (8, § 324). Así, tal vez “materia y psique sean dos aspectos diferentes de una misma cosa” (8, § 418). Por lo tanto, la investigación de ese objeto implica al conjunto de las ciencias, humanas y naturales.
Nos encontramos ante un alma universal que sólo captamos por su “influencia organizadora en los contenidos de la consciencia” (8, § 439), que en sí es trascendente a la consciencia, “irrepresentable” (8, § 417). Es decir, sólo podemos “inferir” (8, § 297) los contenidos inconscientes captando el sentido de su aparición en ese momento. Atendiendo a su sentido, lo inconsciente aparece como una “consciencia múltiple” (8, epígrafe F) pues múltiples son los arquetipos, tantos como experiencias típicas humanas (9/1, § 99). Su más clara objetivación se da en la simbología cultural.
Estructura del sujeto
A esta topografía de sistemas psíquicos según la energía de activación, va aparejada una estructura del sujeto. De forma análoga a la segunda tópica freudiana, se encuentra en Jung una personalización de los núcleos de acción psíquica, entendidos en su caso como arquetipos, no como instancias.
Jung define, a partir de una fenomenología basada en figuras oníricas y de la fantasía, los arquetipos psicológicos de la individualidad: persona, yo, sombra, sicigia ánimus/ánima y sí-mismo. Son conceptos que van apareciendo a lo largo de su obra y que encuentran su definición más acabada en los primeros capítulos de Aion. La persona es el arquetipo de lo social, la interfaz entre el sujeto y su medio social, la “máscara” con la que el individuo responde a las expectativas de su medio familiar, profesional, social y político. El término aparece por primera vez en su artículo de 1916 (7, 4) definido como “imago subjetiva”, un “recorte de la psique colectiva”, un “compromiso entre el individuo y la sociedad” (7, § 246). Constituye el aspecto más externo del yo y puede relacionarse con el lado consciente del yo freudiano. La identificación del yo con la persona indica un déficit de individualidad en el sujeto, que en ese caso vive única y exclusivamente de cara al exterior.
El yo, el complejo del yo, denominación que encontramos desde la primera publicación de Jung, constituye el centro del campo de consciencia. Para Jung es consciente todo aquello que está relacionado con el yo. El yo dirige su atención al mundo exterior (extraversión) y al mundo interior (introversión), contando con sus capacidades psíquicas individuales, que surgen en el intercambio de su objetividad psíquica y la consciencia colectiva, para hacerse cargo de la realidad objetiva. Es decir, el yo se encuentra entre la consciencia colectiva y lo inconsciente colectivo(8, § 423). Individualizarse respecto a esos colectivos es labor de toda la vida y constituye el proceso de individuación, como veremos más adelante.
La realidad objetiva (en cuanto autónoma) de la psique se le presenta al yo en forma de sombra, concepto junguiano que integra las nociones freudianas de inconsciente (represión) y preconsciente, que en parte coincide con el subconsciente de Janet (subliminal). Se trata de la esfera donde se mueven a su aire los complejos y origen de toda psicopatología, de las entidades nosológicas a la psicopatología de la vida cotidiana. Esta sombra, fácilmente imaginable, es objeto de creación religiosa y artística y reconocible en la conciencia (moral) personal. Pero en realidad es inconsciente, es decir, aparece como síntoma o en proyección del individuo. En lo que atañe a lo personal y familiar (nivel freudiano) o a lo social (nivel adleriano) la sombra puede hacerse consciente en su confrontación con la persona. La sombra que proviene de lo inconsciente colectivo se expresa socialmente en el horror e internamente en el pavor. Es el mal.
En cualquier caso, para Jung, la sombra no sólo tiene contenidos negativos sino también muy positivos. Entre los últimos, el fundamental es que la realización de la sombra –ser consciente de la sombra personal- permite atisbar la riqueza de la psique objetiva trascendente a la consciencia. La sombra es tanto ese adversario interior –presente tantas veces en los sueños- como el arquetipo más conscienciable por el yo. Y es a través de la sombra, o con un aspecto sombrío, como se presentan los demás arquetipos estructurales en un principio: asustando.
Así ocurre con la sicigia ánimus/ánima, términos tomados del poema ontológico de Lucrecio para denominar al logos paterno y al eros materno (9/2, § 29), que moran en lo inconsciente colectivo de cada individuo. La noción de ánima surge en la obra de Jung asociada a la de persona (7, § 521) en 1916. Para Jung la persona hace de intermediario con el mundo social y el ánima con el mundo interior. Pero eso sólo es válido para el varón. Hasta 1925 no presenta la noción de ánimus (17, § 338), contraparte sexual de la mujer en su inconsciente. En ambos casos, las contrapartes sexuales inconscientes están proyectadas. El varón proyecta su ánima sobre la mujer, a través de sentimientos amorosos u odiosos eróticos, la mujer proyecta su ánimus sobre el hombre, a través de sentimientos amorosos u odiosos espirituales. Resulta interesante que la noción de ánimus la introduzca Jung en un artículo sobre el matrimonio. Pues es precisamente el cuaternio matrimonial el que sirve para entender la estructura del sí-mismo (16, 12): las bodas químicas de la consciencia y lo inconsciente.
El sí-mismo es el núcleo dinámico más interior al sujeto. Jung llega a él gracias a la alquimia taoísta en 1929 (13, § 67) y será la noción que orientará su futura investigación a partir de los años treinta. El sí-mismo es el centro de la psique objetiva del individuo, es decir, del conjunto de consciencia e inconsciente, “expresa la unidad y totalidad de la personalidad global” (6, 1, “definiciones”). Se trata de una unión de opuestos (consciencia/inconsciente, individual/colectivo), que se nos representa en forma de figuras sobrehumanas, animal divino, árbol y estructuras geométricas mandálicas –círculo y cuadrado, a veces en integración. Orienta el proceso de individuación.
El sí-mismo es el arquetipo de la individualidad psicológica. Su aspecto consciente es el yo. Su aspecto inconsciente, trascendente a la consciencia, se infiere de las imágenes espontáneas en la psique que se presentan con numinosidad. El eje sí-mismo/yo es la clave del desarrollo psicológico.
Dinámica psíquica
Jung nos ofrece dos facetas de la dinámica psíquica: (a) energética y (b) biográfica. La primera se refiere a las transformaciones de la libido entendida como una energía hipotética (10, § 7) a la que aplica las leyes de termodinámica. (1928, [8, 1]) La segunda se denomina proceso de individuación (1928 , [7, 2]) al que aplica las fases del proceso alquímico (1956 [14]).
El umbral de consciencia es un concepto energetista (8, § 363) y esta concepción, basada en el juego de opuestos, puede aplicarse a los opuestos psíquicos (consciente/inconsciente, individual/colectivo, introversión/extraversión, ánimus/ánima, instinto/espíritu… en conflicto, compensación, complementariedad), lo que les permite “ser observados desde el punto de vista de las ciencias naturales” (8, § 406). De ese modo, “los procesos psíquicos aparecen como compensaciones energéticas entre el espíritu y el instinto (…) en una escala a lo largo de la cual se desliza la consciencia (8, § 407).
Describe así Jung los movimientos autorreguladores de la libido según el curso (progresión/regresión) y la orientación (introversión/ extraversión). Valor fundamental, sobre todo en la clínica, adquiere su posibilidad de desplazamiento y el papel que ocupa el símbolo, “máquina psicológica que transforma la energía” (8, § 88).
El proceso de individuación, cuya primera formulación se encuentra en Las relaciones entre el yo y lo inconsciente y la última en Mysterium coniunctionis, es el proceso de diferenciación y articulación de los opuestos conciencia/inconsciente y colectivo/individual a lo largo de la vida del individuo a partir de un estado originario de identidad con la madre-cosmos. Se da un ritmo entre individualización externa, correspondiente a la diferenciación (de la madre, la familia, la función paterna; del mundo externo e interno) y la individuación interna que permite articular logos y eros, funciones y actitudes opuestas, arquetipos antagónicos o aspectos antagónicos del arquetipo… gracias a la función transcendente (8, 2).
La dialéctica de los arquetipos estructurales arriba mencionados en el proceso de individuación puede describirse del siguiente modo: la confrontación de la persona con la sombra permite diferenciar el yo; la confrontación del yo con la sicigia permite diferenciar el sí-mismo; la confrontación del sí-mismo con el alma del mundo permite diferenciar el Unus mundus. Este proceso se superpone al más empírico de la primera parte de la vida (ascensional, puer), donde los procesos de individualización externos se acompañan por la liberación del yo del peso social de la persona (realización de la sombra) y la fijación de las figuras anímicas mediante el emparejamiento (realización de la sicigia), para dar paso en la segunda parte de la vida (declinar, senex) a la comprensión de un centro rector de autorrealización (realización del sí-mismo) y de un orden cósmico animado de sentido (realización del Unus mundus). Hay que entender realización como cobrar consciencia.
Evidentemente, este modelo abstracto no puede hacer justicia a la complejidad que supone toda vida empírica, donde se dan estas dialécticas en ciclos parciales, esporádica o simultáneamente. Todo depende de cuál sea el arquetipo dominante o la resultante de arquetipos diversos en un momento dado. Y qué actitud tenga la consciencia ante su propia psique objetiva. Lo fundamental es cómo va ampliándose o flexibilizándose la consciencia en su relación con lo inconsciente para dar más profundidad al alma individual.
Formaciones de lo inconsciente
Lo inconsciente sólo puede ser deducido o inferido “a partir de lo que encontramos en nuestra consciencia” (8, § 352). Es decir, depende del estado de nuestra consciencia qué contenidos consideremos inconscientes. Las fuentes tradicionales de estos contenidos se encuentran en la ensoñación, los sueños, la proyección, los síntomas y, en lo que respecta a lo inconsciente colectivo, la mitología –incluida la religión-, el arte y el pensamiento. En todos los casos los modos expresivos son simbólicos, resultado de la aplicación de la función transcendente, simbolizadora (10, §§ 25 y 33).
En lo que toca al individuo, los sueños son la fuente inmediata de un mundo psíquico inconsciente. Jung subraya su aspecto dramático, con localización, intriga, peripecia y desenlace (8, § 561-564), recomienda que se analicen serie de sueños, incluso cientos, si deseamos captar el proceso de individuación (8, § 550), y que se diferencie entre nivel de objeto y de sujeto (6, 1, “definiciones”) en su análisis y amplificación (correlato arquetípico).
Respecto a la fantasía, “expresión directa de la actividad vital psíquica, de la energía psíquica” (6, 1, “definiciones”) Jung ha puesto a punto un instrumento técnico, la imaginación activa, consistente en establecer una atención enfocada, mediante instrumentos potenciadores de la creatividad (escritura, pintura, música, danza…), a los contenidos de lo inconsciente que llegan a la consciencia (9/1, § 101).
Los síntomas se escalonan en el arco de la psicopatología disociativa desde estados de desasosiego a delirios estructurados. Aunque Jung no trata específicamente la psicosomática la da por supuesta en muchos pasajes de su obra, refiriéndola al aspecto psicoide del arquetipo. En cualquier caso, Jung considera que en las enfermedades de todo tipo se presenta un juego arquetipal. De todos modos, hay que atender el movimiento de los complejos (inconsciente personal) para captar el trasfondo arquetípico (inconsciente colectivo).
De un modo rápido, para terminar, señalaré que la psicoterapia es el centro de la actividad de Jung. Todas sus investigaciones tienen por objetivo dotar a los individuos de instrumentos para facilitarles la relación con su inconsciente. En cuanto a la teoría de la relación analítica, su texto fundamental sobre la transferencia sólo llegaría en 1946 (16, 12). Referente a la técnica, además de considerar todas las tendencias de escuela útiles para los diferentes individuos, recomienda la situación “cara a cara” entre paciente y analista, para lograr la máxima simetría, y el uso de la imaginación activa para sacar al paciente de la penosa dependencia transferencial.
Madrid, Abril 2007
(Enrique Galán Santamaría, Teoría junguiana)

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